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Afganistán perdona los crímenes del 'carnicero de Kabul'

Sune Engel Rasmussen

Kabul —

El gobierno afgano ha indultado a uno de los señores de la guerra más notorios del país por crímenes del pasado que incluyen atentados terroristas y presuntos crímenes de guerra, como parte de un acuerdo de paz con el grupo que lidera, Hezbi Islami.

El acuerdo, firmado este jueves tras meses de negociaciones, sienta las bases para la vuelta a la vida pública y posiblemente política de Gulbuddin Hekmatyar, que tiene un historial casi inigualable de violaciones de derechos humanos. Entre ellas está el bombardeo indiscriminado de civiles, los asesinatos selectivos de intelectuales y las desapariciones de opositores políticos. Los seguidores de Hekmatyar están acusados de lanzar ácido a mujeres y de tener un centro clandestino de torturas en Pakistán.

En un barrio céntrico y de clase alta de Kabul, un grupo de jóvenes activistas ha organizado una protesta contra el indulto del hombre, conocido como 'el carnicero de Kabul', en el mismo momento de la ceremonia de la firma que se desarrollaba a menos de dos kilómetros. Había letreros en los que aparecía Hekmatyar con sangre saliéndole de la boca y un misil en su nariz que decía: “Nunca perdonaremos al verdugo de Kabul”.

El acuerdo también permite la liberación de prisioneros de Hezbi Islami y obliga al gobierno afgano a pagar la seguridad en dos o tres ubicaciones en Afganistán en las que el grupo puede elegir que se asienten sus líderes.

Human Rights Watch considera que el pacto es “un insulto a las víctimas de graves maltratos”. “El regreso de Hekmatyar agravará la cultura de la impunidad que han promovido el gobierno afgano y sus donantes extranjeros al no perseguir responsabilidades por las muchas víctimas de las fuerzas dirigidas por Hekmatyar y otros señores de la guerra que devastaron buena parte del país en los años 90”, ha manifestado la organización en un comunicado.

Otros ven la inclusión de la oposición armada como un paso necesario hacia la paz. En un barrio de clase obrera de Kabul, cuyos residentes estaban aliados durante la guerra civil con el comandante tayiko Ahmad Shah Massoud, uno de los enemigos de Hekmatyar, las opiniones están divididas.

“Seguir luchando no es una solución”, considera Abdul Samad, un hombre de mediana edad que trabaja en una tienda de harina al por mayor y que vivió los bombardeos de la guerra. “Todo el mundo quiere paz. No solo los humanos. Incluso los animales quieren paz”. Su compañero, Mohammed Zarif, de 25 años, tiene una opinión diferente. Es demasiado joven para recordar la guerra civil, pero dice que a su tío lo mató un misil de Hezbi Islami. “No quiero que Hekmatyar venga a Kabul”, dice. “No es honesto. Entrenará a terroristas suicidas y, si sus seguidores se convierten en diputados, los liberarán de las prisiones”.

Zarif no solo se enfrentará al regreso de Hekmatyar. Tanto él como el resto de contribuyentes ayudarán a financiar la seguridad del líder insurgente. Se cree que la factura de las residencias, vehículos y agentes de seguridad de la cúpula de Hezbi Islami alcanza los 4 millones de dólares (unos 3,6 millones de euros).

Hekmatyar, que lleva escondido desde 1997, aún no ha vuelto a la capital. Ni él ni el presidente del país, Ashraf Ghani, estaban presentes en la ceremonia de firma. En su lugar, el acuerdo lo han rubricado el asesor de seguridad nacional Hanif Atmar, el director del Consejo para la Paz Pir Sayed Ahmad Gailani y una delegación de Hezbi Islami dirigida por el miembro de alto rango Mohammad Amin Karim. Al leer en voz alta el documento, la única representante femenina en el proceso de negociación, Habiba Sarobi, ha comunicado que Ghani y Hekmatyar ratificarán más adelante el acuerdo.

Menos peso militar, más político

La importancia militar de Hezbi Islami ha decaído en los últimos años. En 2013, el grupo perpetró un ataque suicida que mató a 10 afganos y a seis militares estadounidenses, pero fue un hecho poco habitual. En lo político, sin embargo, los afines al movimiento son cada vez más influyentes, y el acuerdo de paz les permite optar a cargos institucionales.

El pacto se llevaba negociando varios meses. El principal escollo, según un agente de seguridad occidental, era una cláusula sobre la retirada de fuerzas extranjeras. Hekmatyar se negaba a firmar un acuerdo mientras haya tropas extranjeras presentes en Afganistán. El documento ahora estipula que las dos partes tienen un desacuerdo a ese respecto, pero que Hekmatyar se compromete a no apoyar el terrorismo.

El acuerdo también obliga a las autoridades afganas a trabajar para sacar a Hezbi Islami de la lista de organizaciones terroristas que elabora la ONU. Estados Unidos catalogó a Hekmatyar como “terrorista global” en 2003 y, ese mismo año, la ONU lo puso en la lista negra a petición de Washington.

Ibrahim Sadruddin, joven soldado de Kabul que está de permiso, cree que invitar a Hezbi Islami a estar del lado del gobierno fortalecería a los cuerpos de seguridad, debilitaría los ánimos de los talibanes y del Estado Islámico y mostraría a los insurgentes que entrar en el proceso de paz podría merecerles la pena.

En ese sentido, el acuerdo de paz de este jueves podría servir de modelo para futuras negociaciones con el principal grupo insurgente del país, los talibanes. A pesar de los esfuerzos coordinados por el gobierno, las conversaciones de paz con los talibanes están inactivas y los radicales no dan señales de apaciguamiento.

Después de llevar más de tres décadas envueltos en un conflicto armado, muchos habitantes opinan que seguir luchando es inútil. “Durante la guerra civil, ningún bando fue inocente”, reflexiona Karima, de 39 años. “Los hazaras, los uzbekos, los tayikos, los pastunes... todo el mundo cometió crímenes”. Cree que la única solución es que los enemigos históricos se sienten a negociar. “Por supuesto que es difícil, pero tenemos que aceptarlos. No hay otra manera”.

Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo