El piso de Rolando Espinoza está lleno de cubos. Usa el agua con la que lava la ropa para fregar los suelos, y después ésta para la cisterna del baño. No tiene otra alternativa que reciclar el agua. Desde hace cuatro años, su principal forma de abastecimiento son los camiones cisterna de 20.000 litros que pagan entre los 27 departamentos de su unidad habitacional en Iztapalapa, una de las zonas más populares de la Ciudad de México y también de las más afectadas por la sequía. Espinoza, como muchos vecinos, solo tiene suministro dos veces por semana, durante tres horas. Han tenido tiempos peores, cuando les caía un par de veces al mes y los camiones cisterna no llegaban. Aun así es insuficiente por mucho que la dosifiquen y reutilicen.
Como cada año en temporada seca de diciembre a abril, la Ciudad de México, una de las urbes más pobladas del mundo, vive al borde del colapso hídrico. En los medios nacionales aparecen a diario noticias relacionadas: desde camiones cisterna de agua custodiados por patrullas para que no la roben hasta vecinos haciendo fila para llenar sus bidones de plástico o cortando las calles para protestar por el desabastecimiento. Casi la mitad de la población de la zona metropolitana no tiene acceso al agua potable y el 20% recibe el agua por tandeo, un porcentaje que podrían alcanzar el 70% para el 2030 si no se corrige esta tendencia. En Xochimilco, en el sur de la ciudad, más de 11.000 hogares ni siquiera tienen conexión a la red de agua potable y sus habitantes bajan a diario de los cerros a las fuentes para cargar en burros su suministro.
El Día Cero será aquel en que el sistema de gestión hídrica no tenga la capacidad de abastecer de agua a la población. La falta de lluvias provocadas por la emergencia climática, que deja las presas bajo mínimos, la complicada ubicación de Ciudad de México sobre varias lagunas desecadas y la mala gestión aproximan a la urbe a esta fecha. Algunas estimaciones la sitúan en 2028. Otras, en 2050. En ambos casos, las previsiones son alarmantes. “Es evitable pero ninguna de las soluciones son rápidas ni baratas”, señala Roberto Constantino Toto, coordinador de la Red de Investigación en Agua de la Universidad Autónoma Metropolitana (Red AgUAM).
Dos tercios del agua que se distribuye en el valle proviene del subsuelo y el tercio restante se importa por el trasvase de otras cuencas por el sistema Lerma-Cutzamala. Se trata de siete presas que almacenan agua de las lluvias y los ríos. Este agua recorre más de 300 kilómetros de túneles y acueductos (no en su mejor estado), y se bombea para superar más de 1.000 metros de altura hasta llegar a la capital. Esta ingeniería genera una gran huella ecológica. Con la energía que conlleva se podría iluminar Barcelona durante un año.
Las presas que abastecen la ciudad se encuentran en mínimos históricos, por debajo del 40% de su capacidad, y los pozos y acuíferos también están en déficit por la sobreexplotación y la falta de lluvias. Todas las alcaldías de Ciudad de México, además de 120 de las 125 del Estado de México, presentan sequía severa (un problema que se extiende por todo el país), según el último reporte de la Comisión Nacional del Agua. Sin embargo, no es un problema nuevo. “Este país enfrenta sequías prolongadas desde el siglo XIX. Es algo con lo que vivimos pero nos comportamos como si tuviéramos el mismo volumen de agua que Canadá, Rusia o Brasil. Es el momento de un cambio”, remarca Constantino.
Una ciudad inundada y sedienta
Un pequeño islote en un lago salado fue el lugar en el que los mexicanos decidieron establecer la capital de su imperio en el siglo XIV, la antigua Tenochtitlán, origen de la actual Ciudad de México. Tenochtitlán es uno de los pocos emplazamientos humanos que se fundaron en un espacio sin agua potable. Para compensarlo, sus habitantes disponían de una impresionante ingeniería hídrica.
Texcoco es uno de los cinco lagos que conforman la cuenca, rodeada de montañas y volcanes, que ahora está cubierta de asfalto. Hoy en día, Ciudad de México es una megaurbe de más de nueve millones de habitantes, pero la mancha urbana sigue mucho más allá. La Zona Metropolitana del Valle de México abarca 3.500 kilómetros cuadrados de tres estados distintos, y por ella se mueven 22 millones de personas, que caminan sus calles cimentadas en esta tierra inestable y sísmica, que se hunde un promedio de nueve centímetros al año.
“Tenochtitlán se construye sin agua potable y, después, siendo totalmente acuática se convierte en una ciudad seca”, apunta Jessica Ramírez, historiadora del Colegio de México. Cuando en 1521 Hernán Cortés llegó, encontró una “ciudad anfibia” que convivía perfectamente con el entorno. Se movían en barcazas por canales entre las chinampas, islotes artificiales hechos para el cultivo, regulaban el nivel del agua por un sistema de presas y traían el agua potable desde tierra firme para sus cerca de 200.000 habitantes. Pero los caballos y el ganado necesitaban espacio. Cada vez fueron secando más canales y talando los bosques. Mala idea para contener las lluvias. La inundación de 1629 mantuvo la ciudad bajo el agua durante cinco años. Desde antes, ya empezaba a gestarse la idea de desecar los lagos por medio de un desagüe artificial que sacara el agua de la ciudad, llamado el tajo de Nochistongo, que ya fue polémico en su momento.
Durante el gobierno de Porfirio Díaz se construyó otro drenaje y, hoy en día, este agua se bombea fuera del valle. “Al secar el lago se rompió la dinámica ecológica que permitía que hubiera, por ejemplo, más humedad, lo que genera lluvia que se puede colectar. Ya no tenemos ríos en la ciudad”, dice Ramírez. Así es cómo trae el agua de fuera mientras saca su propia agua de dentro. “La paradoja es que la Ciudad de México es una ciudad inundada y una ciudad sedienta”, agrega Ramírez, para quien los problemas actuales de suministro son solo “el final natural de una historia de decisiones que no fueron fáciles de tomar”.
La ecología y la tubería
No hay ningún sistema en el mundo que no tenga pérdidas de agua. El acuerdo de lo que es aceptable ronda el 10-15%, pero lo que se fuga en el valle es similar a lo que se importa del sistema Lerma-Cutzamala. La solución del presidente saliente Andrés Manuel López Obrador pasa por replicar este modelo y seguir trayendo el agua de afuera, desde otras cuencas en el vecino estado de Hidalgo. Sin embargo, mientras no se arreglen estas tuberías, la estrategia se irá por el desagüe.
Ante esto, mientras siguen dependiendo del agua importada, muchos apuntan al cielo. “Necesitamos aprovechar el agua que le cae a la ciudad y no se infiltra al acuífero por estar cubierto de asfalto, darle un tratamiento adecuado y construir una visión de reutilización”, señala Constantino, quien apunta a que esto debe hacerse “a gran escala y no como el acto individual del ciudadano que instala en sus propios techos”.
Isla Urbana es uno de estos proyectos de cosecha de lluvia, granitos de arena con una visión de cambio de paradigma. Desde hace una década, realizan instalaciones en viviendas y escuelas para que la población pueda ir sobrellevando esta crisis del agua. “Necesitamos un pensamiento sistemático que integre la ecología y la tubería”, explica Enrique Lomnitz, director general de Isla Urbana. “Las instituciones de manejo de agua solo miran la infraestructura gris pero el agua no aparece mágicamente en el tubo. La infraestructura verde debe estar en los dos extremos: el agua debe de nacer en un bosque, puede entrar en el tubo que la mueve y la potabiliza y la bombea, y después de salir del sistema se tiene que reintegrar a la naturaleza”.