La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

ANÁLISIS

De la satisfacción de Erdogan a la decepción de Zelenski: no llueve a gusto de todos en la cumbre de la OTAN

Al igual que ocurre con la lluvia, que raramente contenta a todos, el balance de la cumbre de la OTAN que acaba de celebrarse en Vilna genera sentimientos muy dispares entre los asistentes y los observadores más interesados. Más allá del obligado mensaje de optimismo y de éxito que toda organización trata de imponer urbi et orbi, no es lo mismo lo que extrae Suecia de lo acordado en la capital lituana –nada menos que su ingreso en la Alianza Atlántica– que lo que ha obtenido Ucrania –una meliflua “invitación” que queda muy por debajo de sus expectativas–.

Como ya había quedado claro a lo largo de este último año, Recep Tayyip Erdogan estaba decidido a convertir el imprescindible voto favorable de Ankara al ingreso de Suecia en una baza negociadora de la que esperaba sacar una buena tajada. Su apuesta transaccional iba inicialmente dirigida tanto a Estocolmo como a Washington, y solo a última hora quiso añadir a Bruselas a la lista. A tenor del resultado obtenido, cabe imaginar que ahora mismo se sentirá razonablemente satisfecho.

De Suecia ha obtenido el levantamiento del embargo de armas que le habían impuesto en 2019, la modificación de leyes nacionales para aumentar la presión sobre quienes Turquía considera terroristas ligados al PKK (milicia kurda), un nuevo mecanismo de seguridad mutua; y un marco de cooperación económica bilateral.

De Estados Unidos, aunque es muy improbable que consiga ser readmitido en el programa de desarrollo de los aviones F-35 –del que el país fue expulsado tras la adquisición de sistemas antiaéreos rusos S-400– o la extradición del clérigo Fethullah Gülen –autor intelectual del golpe de 2016, según Erdogan–, ha logrado el primer paso para desbloquear la transferencia de nuevos F-16 y de programas tecnológicos e informáticos para modernizar los que ya posee. A ello podría sumarse el compromiso estadounidense de dejar de apoyar a las milicias kurdas sirias que tantos dolores de cabeza le provocan a Ankara.

En cuanto a la Unión Europea, es cierto que no ha conseguido un compromiso definitivo para que se le abran las puertas como nuevo miembro –es candidato desde 1999–, pero ahora cuenta con que muy pronto recibirá un nuevo paquete de ayuda económica como polémico pago por su tarea de controlar la puerta de salida hacia la UE de los millones de personas desesperadas que malviven en su territorio, así como que se concrete finalmente la aspiración turca de que sus nacionales puedan entrar en el territorio de los Veintisiete sin necesidad de visado y que se actualice (mejorándolo) el régimen de unión aduanera vigente desde 1995, permitiéndole una entrada más amplia en el mercado comunitario.

Suecia vs. Ucrania

Por su parte, Suecia obtiene las plenas garantías que proporciona el artículo 5 del Tratado de la OTAN y la Alianza termina la tarea de convertir el mar Báltico en un lago propio, dejando a Rusia en una posición aún más difícil para poder salir hacia el Atlántico.

Notablemente distinta es la posición en la que queda Ucrania. Ni siquiera la presencia física de Volodímir Zelenski en la Cumbre sirvió para que Kiev obtuviese un compromiso firme y definido en el tiempo para cumplir su aspiración de sumarse a la Alianza. Jugando con todas las posibilidades que proporciona el lenguaje diplomático, la OTAN ha procurado no desairar a quien la mayoría de sus miembros está apoyando económica y militarmente, pero dejando claro que la entrada no será posible, como mínimo, hasta que termine la guerra.

Garantías de seguridad sin implicar a la OTAN

Cabría decir que, militarmente, Ucrania está sobradamente en condiciones de entrar en la Alianza –¿acaso hay ahora mismo algún otro Ejército con una capacidad de combate más probada?–. Pero, políticamente, es la OTAN la que no está en condiciones de asumir el reto que supondría (entonces sí) estar en guerra con Rusia. En consecuencia, los 31 aliados han optado por dejar abierta la puerta a que quienes lo deseen, como ha hecho el G7 y otros países entre los que figura España, puedan establecer bilateralmente compromisos y garantías de seguridad a Kiev, pero sin implicar formalmente a la OTAN.

En la práctica, eso significa mantener y reforzar las líneas de suministro –como hace Francia al anunciar que entregará misiles crucero SCALP, después de que Londres se adelantara ya con los Storm Shadow y a la espera de que Washington lo haga con los ATACMS– mientras la Alianza pone en marcha un Consejo OTAN-Ucrania similar al que en su día existió con Rusia. Esto permitirá a Kiev contar con una vía directa de comunicación con los 31 para consultas en materia de seguridad y defensa.

Nunca falta en estas ocasiones el debate sobre el reparto de la carga presupuestaria, enmarcado desde 2014 en el compromiso adquirido por los entonces 28 miembros de llegar al 2% del PIB dedicado a la defensa para 2024. Si entonces solo tres países cumplían con dicho objetivo, hoy ya son 11 y otros cuatro pueden llegar a ese nivel antes de que se cumpla el plazo inicial.

En todo caso, y aunque es innegable que se está registrando un generalizado incremento en estos últimos años, es difícil imaginar cómo los aliados de la Unión Europea van a poder cumplir dicho compromiso (y menos aún llegar al 3% que ya se plantea como techo para 2030) en mitad de una dura crisis económica, de una transición energética que supondrá un significativo coste adicional y en vísperas de que se reactive la disciplina fiscal que obligará a reducir los altos niveles de déficit público actuales.

De lo que no cabe duda es de que todo este cúmulo de medidas, por limitadas que puedan parecer, son pésimas noticias para Moscú, reafirmando así el error cometido por Putin al lanzar la invasión. Hoy la OTAN, gracias en buena parte a su empecinamiento, ha recobrado vida. Ya veremos hasta cuándo y hasta dónde nos lleva eso.

Jesús A. Núñez Villaverde – Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)