Sucesivas generaciones han experimentado lo que es vivir bajo la sombra de la aniquilación nuclear cerniéndose sobre sus vidas cotidianas, desde la crisis de los misiles en Cuba de 1962 hasta la crisis de los Euromisiles en la década de 1980. Ahora nos toca a nosotros.
“Seré sincero: estoy nervioso”, dice Pavel Podvig, uno de los principales expertos mundiales en fuerzas nucleares rusas, después de que Vladímir Putin declarara un “régimen de servicio especial para las fuerzas de disuasión”.
Es la primera vez que se implementa desde, al menos, el final de la Guerra Fría, y probablemente desde hace más tiempo, según Podvig, analista radicado en Ginebra, donde dirige un proyecto de investigación sobre las fuerzas nucleares rusas. “Las cosas no han sido racionales en el Kremlin recientemente, por lo que no es una buena señal”, dice.
Entre los observadores de Rusia y los expertos en armas nucleares, no hay duda de que la afición de Putin a presumir del arsenal ruso refleja debilidad e inseguridad. Y eso no es un buen rasgo en el líder de una superpotencia nuclear.
La economía del país está vaciada; en dólares, es más pequeña que la de Corea del Sur; y depende de los caprichos del mercado de petróleo y gas. El régimen de Putin depende cada vez más de la represión y sus fuerzas armadas están probando en Ucrania que distan de ser invencibles. Su arsenal de 6.000 ojivas nucleares es lo único que convierte a Rusia en una superpotencia.
La incitación nuclear de Putin está diseñada para disuadir a Estados Unidos y a sus aliados de que intervengan aún más en Ucrania y de que tomen medidas en la economía que él podría considerar una amenaza existencial. Pero la escalada también puede tomar un impulso propio, y dado que los márgenes son tan estrechos âlos líderes solo tienen unos pocos minutos para tomar decisiones si creen que sus países están siendo atacadosâ, EEUU y sus aliados tendrán que actuar con extrema cautela al responder.
No está totalmente claro cuáles serán las implicaciones prácticas del anuncio de Putin. Podría resultar en que las bombas sean cargadas en los bombarderos, que los misiles balísticos intercontinentales sean dispersados en lanzadores móviles o que más submarinos con armamento nuclear salgan al mar. O, más bien, podría tratarse de un proceso administrativo.
“Según entiendo el funcionamiento del sistema, en tiempos de paz no puede transmitirse físicamente una orden de lanzamiento, como si los circuitos estuvieran ‘desconectados’”, dice Podvig. La orden de Putin podría implicar “la conexión de los cables, para que la orden de lanzamiento pueda llegar si es emitida”.
El reto para los aliados de la OTAN consiste ahora en mantener el apoyo que Ucrania necesita para su supervivencia y, al mismo tiempo, dejar claro que Putin cuenta con una salida de la crisis, en lugar de que el conflicto escale hasta el punto de adoptar una lógica propia.
La amenaza de una zona de exclusión aérea sobre partes de Ucrania implica que la OTAN está dispuesta a derribar aviones rusos, lo que supondría una escalada drástica, mientras que las insinuaciones de un cambio de régimen en Moscú probablemente intensifiquen la paranoia de Putin.
Laura Kennedy, experta en desarme y ex vicesecretaria asistente de Estado de EEUU, dice que “no hay necesidad ni sentido en reproducir las imprudentes amenazas nucleares de Putin, que deberían ser condenadas universalmente”.
“Creo que a todos nos interesa que Occidente deje en claro que las sanciones más severas se levantarán cuando se restablezca el statu quo”, dice James Acton, codirector del programa de política nuclear del Fondo Carnegie para la Paz Internacional.
Pero añade que los carriles de salida solo funcionarán mientras Putin pueda verlos y quiera tomarlos. La cuestión es si el líder ruso ha llegado a considerar el sometimiento de Ucrania como algo esencial para su supervivencia política en su país.
“Es difícil para Occidente crear una vía hacia la desescalada”, dice Acton. “Depende mucho de cómo vea Putin las consecuencias internas de su retroceso, algo sobre lo que Occidente no tiene control”.
Traducción de Julián Cnochaert.