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Análisis

Si Israel se llamase Rusia

Familiares de asesinados en un ataque de Israel en el campo de refugiados de Nuseirat el pasado 16 de octubre

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En marzo de 2023, la Corte Penal Internacional (CPI) emitió una orden de detención por crímenes de guerra contra el presidente ruso, Vladímir Putin, por sus acciones en Ucrania. “Está justificado y es un punto muy importante”, dijo entonces el presidente de EEUU, Joe Biden. Un año después, el fiscal de la CPI solicitó otra orden de detención contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y su ministro de defensa, Yoav Gallant, por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Entonces la respuesta de Biden fue radicalmente diferente: “Es intolerable”.

En marzo de 2022, el Gobierno de Biden también celebró las medidas cautelares impuestas por la Corte Internacional de Justicia (CIJ), que ordenó a Rusia detener sus operaciones militares en Ucrania, asegurando que el máximo tribunal de la ONU “juega un papel fundamental en la resolución pacífica de conflictos”. Cuando dos años después el mismo tribunal dictó medidas cautelares para que Israel detuviera su ofensiva en Rafah, EEUU guardó silencio, Israel ignoró la orden y Biden se vio forzado a defender la operación israelí –que antes había calificado como una “línea roja” para Washington y en ese momento la definía como una ofensiva “limitada”–.

Hay más. Cuando Putin anunció la anexión ilegal de Donetsk, Jersón, Lugansk y Zaporiyia, Biden salió el mismo día anunciando nuevas sanciones. “EEUU condena el intento fraudulento de anexionarse territorio soberano ucraniano. Rusia está violando la legislación internacional, pisoteando la Carta de Naciones Unidas y mostrando su desprecio por las naciones pacíficas de todo el mundo”, dijo. Pero cuando en julio de este año la CIJ declaró “ilegal” la ocupación israelí de Palestina y definió la política de Israel como un intento de “anexión” que viola el principio de la prohibición del uso de la fuerza en las relaciones internacionales y cuyo objetivo es “crear efectos irreversibles sobre el terreno” para “permanecer indefinidamente”, EEUU criticó el dictamen de la corte, calificándolo como demasiado “amplio” y afirmando que “complica los esfuerzos para resolver el conflicto”.

Con base en el dictamen de la CIJ, la Asamblea General de la ONU aprobó poco después una resolución denunciando la “violación” israelí de la integridad territorial de los territorios palestinos. Aislado, EEUU votó en contra del texto, junto a solo otros 13 países en todo el mundo. En el caso de Ucrania, sin embargo, fue uno de los principales promotores de una resolución aprobada por una amplísima mayoría en la Asamblea General en defensa de los “principios de soberanía e integridad territorial representados en la Carta de la ONU”, dijo entonces Biden. “La historia nos observa. La falta de apoyo a Ucrania en este momento crítico no se olvidará”, añadió.

También hay cierto desequilibrio en las reacciones de Washington ante los ataques contra cascos azules desplegados en distintas partes del mundo. En marzo, ocho soldados de la misión de paz de la ONU en Congo resultaron heridos en un ataque. “El silencio de la comunidad internacional ante acciones tan descaradas —de uno de los principales participantes en el mantenimiento de la paz de la ONU [Ruanda]— es igualmente consternador”, decía entonces el embajador estadounidense en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Ese mismo silencio ha guardado Biden tras los continuos ataques “deliberados” de Israel contra los cascos azules desplegados en Líbano. En una rueda de prensa sobre el huracán Milton, un periodista preguntó al presidente si EEUU está pidiendo a Israel que deje de atacar a los soldados de la ONU, a lo que Biden contestó de manera escueta: “Total y absolutamente”. Por su parte, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, sólo declaró su “gran preocupación” por esos ataques, sin profundizar más sobre las implicaciones de un ataque contra las fuerzas de paz, mientras decenas de países en todo el mundo han condenado las acciones ilegales de Israel y su petición de retirada de la misión de la ONU.

EEUU y la UE han impuesto varias rondas de sanciones “sin precedentes” contra Rusia por su agresión a Ucrania y la violación del derecho internacional. No así contra Israel, aunque el discurso del alto representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, se ha distanciado mucho de la línea estadounidense —e incluso de la línea de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen—.

Tanto para Biden como para Von der Leyen, el único culpable de la situación de los palestinos en Gaza es Hamás. Así lo reflejaron ambos en sus discursos en ocasión del primer aniversario de los ataques del 7 de octubre contra Israel, en los que Hamás mató a más de 1.200 personas y secuestró a otras 250, la mayoría de ellos civiles.

El nuevo (des)orden internacional

En su página web de apoyo a Ucrania, EEUU —que ha impuesto multitud de rondas de sanciones contra los líderes rusos desde el inicio de la invasión, mientras se ha dedicado a defender públicamente las acciones de Israel en Gaza— argumenta que “todos los miembros de la comunidad internacional están sujetos a normas comunes y deben afrontar las consecuencias si incumplen sus solemnes compromisos”.  “Estos principios se extienden más allá de Ucrania. Estos principios se extienden más allá de Europa. Estos principios son la base del orden internacional que EEUU y nuestros aliados y socios hemos construido juntos y hemos sostenido”.

“Lo que Ucrania y Gaza están poniendo a prueba es el pretendido universalismo moral en el que se basa el orden internacional y su traducción en estándares comunes en el derecho internacional”, señala a elDiario.es José Antonio Sanahuja, catedrático de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid. “Ese universalismo moral debiera llevar a la condena de los agresores, así como de quienes con su conducta en las hostilidades violan el Derecho Internacional Humanitario”.

Por su parte, Carlos Corrochano, profesor de teorías críticas de las Relaciones Internacionales en la universidad Sciences Po de París y autor del libro Claves de política global (Arpa), sostiene que “el discurso del universalismo ha sido usado históricamente por las élites occidentales para justificar proyectos y fines imperiales y coloniales”. “Pero ese universalismo eurocéntrico no es el único universalismo posible. Como todo concepto político, el significado de lo universal está en disputa y la izquierda debe recuperarlo como campo de batalla, brújula moral y horizonte político”, añade en declaraciones a este periódico.

“Esta complejísima operación debe partir de una condena de cualquier doble rasero. Esto es: la condena más firme y enérgica, por supuesto, ante la hipocresía del establishment europeo, que no tiene problemas en condenar en los términos más enérgicos la agresión imperialista de Rusia a Ucrania, mientras legitima el inexistente ‘derecho a responder’ del régimen de [Benjamín] Netanyahu. Pero también al doble rasero de la izquierda campista que, pese a condenar el genocidio en Palestina, se muestra indulgente ante la agresión rusa en Ucrania”, sostiene Corrochano. 

Sanahuja afirma que lo que estamos viendo en los conflictos actuales es “la quiebra de las normas más básicas del orden internacional”. “Vuelve la guerra de conquista frente al principio de soberanía e integridad territorial, se reafirma el apartheid (al menos para quienes no han querido verlo) y volvemos a tener ante nosotros crímenes de lesa humanidad, a escala masiva, o la violencia genocida”, dice el catedrático. Mientras tanto, “Naciones Unidas se revuelve en la impotencia y ejercicios tan necesarios y loables como el reciente 'Pacto para el Futuro' podrían ser una suerte de orquesta del Titanic que intenta mantener vivo el multilateralismo cuando ya está hundiéndose”, agrega.

“Me refiero a esta situación como un nuevo ‘interregno’ en el que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no puede nacer”, dice Sanahuja. En este contexto, “la política internacional se torna aún más realista y cínica, y esa es la actitud que, más allá de las elites, adoptan las sociedades”.

Cementerio o esperanza del derecho internacional

Buena parte de la sociedad civil palestina e internacional está luchando para que Gaza no se convierta en el “cementerio del derecho internacional”, como decía a elDiario.es el reputado abogado palestino Raji Sourani. Frente al doble rasero de EEUU y sus aliados europeos, ese derecho internacional se ha convertido en la última esperanza.

“A pesar de sus numerosas trampas y numerosísimas limitaciones, el derecho internacional es una de las herramientas que con más facilidad puede ser redirigida hacia fines progresistas”, dice a elDiario.es Corrochano. “El derecho internacional, pese a la sombra que se cierne sobre sus orígenes coloniales, es la única brecha en el sistema-mundo actual que nos permite incidir y avanzar hacia uno diferente, el único lenguaje común que puede darnos victorias puntuales en un orden global que nos es adverso”, explica.

“En los últimos meses hemos comprobado los límites de las instituciones del derecho internacional, sea la CIJ o la CPI, pero también hemos visto que el derecho internacional puede producir discursos impensables poco tiempo atrás, que puede ponerse al servicio de causas emancipadoras y que su contenido está realmente en disputa”, señala el profesor de Sciences Po.

Corrochano cree que el discurso ha cambiado por completo tras la guerra de Gaza. “Esta hipocresía tan solo ha ahondado en el descrédito de Occidente. El ‘orden global basado en reglas’ que las élites occidentales dicen defender es hoy defendido, en realidad, por una gran parte del Sur Global”. La demanda de Sudáfrica contra Israel por genocidio en la CIJ es el ejemplo perfecto, sostiene. “Ya lo dijo [Gustavo] Petro en pleno Foro de Davos: ‘La consigna libertad, igualdad y fraternidad que popularizó la Revolución francesa ya no tiene su sede en París, sino en Sudáfrica'”.

En este sentido, Sanahuja afirma a este periódico que también esos dobles estándares existen igualmente en el Sur Global. “Se habla de la quiebra moral y política del internacionalismo liberal de Occidente —y es real y tal vez irreversible, como argumentan P. Mishra o C. Nguyen—, pero el Sur Global, los países árabes, etc. también han incurrido en dobles estándares y en el uso hipócrita, parcial y selectivo de los argumentos legitimadores en defensa o para criticar a unos y otros. Ucrania tiene algún apoyo, insuficiente y muy medido, pero Palestina, en particular, está muy sola”.

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