“Sanción”, “bofetada”, “naufragio”. La prensa francesa multiplica los calificativos para ilustrar la pérdida de influencia, casi inaudita para un jefe de Estado, que ha supuesto el resultado de las elecciones legislativas para Emmanuel Macron. Aunque es la fuerza más numerosa de la Asamblea Nacional con 245 diputados, la coalición presidencial Ensemble se ha quedado muy por debajo de los 289 necesarios para reeditar la mayoría absoluta.
La votación ha confirmado, además, la profunda división de la escena política francesa en tres grandes bloques, que prolongan los resultados de la primera vuelta de las presidenciales: centro, izquierda y extrema derecha.
Un Gobierno sin rodillo parlamentario
La primera ministra, Élisabeth Borne, y su Gobierno deberán negociar con otras formaciones cada reforma, un revés inesperado que obliga a revisar todos los proyectos y evaluar su viabilidad y un cambio radical para el presidente y sus aliados, acostumbrados durante su primer mandato al rodillo parlamentario.
Ahora van a tener que acostumbrarse al debate, a la negociación y –probablemente– a la geometría variable. Si bien el bloque de la derecha tradicional, con 74 diputados, podría tener la llave de la gobernabilidad, otra posibilidad, más compleja, es convencer a los diputados socialistas y ecologistas de que se desmarquen de la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (Nupes) y voten con la mayoría presidencial, al menos en ciertas reformas.
La división del nuevo Parlamento supone una situación poco habitual en la política francesa, acostumbrada al poder vertical del presidente, aunque no inédita. El antecedente más cercano se produjo en 1988, cuando el Partido Socialista de François Mitterrand no logró la mayoría absoluta en las elecciones legislativas que siguieron a la reelección del presidente y el entonces primer ministro, Michel Rocard, gobernó en minoría.
No obstante, hay una diferencia importante con la actual situación: el artículo 49.3 de la Constitución –que permite adoptar un texto por decreto, sin votación parlamentaria y bajo responsabilidad del Gobierno– se ha reformado para utilizarse una vez por sesión parlamentaria, así que Borne no podrá disponer de ese arma legislativa tanto como lo hizo Rocard.
La izquierda, ante el reto de mantener la unión
La alianza de fuerzas progresistas no consiguió la mayoría necesaria para imponer a Jean-Luc Mélenchon como primer ministro, pero ha entrado con fuerza en la sede parlamentaria del Palacio Borbón.
Nupes cuenta con 133 diputados: Francia Insumisa (LFI) ha sido la gran beneficiada, de 17 diputados en 2017 pasa a 75 y se convierte en el partido fuerte de la coalición. El PS y el Partido Comunista (PCF) mantienen el número de diputados (27 para los socialistas, 12 para el PCF), resultado que se puede considerar como bueno si se tiene en cuenta el escaso apoyo a sus candidatos en las últimas presidenciales. Aún mejores son los datos de Europa Ecología-Los Verdes (EELV), que pasa de un único diputado a 16.
Ahora, la condición necesaria para que Nupes se asiente como oposición es que los diferentes grupos muestren suficiente unidad de acción. La coalición acudió a las elecciones con el acuerdo de que cada partido tendría grupo propio, aunque este lunes Mélenchon ha propuesto la integración de todas las fuerzas bajo una misma etiqueta, algo que ha sido rápidamente rechazado por el resto de formaciones.
La siguiente prueba de fuerza será la moción de censura contra el Gobierno que Mélenchon ha anunciado para el 5 de julio. No cuenta con los votos suficientes, pero será una muestra del estado de su coalición electoral.
“Se plantea una doble cuestión: la posición hegemónica que va a ocupar Mélenchon sobre Francia Insumisa y la de Francia Insumisa sobre la coalición”, dice a elDiario.es Adrien Broche, profesor en la Universidad de París-Nanterre y politólogo del instituto demoscópico Viavoice. “Pero eso no impedirá que el bloque de oposición de izquierdas se una para actuar, al menos al principio de la legislatura, de forma homogénea contra el Gobierno”.
Se trata de un reto, dado el inesperado resultado de la Agrupación Nacional (AN) de Marine Le Pen, que, con 89 escaños, podría convertirse en el principal partido de la oposición si las formaciones de Nupes no mantienen la cohesión. De hecho, queda en el aire quién dirigirá la comisión de finanzas en la próxima sesión legislativa, un cargo importante en la vida parlamentaria y una responsabilidad tradicional del principal grupo opositor. El partido de Le Pen reclama este puesto.
La fuerte irrupción de la extrema derecha
Nadie esperaba una irrupción tan fuerte de la extrema derecha de la Agrupación Nacional (AN). Las encuestas auguraban un gran crecimiento, pero con un techo de 50 escaños, muy por debajo de los 89 logrados por la formación de Marine Le Pen.
“En las simulaciones de escaños, que son muy complejas, una subestimación de pocos puntos puede resultar en una gran diferencia de diputados”, ha explicado este lunes Brice Teinturier, director de Ipsos, ante los micrófonos de France Inter. “Pero además es una señal de que el partido se ha institucionalizado, el frente republicano ya no se activa y la AN no da miedo. Los malos resultados que lograban en elecciones como las legislativas [en comparación con las presidenciales] ya no ocurren”.
La última vez que la AN había formado grupo en la Asamblea Nacional fue en 1986 –entonces se llamaba Frente Nacional–, cuando Francia experimentó por primera y única vez un sistema de elección proporcional. Tradicionalmente penalizados por la elección a doble vuelta y por una baja implantación regional, en 2017 solo consiguieron ocho escaños. Cinco años después, Le Pen dispone de una base de diputados que le ofrecerá recursos –materiales y humanos– y una exposición sin precedentes.
El frente republicano, más frágil que nunca
En 2016, Macron explicaba en una entrevista en Le Figaro que su implicación política nació en 2002, después de que Jean-Marie Le Pen diese la sorpresa al lograr clasificarse para la segunda vuelta de las presidenciales. Un año más tarde, repetía que la extrema derecha era su gran enemigo. “Por eso quise formar una nueva fuerza política que llamamos '¡En Marcha!”, explica en su libro Revolución.
Pero desde la primera vuelta de las elecciones legislativas, el impulso de Mélenchon hizo que La República en Marcha (LRM) cambiase el tono. En los cerca de 60 duelos de la segunda vuelta que enfrentaron a miembros de Nupes con la AN de Le Pen en cada circunscripción, el partido de Macron prefirió no dar consignas de voto a nivel nacional y afirmó que se juzgaría “caso por caso”.
Era una forma de decir que no se pedía el voto para los candidatos de Francia Insumisa, etiquetados como “contrarios a los valores de la República”, según Élisabeth Borne. “La falta de instrucciones nacionales entre los macronistas para bloquear a la AN ha contribuido a su banalización”, dice el diario Le Monde, que critica en su editorial del lunes “el cinismo de una maniobra miope que en última instancia contribuye a dañar sus propios resultados”.
Abstención histórica
El récord de abstención registrado en la primera vuelta (52,49%) fue superado este domingo: el 53,77% de los electores no acudió a las urnas. La baja participación se ha convertido en un fenómeno masivo y estructural en Francia, que atestigua un rechazo al actual sistema y que requiere reformas democráticas.
Las últimas citas electorales lo confirman: en 2019, casi la mitad de los ciudadanos no votó en las elecciones europeas; en 2020, el 55,25% se quedó en casa en la primera vuelta de las municipales; y en las regionales de 2021, el 66,72%. La única excepción son las elecciones presidenciales, con un 26,31% de abstención en la primera vuelta y un 28,01% en la segunda –aunque en aumento respecto a 2017–. Los expertos subrayan que los mismos segmentos de la población repiten como los que menos participan: jóvenes, no licenciados, obreros y empleados.
La paradoja de la derecha moderada
El partido Los Republicanos (LR) y sus aliados han intentado apoyarse en su implantación local para sobrevivir tras la debacle presidencial de su candidata, Valérie Pécresse. Relegado al cuarto puesto y un papel secundario con solo 74 diputados –sumando a sus aliados de centroderecha UDI–, esto supone un retroceso importante respecto a los 112 del mandato anterior, especialmente para un partido que gobernó el país hasta 2012. No obstante, su papel será decisivo al situarse como posible fuerza bisagra para negociar con la mayoría presidencial el apoyo necesario para que esta saque adelante sus votaciones.
En este sentido la formación de Los Republicanos está dividida entre un ala derecha en busca de alianzas con la extrema derecha de Éric Zemmour y otro sector liberal abierto a pactar con Macron. El alcalde de Meaux, Jean-François Copé, ha abogado por un “pacto de gobierno” con el presidente, mientras que el diputado de los Alpes Marítimos Eric Ciotti ha asegurado que su formación “no será nunca la rueda de repuesto de un poder en decadencia”. El partido está, además, inmerso en una polémica sobre Nicolas Sarkozy, declarado persona non grata por algunos de sus antiguos compañeros por haber apoyado a Macron y sus candidatos.
La primera prueba de fuego del Gobierno
De cara a las próximas semanas, el Gobierno de Borne –que como diputada ha logrado un escaño en Normandía con una victoria menos amplia de lo esperado– afrontará su primera prueba de fuego con un paquete de medidas de apoyo al poder adquisitivo que el Ejecutivo espera aplicar en agosto. Evocando el riesgo de “parálisis institucional” con la Asamblea Nacional, la presentación del texto en el Consejo de Ministros se ha aplazado hasta el 6 de julio, para dar tiempo al Consejo Nacional de Refundación –nuevo órgano de diálogo creado por Macron– a reformular algunas disposiciones.
De momento, los medios franceses ya mencionan la posibilidad de que el presidente disuelva la Asamblea y convoque nuevas elecciones una vez pase el periodo legal obligatorio de un año.