Los países de África están apostando por una estrategia de pruebas y chequeos como su mejor y posiblemente única baza para enfrentar la COVID-19. El virus empezó lentamente en el continente pero los especialistas están preocupados por un aumento repentino en los últimos diez días de más del 40% en el número de contagios, hasta un total de 33.000. En el número de muertes ha habido un incremento similar y ya son 1.400 los fallecidos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió de la posibilidad de que en un plazo de entre tres y seis meses los contagios en el continente suban hasta los 10 millones, aunque los expertos afirman que el número de muertes podría ser menor si las autoridades actúan rápidamente para contener los brotes. “En África estamos en el inicio”, dijo la semana pasada el doctor Mike Ryan, director ejecutivo del Programa de Emergencias Sanitarias de la OMS.
Algunas de las peores consecuencias del contagio pueden ser mitigadas por la relativa juventud de la población pero también hay factores de mayor vulnerabilidad, como la malnutrición o la existencia de patologías previas como el VIH.
No se espera que los sistemas sanitarios, insuficientemente dotados, puedan enfrentar un aumento significativo en el número de contagiados. Las unidades de cuidados intensivos en el continente son extremadamente insuficientes y en muchos países con decenas de millones de habitantes sólo hay un puñado de ventiladores.
Hasta ahora ha sido difícil conocer el alcance de la enfermedad en África debido a las escasas pruebas. Djibouti tiene la mayor incidencia del continente, con 98,6 casos por cada 100.000 personas, pero el pequeño país ha realizado en torno a 10.000 pruebas, tantas como la vecina Etiopía, con más de 100 millones de habitantes.
Sudáfrica, la excepción en su gestión del coronavirus
Sudáfrica, que con sus más de 4.000 casos tiene el récord en el África subsahariana, teme una nueva oleada de contagios ahora que el invierno se acerca al hemisferio sur. El país está realizando hasta 10.000 pruebas al día para encontrar y aislar la enfermedad antes de que se extienda por sus hiperpobladas áreas urbanas para ciudadanos no blancos, los llamados 'townships' en los que vive hasta un tercio de los 56 millones de sudafricanos.
La estrategia de los tests nace de la larga experiencia de Sudáfrica luchando contra otras enfermedades contagiosas y de su amplia red de trabajadores sanitarios comunitarios, pero también es un reconocimiento de que las medidas de distanciamiento social no siempre son practicables en barrios pobres y densamente poblados.
Tras imponer hace cuatro semanas uno de los confinamientos más estrictos del mundo, el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa explicó la semana pasada cómo sería la recuperación gradual y por etapas de la actividad económica. “No podemos tomar hoy medidas que lamentaremos profundamente mañana pero nuestro pueblo necesita comer, necesita ganarse la vida”, dijo en un discurso televisado. Pero los cambios anunciados sólo fueron modificaciones menores en un régimen estricto cuyo cumplimiento está asegurado por los soldados y la policía.
Los consultores creen que basar la estrategia en la elaboración de pruebas permitirá a los países africanos reducir al mínimo un confinamiento que dificulta en gran medida la vida de los que dependen de sus ingresos diarios para alimentar a la familia.
A principios de la semana pasada, Ramaphosa anunció un paquete de ayuda social y económica por valor de 26.000 millones de dólares convirtiendo a Sudáfrica, por supuesto, en una excepción dentro del continente. Pocos países del continente pueden sufragar programas de bienestar a esa escala. Según John Nkengasong, director de los Centros de África para el Control y la Prevención de Enfermedades, la capacidad para hacer tests de la mayoría está “muy, muy limitada” y “muy, muy agotada”.
En los dos meses que han pasado desde que el continente comenzó a reaccionar contra el brote, se han hecho menos de 500.000 pruebas para una población superior a 1.000 millones de habitantes, un número total de tests inferior al de Italia, que está entre los países más afectados del mundo.
“Si no haces pruebas, no encuentras; si no haces pruebas, te quedas ciego”, dice Nkengasong. “Es una dura batalla construir los sistemas sanitarios a la vez que los necesitas... Eso es lo que estamos haciendo ahora, tratando de ponernos al día, y eso es algo muy, muy difícil de hacer”.
Falta de material sanitario y de personal especializado
Incluso en el mejor de los casos, las Naciones Unidas estiman que este año harán falta 74 millones de equipos de tests y 30.000 ventiladores para las 1.300 millones de personas del continente. Conseguirlos se ha hecho aún más difícil debido a las restricciones a la exportación de equipos médicos que más de 70 países han puesto en vigor. Las prohibiciones de viajes que han cerrado fronteras y aeropuertos también están interrumpiendo las cadenas de suministro.
En Nigeria, el gobierno anunció una estrategia de “probar, curar, rastrear y aislar”. Antes de la pandemia, el país más poblado de África sólo tenía 350 ventiladores y la mayoría en centros privados. En las últimas semanas se han comprado unos 100 más, aunque siguen existiendo otros obstáculos, como la grave falta de sanitarios especializados.
Según el doctor Sani Aliyu, coordinador nacional del Grupo de Trabajo Presidencial COVID-19, las autoridades nigerianas son muy conscientes de los problemas que implican las medidas de confinamiento en un país donde muchos de los 200 millones de habitantes necesitan salir de casa cada día para asegurarse la subsistencia básica.
Para aliviar la amenaza de la escasez de comida, el gobierno ha aprobado transferencias condicionadas de efectivo, liberado enormes cantidades de grano de las reservas nacionales, y distribuido 100 camiones de arroz en todo el país. Una ayuda que, según Aliyu, “probablemente será una gota en el océano en comparación con lo que se necesita”.
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