Stefania Giannini levanta el teléfono con preocupación. Desde su confinamiento en París, lo primero que hace tras responder a la llamada es lamentar “las tristes noticias” que llegan desde España. Las mismas, dice, que las que deja la epidemia de coronavirus en su país, Italia. “Es una situación muy complicada para todos”, sostiene.
Giannini está siguiendo de cerca el impacto del cierre de centros educativos en todo el mundo como medida de contención del virus. Desde mayo de 2018, es subdirectora general de educación de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), el mayor cargo de responsabilidad de la ONU en el ámbito de la educación. Antes fue profesora de lingüística y ministra de Educación en el Gobierno de Matteo Renzi, entre 2014 y 2016.
Se trata de una “crisis sin precedentes e inesperada”, reconoce. El escenario es muy complejo, sin final a la vista. Las medidas de cierre de colegios y universidades están alterando calendarios escolares, pero el impacto trasciende lo educativo. Los países no solo tienen que aplicar modalidades de enseñanza a distancia para evitar que el aprendizaje se interrumpa. Además, deben abordar las dimensiones sociales de la crisis que afecta a los menores de muchas formas. El confinamiento obligatorio les impide ver a sus compañeros y las actividades de socialización. Muchos niños y jóvenes, especialmente los que provienen de entornos empobrecidos, dependen de las comidas escolares para una nutrición saludable, recuerda la Unesco. También han alertado de que la medida tendrá mayores efectos en las niñas.
Desde principios de marzo, la organización internacional ha estado reuniéndose con ministros, impartiendo seminarios y dando seguimiento a la clausura de escuelas, que se ha extendido a una gran velocidad por todo el mundo para hacer frente a la pandemia. Durante semanas, la lista se ha actualizado prácticamente a diario. El 4 de marzo había 300 millones de alumnos afectados en una veintena de países. En menos de un mes ya son más de 1.500 millones los estudiantes desde primaria a universitarios que están fuera de las aulas en 188 países. Son casi el 90% de la población estudiantil del mundo, según sus datos. A ellos se suman 60 millones de profesores. El mapa de las aulas vacías está casi completo.
Cuando empezaron a documentar las cifras del impacto del cierre educativo, ¿se imaginaban que íbamos a llegar a una situación de esta magnitud?
Empezamos con el primer informe hace unas semanas y nadie podía imaginarse lo que iba a pasar a los pocos días, el crecimiento hasta los 1.500 millones. La cuestión central que estamos abordando en esta crisis es la salud, pero esto también tiene un impacto en la educación. Desde el principio teníamos la impresión de que podría convertirse en una crisis enorme y sin precedentes. Y eso es lo que está sucediendo. Por eso, inmediatamente después, decidimos enfrentar estar circunstancias insólitas en la educación. Hemos tenido que tomar algunas medidas excepcionales, como lanzar una Coalición Mundial por la educación -formada por Naciones Unidas, sector privado, sociedad civil- para responder.
¿Cuál es su análisis?
Es una crisis enorme, una de las mayores de la historia. Tiene un impacto dramático no solo en la salud, sino en diferentes niveles como el económico. En la educación, tiene dos vertientes. La primera, la necesidad de una reacción inmediata, y esto está muy relacionado con los Ministerios de Educación, intentando tranquilizar a las familias y asegurarse de que gracias a la comunidad educativa, se seguirá adelante y el aprendizaje no se detiene. Las organizaciones internacionales estamos para apoyarles con nuestras herramientas. Este es el lado negativo.
Luego está el lado positivo. Antes del coronavirus, hablábamos dela necesidad de cambiar el paradigma, del uso de nuevas herramientas, de tecnología... Y ahora tenemos que hacerlo bajo presión. Quizás, estamos ante el 'momentum', la oportunidad de repensar el modelo. Estamos obligados a hacerlo. Las lecciones que seguramente vamos a aprender de esta crisis nos pueden ayudar de alguna manera a potenciar mucho más nuestros sistemas educativos, a hacerlos más flexibles y más ágiles, para ver cómo la tecnología puede realmente ayudar y no reemplazar la educación en su forma más tradicional. Es un gran desafío en una situación difícil.
Si echamos un ojo a la historia, ¿hay algún momento comparable a este?
Quizás es la primera vez en que el enemigo no está entre nosotros, no es una cuestión de equilibrio geopolíticos o guerra. El algo realmente fuera de la capacidad de control humana y la consecuencia de esto es bastante singular: hay que buscar un nuevo tipo de solidaridad global. Desarrollar alianzas entre distintos sectores. Mecanismos regionales como la Unión Europea tienen que encontrar la manera de demostrar que son lugares útiles para encontrar soluciones a los problemas de los ciudadanos y no para debatir sobre cuestiones difíciles. Pasa lo mismo para las organizaciones multilaterales. Estamos tratando de hacerlo. Hace dos semanas, organizamos una reunión con más de 70 ministros para debatir cómo se puede abordar el impacto que esto va a tener en la educación. Es un momento único en este sentido. Pero por supuesto, hay similitudes con otras crisis de la historia, como la Segunda Guerra Mundial. Aunque los actores principales o las motivaciones eran totalmente diferentes. Pero después de aquel momento se vio la necesidad de que hubiera algún tipo de gobierno global y un mecanismo de solidaridad también.
El cierre de colegios y universidades ha sido de las primeras medidas que han tomado los Gobiernos contra el coronavirus. En los inicios, siempre sobrevolaba la idea de la proporcionalidad. En este caso entraba el juego el derecho a la educación. ¿Ha sido proporcional?
Es una decisión de los Gobiernos. Por supuesto, no es una decisión fácil de tomar, al revés, es muy dura. Pero en momento de paquetes de medidas tan duras y fuertes como las que vemos ahora y hace unas semanas, tiene sentido. Si queremos que haya distancia social, la escuela es un lugar de contacto entre niños y los profesores. Y es una de las únicas maneras que tenemos ahora para abordar este momento crítico.
Lo que tenemos que hacer, y hacemos, es encontrar la forma más rápida de movilizar a la comunidad internacional y apoyar a los países. ¿Cómo? Propiciando el diálogo entre los sistemas educativos, que están encontrando sus propias formas de abordar la crisis. Y es muy interesante escucharlo. Irán, Italia, China, Francia, algunos países africanos vienen y dicen las herramientas que están usando: no solo el aprendizaje virtual, también usan la radio o los canales de televisión para llegar a los niños más excluidos, por ejemplo. Lo segundo es ofrecer herramientas, plataformas y recursos educativos. Aquí hemos estado sentándonos también con el sector privado. Los proveedores de conexión a Internet y las compañías tecnológicas pueden demostrar su apoyo a los países aceptando los principios éticos de protección de datos y seguridad y prestando servicios gratuitos.
Cerrar los centros educativos y continuar con las clases con la máxima normalidad posible es un desafío enorme. ¿Cómo están respondiendo los países?
Creo que todos los países se sienten parte de una comunidad global que se ha visto profundamente tocada por esta crisis. Hay diferencias en la calidad de las soluciones que se han tomado de manera inmediata. Hay países avanzados en alta tecnología que fueron más rápidos y mejores durante los primeros días a la hora de proporcionar herramientas de aprendizaje virtual a los niños, más o menos en función del nivel del país.
Si miramos al sur, hay países que están luchando más para poder hacerlo. Es nuestra prioridad apoyar a los países en desarrollo. Vemos, por ejemplo, que hay países africanos en los que se está solucionando con radios y canales de televisión. Mientras tanto, lo que tenemos que hacer es reforzar la conectividad, que llegue a donde no está. No es la misma fotografía para todos. La comunidad internacional tiene que encontrar el equilibrio sobre cómo garantizar, al final de este proceso, la educación de calidad.
¿Qué país destacaría por su actuación en este terreno?
Es una pregunta difícil (risas). China, que fue el primer país afectado por el virus, puso en práctica de inmediato una maquinaria impresionante de aprendizaje virtual. En un par de días, casi 200 millones de niños estaban conectados en una plataforma de educación a distancia. Pero después de dos semanas, podíamos hablar ya de otros modelos, como el de Italia, que no ha apostado solo por un sistema de educación virtual, sino también por un enfoque de integración. Ahora enfrenta algunos desafíos en cuanto a equilibrar el norte y el sur y la crisis está golpeando fuerte, lamentablemente. Todo cambia muy rápido. Es un laboratorio de nuevas herramientas y prácticas. Estoy segura de que en unas semanas tendremos una fotografía completa de la situación que nos permita apoyar a los países que van algo por detrás.
¿Qué problemas se están encontrando? ¿Qué efectos colaterales se están repitiendo más?
Hay muchos desafíos comunes. Hay niños y familias que se van a ver más afectados en su derecho a la educación porque no están tan bien equipados para poder continuar con su aprendizaje con plataformas educativas digitales. Hay que encontrar soluciones, algo que estamos haciendo es recurrir a aplicaciones que se pensaron en un primer momento para la asistencia online. Si volvemos a mirar el sur del mundo, esto ocurre en algunas regiones latinoamericanas -que se están viendo cada vez más afectadas por la crisis-. Esto también es una realidad en Europa si nos fijamos en las periferias y la población más excluida.
Después está el impacto en los profesores. No debemos dar por hecho que todos los maestros del mundo están bien preparados y formados en cómo pasar de la enseñanza tradicional, en una clase, con libros y pizarra, a la virtual. Nos estamos centrando mucho en ellos, colaborando con organizaciones de la sociedad civil para que los profesores puedan involucrarse en el proceso de pensar cómo aseguramos que la educación sea de calidad. Está habiendo, además, algunos centros educativos privados que no están garantizando las condiciones salariales durante la crisis. Los sindicatos están denunciándolo y nosotros nos debemos centrar en ello también.
Otro desafío es el nuevo ambiente familiar. Todos estamos experimentando lo que es tener en un mismo apartamento la oficina, con el teletrabajo, y las clases virtuales, además de los miembros de la familia que están haciendo las tareas domésticas. Esto tiene muchas implicaciones sociales y emocionales. Tenemos que ver cómo apoyar a los padres, que ahora tienen un nuevo trabajo. Es diferente recoger a tu hijo después de clase a que te pidan, como madre o padre, estar ahí con ellos, ayudándolos. Quizás el mayor reto está en la educación primaria, porque en secundaria puede que los estudiantes ya estén más experimentados en educación virtual antes de esta crisis sin precedentes. Ahora hay que poner en marcha la enseñanza online para niños muy pequeños, de primaria. Esto tiene componentes emocionales muy importantes.
Ha mencionado la desigualdad. ¿Cómo deben asegurarse los Gobiernos de que ningún estudiante, especialmente los más pobres, se queda atrás? La nutrición, por ejemplo, es un asunto vital, o la brecha tecnológica, como decía.
Exactamente, la nutrición es un asunto muy importante y es parte de nuestra lista de consecuencias más inmediatas del cierre de colegios. Estamos trabajando con la OMS, con el Programa Mundial de Alimentos y Unicef. Hay algunas comunidades que ya se están organizando por su cuenta para encontrar instalaciones en las que asegurar la nutrición de los estudiantes más desfavorecidos. Sobre el acceso a la tecnología, desde el comienzo de la Coalición de Educación gran parte del trabajo se está centrando en cómo podemos garantizar el traslado a las aulas virtuales desde las tradicionales aulas físicas, o que haya plataformas y recursos educativos para todos los niños. Pero el proceso acaba de empezar.
En Italia hay un debate abierto sobre la necesidad de relajar las restricciones para que los niños puedan salir a la calle a dar un paseo. En España, no pueden. Esta es una consecuencia más del cierre de colegios, la falta de socialización o de actividad física durante la cuarentena. ¿Qué piensa?
Sí, esto tiene que ver con lo que mencionaba antes sobre el componente emocional y físico, totalmente. Pienso que es crucial garantizar, tanto como sea posible en las circunstancias en las que estamos, el derecho de los niños al ejercicio físico. Es algo que desde la Unesco estamos analizando porque hay una demanda muy fuerte por parte de los países para que se analice. Por supuesto, también se puede recurrir a clases virtuales para hacer deporte y demás. Pero mi opinión personal es que es importante salir un poco de los espacios cerrados a tomar el aire. Es cuestión de encontrar el equilibrio y encontrar las medidas correctas dadas las circunstancias que tenemos.
Si miramos un poco al futuro, ¿qué debemos tener en cuenta durante la 'vuelta al cole'?
Que estemos enfrentando la crisis en plena crisis no significa que no nos tengamos que anticipar desde ya a la fase de recuperación. Tenemos que asegurarnos de que la educación reciba atención política, compromiso y financiación. Esto es muy importante para nosotros, no queremos que la educación se quede atrás después de la crisis. Y tenemos que ver cómo será la fase de recuperación para los estudiantes y los profesores. Tenemos que observar cómo será el impacto en los niños pasados de unos meses. No sabemos cuánto tiempo tenemos por delante. Así que creo que es vital que anticipemos esta fase de recuperación.
Por otro lado, también es crucial que aprovechemos este momento para mirar más allá de la crisis y ver cómo van a ser nuestros sistemas educativos en un futuro cercano. Cómo deben diferenciarse, tal vez, del modelo tradicional. Y esto está relacionado con el futuro de la educación. Hay un debate muy interesante sobre los nuevos desafíos y las nuevas oportunidades, el cambio de paradigma del aprendizaje y la enseñanza. Pero la presión que tenemos ahora los principales actores de la comunidad educativa es aprovechar este momento. Por ejemplo, con el uso de la tecnología y los principios éticos que tienen que garantizarse.
¿Cuál es el mayor riesgo de decidir echar el cierre a las escuelas?
El riesgo es aumentar las desigualdades, pero la oportunidad es que haya un sentido de la solidaridad y la colaboración más fuerte. Es hora de la colaboración y la solidaridad. Es lo que puede compensar el riesgo de aumentar la desigualdad, que sin duda es lo más peligroso de esta situación.