El sueño de la ‘paz total’ de Petro se encamina al precipicio en Colombia
Tras la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno y las extintas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en 2016, hubo quienes creyeron en la posibilidad de que el país latinoamericano dejara atrás de una vez la abultada historia de violencia. No en vano, se trataba del grupo insurgente más fuerte y con mayor capacidad de infligir dolor.
Pero nada más emprender el proceso de disolución guerrillera, se dio una desbandada de grupos disidentes e inconformes con lo pactado que brotaron bajo nombres como Segunda Marquetalia o el Estado Mayor Central, entre otros. Faltaba, además, desarticular al Ejército de Liberación Nacional (ELN), de raíz castrista y segundo por tamaño y antigüedad. En este punto llegó al poder, a mediados de 2022, el primer presidente de izquierdas en la historia del país: Gustavo Petro. Y con él, un ambicioso plan de diálogos que buscaba englobar bajo el mismo esquema a todas las bandas alzadas en armas.
¿Su nombre? La 'paz total'. La idea es romper con la tradición de negociaciones grupo por grupo. Pero a menos de un año y medio de fin de mandato, los resultados han sido modestos. Este diciembre se llegó a un acuerdo de tregua de 180 días al suroeste del país con una organización llamada frente Comuneros del Sur (disidencia del ELN). Y en Medellín, la segunda ciudad más grande del país, se logró una hoja de ruta de cinco puntos con las 12 principales bandas de crimen organizado de la ciudad.
Enjambre de grupos armados
El historiador Gonzalo Sánchez, doctor por la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París, lo cataloga como un proceso “caótico” y desordenado“. Quizás como la guerra misma. ”Entramos en un punto con varios obstáculos para avanzar. El funcionamiento con un actor [armado], anula la posibilidad de negociación con otro“, dice.
La periodista Juanita Vélez lleva años tras la pista del enjambre de nuevos grupos armados y ha publicado un libro sobre el tema titulado Una guerra después. Cuenta que en este momento hay nueve mesas de negociación activas. “A la 'paz total' le faltó método desde el principio. Una ruta clara en la intención de negociar con todos al mismo tiempo y los desafíos que iba a generar esa simultaneidad. Los negociadores del Gobierno, además, han tenido distintos momentos con apuestas distintas que han implicado que muchos de estos grupos se han fragmentado a nivel local”, asegura la también autora del pódcast Disidencias por Dentro.
Algunas críticas provienen de los antiguos negociadores del Gobierno del expresidente Juan Manuel Santos con las FARC; como el filósofo Sergio Jaramillo, que en diversas entrevistas ha expresado sus reparos. Recuerda que se trata de un instrumento de diálogo que aún no contempla soluciones jurídicas para avanzar con algunas bandas que carecen de estatus político. A su juicio, la disparidad en discursos desprovistos de cartas marcadas aboca estos procesos al fracaso. No es posible, añade, lograr una desmovilización ordenada cuando se pacta con estructuras cuyo mando sobre sus hombres suele ser débil. Juanita Vélez completa el retrato: “Estamos hablando de grupos que están muy degradados. Es muy difícil encontrarles un norte político”.
Se trata de delincuentes envueltos en negocios de minería ilegal y narcotráfico. Los expertos se abstienen aún de hablar de ejércitos. “Todos los grupos necesitan finanzas ilícitas para abastecerse. Pero en estos casos, uno no ve que tengan ningún incentivo de dejar las armas a corto plazo”, precisa Vélez. Su poder se revela en la capacidad de coerción sobre poblaciones rurales vulnerables. Y si bien es cierto que los homicidios han bajado, las cifras de extorsiones y amenazas van en ascenso. “Esto viene de atrás”, detalla Gonzalo Sánchez, “pero la guerra se ha sofisticado y produce un mercado mayor del crimen internacional”.
Otros nudos
Un gran nudo añadido. No hay, argumenta el experto, estrategia de negociación posible que no recoja los inconvenientes de un proceso de globalización potenciado por las redes. “Las riendas de las discusiones están cada vez más por fuera de los gobiernos, o las fuerzas políticas nacionales. Esto hace mucho más difícil prever cómo se puede encontrar una salida a nuestra guerra”. Afirma que cada vez es más complicado hallar incentivos para que grupos ilegales en extremos ricos se desmovilicen. “Su nicho criminal es tan prometedor, en términos económicos, que ya no hay nada que los pueda arrastrar hacia la salida de la guerra”, dice.
Otro escollo pasa por las limitaciones u omisiones del Estado colombiano a la hora de cumplir los puntos del proceso de paz de La Habana. Desde 2016 han sido asesinados 400 guerrilleros de las FARC. El desarrollo de los planes en los territorios afectados por la guerra es desigual. Y el Instituto Kroc de la Universidad de Notre Dame ha calculado un retraso del 50% en la implementación. Con estos antecedentes, los combatientes del ELN, un ejército irregular que ha llegado a tener hasta 6.000 hombres en armas, han navegado por una fase de diálogos llena de tropiezos con ataques contra el ejército y la población civil. En Colombia, pocos dudan de que la búsqueda de la paz es una misión no solo loable sino además ineludible. Pero el descrédito del Ejecutivo ha derivado en un catálogo de críticas desde diversos sectores.
“Ha habido mucha discusión sobre si la estrategia del Gobierno era fragmentar a los grupos desde un principio”, señala Vélez. Un plan para atomizar aún más el reguero de bandas existentes y pacificar sus zonas de predominio; una tesis que Vélez no descarta. Sin embargo, otros analistas del conflicto, como Sergio Jaramillo, aseguran que en realidad se ha facilitado su empoderamiento y control territorial. Por eso, opina Jaramillo, el proceso de negociación colectiva corre el riesgo de dejar fuera de su centro de gravedad a las comunidades víctimas de toda esta violencia.
Hay un punto sobre el que otros analistas han abundado. La tradición en mesas de diálogo pasadas mezcló cierto realismo político sin descuidar el tablero militar. Durante la Administración Santos se repetía como un mantra la tesis de que “nada se ha acordado hasta que todo esté acordado”. A medida que aquellas conversaciones avanzaban, y según las circunstancias, se podía llegar a un alto el fuego. Con la 'paz total' hay un alto grado de consenso en quitar la presión militar a grupos cuyo objetivo es consolidar su dominio. “Este no es un fracaso del Gobierno”, advierte Sánchez, “sino un fracaso del país mismo porque ya hemos intentado varios modelos de negociación y nadie ha dado con la varita mágica para resolver el conflicto”.
La prolongada guerra interna de más de seis décadas ha dejado por el camino unas 450.000 víctimas. La esperanza de resolver los diversos fenómenos de violencia se mantiene viva. Y Vélez trata de extraer alguna luz a 18 meses de las próximas presidenciales del país: “Me parece positivo que se alcancen puntos de acuerdo concretos en algunas de las mesas que se están desarrollando. Si esas propuestas son fuertes, y funcionan como un eje de no retorno para que el gobierno entrante no las desmonte, me parecería muy importante para que el esfuerzo no se pierda. Yo auguro que se puede pacificar algunas zonas. Pero, sin duda, no será la paz total que prometió Petro”.
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