No hay guerras sin espías. La capacidad de los servicios de inteligencia o de la inteligencia militar de desvelar la estrategia de guerra del enemigo, sus capacidades armamentísticas y los movimientos de tropas en el campo de batalla han sido cruciales en innumerables guerras a lo largo de la historia. En su libro ‘Inteligencia militar’, John Keegan cita un informe conservado en papiro en Tebas que dice: “Hemos encontrado el rastro de treinta y dos hombres y tres burros”. Informaba a las autoridades de la posible presencia de nubios en una zona fronteriza que podían ser una amenaza para el Valle del Nilo. Fue hace cuatro mil años.
Incluso existe una referencia en la Biblia a una misión secreta enviada por Moisés para examinar la tierra de Canaán. Necesitaba información concreta: “Mirad cómo es la tierra y si la gente es fuerte o débil, pocos o muchos. ¿Tienen sus ciudades muros que las rodeen?”.
El mayor éxito consiste en interceptar las comunicaciones del enemigo sin que este se entere de que está siendo escuchado. Aun más, si el otro cree que nadie puede leer sus mensajes al tener un sistema con el que cifrarlos y hacerlos ininteligibles. Cuando eso ocurre, el resultado es una mina de oro que no deja de ofrecer rendimientos. Por eso, fue crucial para la victoria norteamericana en la batalla de Midway en la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo que disfrutaron los británicos al descubrir los secretos de la máquina alemana Enigma.
Ese es el privilegio con que contaba EEUU hasta que se ha conocido la filtración de un centenar de documentos secretos relacionados con la guerra de Ucrania.
La invasión rusa de Ucrania ofreció desde el primer momento el coste de una información de inteligencia incorrecta sobre el objetivo. El FSB ruso tenía como una de sus principales misiones vigilar la situación política de Ucrania. La agencia de espionaje informó al Gobierno de Putin de que la mayor parte de la población ucraniana recibiría con los brazos abiertos a las tropas rusas. Pronto se vio hasta qué punto estaba equivocada. Lo mismo que les ocurrió a los norteamericanos en Irak.
Moscú debe de ser consciente de que Estados Unidos cuenta con inmensas capacidades de espiar a aliados y enemigos por medios electrónicos sin necesidad de que un espía atraviese una frontera y empiece a operar de forma encubierta. Obviamente, sus servicios de contraespionaje tienen como misión impedirlo, en especial si el presidente del país es un antiguo espía al que no conviene decepcionar.
La filtración conocida en las dos últimas semanas revela que EEUU ha tenido acceso a planes militares rusos, a veces incluso en tiempo real, a través de la interceptación de sus comunicaciones. “La comunidad de inteligencia de EEUU ha penetrado en los militares rusos tan profundamente que puede avisar a Ucrania con antelación de los ataques y puede valorar con fiabilidad la fortalezas y debilidades de las fuerzas rusas”, según The Washington Post, que ha podido revisar decenas de esos documentos.
Washington supo que el FSB está muy molesto con la cúpula militar por la escasa información que facilita de la marcha de la guerra a otros organismos de seguridad rusos. Eso incluye el número propio de bajas. Que Putin se reunió con el ministro de Defensa y el dueño de Wagner para que resolvieran sus diferencias. Que las unidades de élite del Ejército han sufrido tal pérdida de efectivos en los combates que tardarán años en recuperarse. Que los espías rusos creen haber llegado a acuerdos de colaboración muy fructíferos con los Emiratos Árabes, un aliado tradicional de EEUU en Oriente Medio. Que Egipto, otro aliado, estaba dispuesto a vender munición a Moscú.
Los documentos han ofrecido una prueba documental sobre el número de tropas de países de la OTAN que operan en territorio ucraniano. En concreto, 97, según un informe del 28 de febrero, procedentes de Reino Unido –que contaba con el número mayor, cincuenta–, EEUU, Letonia y Francia. Es exagerado considerarlo un salto cualitativo que pudiera provocar una respuesta de los rusos. Muchos de ellos son miembros de las Fuerzas Especiales que protegen a los altos cargos políticos y militares que visitan el país o sus embajadas. El dato no admite comparación con la inmensa ayuda militar que los gobiernos occidentales han entregado a Ucrania.
La filtración también permite saber que EEUU está espiando a los ucranianos a los que ha entregado una ingente cantidad de ayuda militar para la guerra. La razón reside en un hecho sorprendente mencionado por varios medios que tuvieron acceso a la filtración: “El material refuerza la idea que fuentes de inteligencia ya habían reconocido. EEUU tiene un conocimiento más claro de las operaciones militares rusas que de los planes ucranianos”, llegó a contar The New York Times.
Lo más dañino para la relación entre Washington y Kiev es que se confirma lo que hasta ahora había aparecido en algunos artículos citando a fuentes anónimas que lo explicaban con cautela y sin ganas de provocar un titular espectacular. La inteligencia de EEUU duda de que la ofensiva ucraniana de primavera vaya a tener éxito, según un documento marcado como “alto secreto” y que está fechado en febrero. La fortaleza de las defensas rusas, preparadas desde hace tiempo, “unida a las deficiencias ucranianas en el entrenamiento (de las tropas) y el suministro de municiones probablemente harán difícil el avance y aumentarán las bajas durante la ofensiva”.
La valoración contrasta claramente con los comentarios públicos de los altos cargos norteamericanos, que se muestran confiados en que la ayuda militar entregada sirva a Kiev para expulsar a los rusos de su territorio, incluida la península de Crimea. El documento, por el contrario, sólo cree que la ofensiva permitirá “ganancias territoriales modestas”.
Si esa ofensiva que aún no se ha producido tiene pocas posibilidades de éxito, es más probable que la guerra continúe a lo largo de este año y se prolongue hasta 2024, una perspectiva muy deprimente que en teoría podría cuestionar la política favorable a Ucrania en algunos países europeos.
Hay otro dato que plantea dudas sobre el futuro militar que le aguarda a Ucrania. La red de defensa antiaérea del país se encuentra al límite de su capacidad por la carencia de misiles. A finales de febrero, se calculaba que los misiles que suponen el 89% de esas defensas contra aviones podrían acabarse a principios de mayo al ritmo que se estaban consumiendo en esa fecha. Sin esa protección, la Fuerza Aérea rusa podría ser un factor decisivo en la guerra, lo que no ha sido hasta ahora.
Según una estimación del Pentágono, Rusia cuenta con 485 aviones en el escenario ucraniano frente a 85 ucranianos. “El Ejército ruso ha sido destrozado. La Fuerza Aérea rusa, no”, dijo en febrero el general Mark Milley, jefe de las Fuerzas Armadas en EEUU.
Esos documentos parten de informaciones conseguidas por agencias como la CIA o la NSA que se envían al Pentágono, por lo que no hay que tomarlos como hechos irrefutables. Los espías también se equivocan, como se ha demostrado en la historia. El mayor fracaso consiste en ser incapaz de mantener la confidencialidad de su transmisión en la cadena de mando.
EEUU se mantiene en el peor de los mundos. Un sistema que clasifica como secreto o confidencial un número exagerado de documentos y que al mismo tiempo se ve obligado a permitir que centenares de miles de personas necesiten contar con acceso a todo o parte de ese material.
Hace doce años, Chelsea Manning era un cabo destinado en una unidad de inteligencia militar en Irak. En su ordenador, podía leer y guardar copias de los telegramas diplomáticos enviados por las embajadas desde años atrás. Su trabajo le obligaba a saber lo que estaba ocurriendo a menos de cien kilómetros de Bagdad, pero resulta que también podía acceder al contenido de lo que las embajadas en París o Ankara enviaban a Washington.
La situación se ha repetido ahora, aunque el perfil de la persona presunta responsable de la filtración sea muy diferente. Jack Teixeira era un joven militar de 21 años de bajo nivel en la Guardia Nacional Aérea de Massachusetts. Como se ocupaba de tareas de mantenimiento de los servidores de su departamento de inteligencia, tenía acceso a toda la red de comunicaciones de la inteligencia militar y de las diecisiete agencias de inteligencia de EEUU.
La suya no fue una operación de espionaje digna de una película. Bajó los documentos que le interesaban, los imprimió, plegó los papeles, los fotografió en casa y subió las capturas al foro de un grupo de ‘gamers’ que también se interesaban en asuntos relacionados con armas y guerras. For the lulz. Para impresionar a los amiguetes.
La CIA y la NSA están muy interesadas en reclutar a jóvenes para sus departamentos tecnológicos. Aún no tienen bien controlada la cultura de internet. Quizá ocurra que hay rincones de internet a los que ni siquiera el Gobierno de EEUU puede acceder, simplemente porque son demasiados. “Después de las filtraciones de Snowden en 2013, se suponía que esto no tenía que volver a suceder”, ha dicho a este diario Glenn Gerstell, consejero general de la NSA entre 2015 y 2020.
Ha vuelto a suceder y en mitad de una guerra. Está claro que la maquinaria militar y de inteligencia de EEUU genera más secretos de los que puede digerir.