“No me puedo creer que lleve casi un año sin entrar a un cine”, dice un espectador mientras busca su asiento antes de que empiece la película. La sala está agotada, que no llena, ya que en Nueva York solo se puede vender el 40% de las entradas.
En AMC, la cadena de cine más grande del mundo, la mascarilla es obligatoria, pero está permitido quitársela para comer o beber. Esto se traduce en que si un cliente compra el tamaño grande de palomitas y bebida puede estar toda la película sin hacer uso de ella. “Sí, por supuesto. Compramos palomitas”, dice a la salida del cine Daniel Mazur. “Teníamos mucho espacio. Nos sentimos seguros en todo momento”, añade al ser preguntado sobre si la pandemia del coronavirus le hizo meditar a la hora de comprar o no comida.
Otros cines, como IFC Center, han decidido aumentar las medidas de seguridad que impone la ciudad y la mascarilla es obligatoria en todo momento. “No se permite comer ni beber, y no hay espacios disponibles para la venta, por lo que no hay excepciones a la política de cubrirse nariz y boca”, resalta la compañía en un comunicado.
Nueva York fue la primera gran ciudad que sufrió la pandemia hace un año en Estados Unidos y, después de la primera reacción criticada como tardía, ha sido el lugar más cauto y que ha conseguido evitar los niveles de muertes y hospitalizados de otras regiones pese a su densidad de población. Tanto la ciudad como el resto del estado han mantenido cines, teatros, óperas y salas de conciertos cerrados. Nueva York ha renunciado a uno de los principales motores de su economía, el cultural, para controlar la pandemia. Los interiores de restaurantes y bares también han estado cerrados la mayoría de este último año. Las pocas actividades sociales que se han mantenido se han trasladado al exterior, incluso en lo más crudo del invierno, porque la principal vía de contagio del coronavirus es a través del aire y el virus se concentra en espacios cerrados.
Evadirse de la pandemia
Mazur, un técnico de laboratorio, decidió acudir a las salas el mismo día de su reapertura, el viernes 5 de marzo, para ver Nomadland, película que narra los viajes de Fren –Frances McDormand– en su camioneta. Una de las razones por la que él y su pareja se decantaron por ver esta producción fue porque querían “escapar” y “viajar” por el oeste de los Estados Unidos para evadirse por unas horas de la realidad de la pandemia.
La pareja de neoyorquinos no se acuerda de si ha visto una película de estreno en alguna plataforma de streaming durante los últimos meses de confinamiento. “Son todos recuerdos borrosos, todos los días se juntan. Hemos visto muchas series y películas, pero no me acuerdo de si eran nuevas o no”, dice. Sin embargo, la memoria no le falla para recordar la última película que vio en una sala, Retrato de una mujer en llamas, en febrero de 2020.
Otra de las preguntas que la gente se hace antes de comprar una entrada es dónde es más seguro sentarse para evitar el contagio del virus. “Nos sentamos en la parte de atrás del cine. Por lo general siempre elegimos ese sitio, incluso antes de la pandemia”, explican Harry Wechsler y Madison Dietrich, quienes el sábado fueron al cine para ver Raya y el último dragón, la última película de Walt Disney que se estrenó el pasado 5 de marzo en lugar del previsto 25 de noviembre de 2020.
Esta pareja describe la velada más como un evento que como “simplemente ver una película” y cuentan que llegaron 45 minutos antes para tomarse unas copas en el bar del cine. “Echo de menos salir y me gustó esta experiencia, fue divertido”, dice Dietrich. Pese a que los teatros de la ciudad continúan cerrados, desde hace un par de semanas ya se puede comer dentro de los restaurantes y bares con limitación de aforo.
A la salida de un cine en el East Village, barrio en el corazón de Manhattan, Peter McRichard, detalla que ha ido cada día del fin de semana a ver una película, ya que le quiere sacar el máximo partido a ser miembro de de AMC –que le permite ver tres producciones a la semana por unos 23 dólares (unos 20 euros)– y que su miedo al coronavirus terminó cuando recibió la primera dosis de la vacuna.
La película que decidió ver el domingo fue Wonder Woman 1984, película sobre la superheroína que está disponible en streaming. “Es más divertido ver las películas en la gran pantalla. Me gusta concentrarme en lo que pasa. Si la hubiese visto en casa, probablemente la hubiese parado a medias y luego me hubiese olvidado de ver el resto
El sacrificio de la reapertura
Adam Aron, el director ejecutivo de AMC contó a The Wall Street Journal que cuando pudo abrir aproximadamente la mitad de sus cines se dio cuenta de que perdía más dinero, unos 125 millones de dólares al mes (más de 105 millones de euros), que cuando sus salas estaban cerradas. Aún así, el empresario pensó que valía la pena mantener abiertas las salas para mostrarle a los clientes que la compañía, que el año pasado cumplió un siglo y tiene 1.000 cines en todo el mundo, aún está en funcionamiento.
No obstante, un golpe de suerte coordinado por un foro de la red social Reddit ayudó a que la compañía remontara. A finales de enero, en el lapso de 72 horas, las acciones de AMC se elevaron al 467 %. El hashtag #saveamc (salva a AMC) y varios memes que mostraban un fotomontaje de un cine de la cadena en la luna tomaron internet. Aunque las acciones se desinflaron cuando la fiebre por AMC bajó, la cadena consiguió reducir 600 millones de dólares (más de 504 millones de euros) de sus deudas.
Algunos de estos pequeños inversores dicen que compraron acciones de la empresa porque querían desafiar los sistemas de la bolsa y ganar dinero, pero otros apuntaron al factor de la nostalgia. “Debido a la nostalgia, esencialmente, de Estados Unidos, esperas que los teatros se recuperen, especialmente AMC”, dijo al periódico financiero Anton Torres, un técnico de 33 años que compró acciones de la compañía en dos ocasiones.