La prueba de fuego para la oposición a Trump será la reacción que tengan cuando el presidente empiece a lanzar bombas y a enviar soldados a morir. Hubo unos cuantos que hablaban en tono preocupado sobre el hecho de que Trump supusiese una amenaza para la paz mundial –incluso insinuando que era un Hitler estadounidense–, pero se encontraron a sí mismos llenos de emoción tan pronto como lanzó misiles a toda prisa contra una base aérea siria.
Ahora Trump acaba de revelar que planea enviar más soldados estadounidenses al cementerio de Afganistán y quiere que Reino Unido siga su ejemplo. Debemos resistirnos a su última aventura militar.
La guerra en Afganistán es una calamidad monumental de la que se habla poco, en comparación con el más conocido gran embrollo que supone la cuestión iraquí. Más de 2.400 soldados han muerto allí. La cifra de muertos británicos es de más de 450. Como apunta Joan Humphreys, que perdió a su nieto de 24 años, el soldado Keith Elliott, en este desastre, la guerra representa una “pérdida total de vidas británicas, afganas y estadounidenses”. Todas las familias estaban orgullosas de sus hijos, pero muchas sintieron que habían “muerto para nada”, dijo en 2014. “Ha sido un conflicto sin sentido”, apunta Ann McLaren, que perdió a su hijo de 20 años, Scott. “¿Qué hemos conseguido? Nada. Todo ha sido una pérdida de tiempo”.
Donald Trump quizá no preste atención a estas voces, pero debería. Es preciso ejercer presión sobre nuestro gobierno. Ya existe el peligro de que la misión se amplíe: el ministro de Defensa Michael Fallon respondió al anuncio de Trump alardeando de que Reino Unido había elevado el número de sus asesores militares. El peligro de que Reino Unido se vea envuelto de nuevo en la guerra afgana es real. Nuestro gobierno ha tomado una estratégica decisión de hacerle la pelota a la intolerante estrella de reality que actualmente ocupa la Casa Blanca.
El propio conflicto fallido de Reino Unido en la provincia de Helmand fue parte del “precio de la sangre”, tal y como Tony Blair describió de manera infame. Después de la humillación en el sur de Irak, el gobierno británico estaba decidido a demostrar su valía ante la Administración de EEUU. Esto no debe volver a ocurrir.
Analicemos el resultado de 16 años de participación militar directa de Occidente en Afganistán. El Gobierno de Kabul solo tiene el control del 57% del país. Cuatro de cada diez afganos están desempleados. La producción de opio se ha disparado desde la invasión occidental. Un informe de 2014 halló que tanto Irak como Afganistán habían costado a los contribuyentes británicos más de 31.470 millones de euros, y que la ofensiva británica en Hermand estimuló tanto la violencia como la producción de opio.
¿Recuerdan que se nos prometió una victoria fácil y sencilla en 2001, presagiando el posterior y más notorio baño de sangre en Irak? Solo un idiota confiaría en que Trump vaya a tener éxito donde otros han fallado, y a tan alto coste humano. Aquí había un hombre que algunos creían ingenuamente que era como un paloma en comparación con la militarista Hillary Clinton: él es, en realidad, un exponente sin tapujos y más sincero del imperialismo estadounidense. Sin lugar a dudas, está dispuesto a desviar la atención de su crisis de popularidad con aventuras militares sangrientas.
Un imperdonable número de afganos, británicos y estadounidenses ya ha muerto sin necesidad. Lamentablemente, no podemos hacer un viaje hacia atrás en el tiempo para frenar las desastrosas aventuras militares del pasado. Sin embargo, podemos aprender de nuestra historia, y pedir que ningún soldado británico vaya de nuevo a los sangrientos campos de batalla de Afganistán.
Traducido por Cristina Armunia Berges