Ángela Merkel tenía razón al abrir las puertas de Alemania a los refugiados
Pese a los altibajos y las críticas, el país ha demostrado la capacidad de gestionar el flujo migratorio prometida por la canciller en 2015
Mohammad Hallak descubrió la clave para descifrar los misterios de su nueva patria cuando se dio cuenta de que podía cambiar los subtítulos de su cuenta de Netflix al alemán. Hallak, sirio de Alepo, de 21 años, comenzó a escribir las palabras que no entendía, aumentó su vocabulario y consiguió fluidez en el idioma antes de lo que pensaba. Aprobó los exámenes finales del instituto con una nota de 1,5, la más alta de su clase.
Cuando le falta un mes para cumplir cinco años en Alemania, donde llegó como menor no acompañado, Hallak cursa el tercer trimestre de informática en la Universidad de Ciencias Aplicadas de Westfalia y sueña con emprender en el sector. “Alemania siempre fue mi objetivo”, explica con acento del dialecto del valle del Ruhr. La motivación de Hallak para los estudios es tan alta como sus habilidades sociales. “Siempre he tenido la sensación extraña de que pertenezco a este país”.
Su caso no es representativo de los de los 1,7 millones de personas que solicitaron asilo en Alemania entre 2015 y 2019. Alemania es el quinto país con más refugiados del mundo. Algunos de sus compañeros de viaje a través de Turquía y del Mediterráneo solo manejan un puñado de palabras en alemán y no están preocupados.
Pero el caso de Hallak tampoco es atípico. Más de 10.000 personas de entre todas las llegadas a Alemania para pedir asilo desde 2015 ya hablan suficiente alemán como para matricularse en la universidad. Más de la mitad de los que llegaron trabajan y pagan impuestos. Entre los niños y adolescentes refugiados, más del 80% dice que su sentido de pertenencia a su escuela alemana es fuerte y se sienten queridos por sus compañeros.
“Podemos hacerlo”, una frase para la posteridad
Historias de éxito como la de Hallak, al menos parcialmente, recuperan el optimismo expresado por Angela Merkel en una frase pronunciada hace cinco años, en uno de los momentos más intensos de los años más complejos de la historia europea reciente, una frase que casi le cuesta el puesto y de la que ella misma casi se retracta.
“Por decirlo de una forma sencilla: Alemania es un país fuerte”, dijo la canciller durante una rueda de prensa en el centro de Berlín el 31 de agosto de 2015 para abordar la preocupación sobre el número cada vez mayor de personas –la mayoría de Siria, Irak y Afganistán– que estaba solicitando asilo en Alemania aquel verano.
“El lema con el que afrontamos estos asuntos debe ser: ya hemos gestionado bien esto antes y gestionaremos bien esto”. Durante la retransmisión televisiva de aquella entrevista, aparecieron titulares informando de que Hungría estaba enviando trenes llenos de gente a la frontera alemana. Una semana después, aparecieron 20.000 personas en la estación central de Munich.
La frase que utilizó Merkel entonces pasó a la posteridad principalmente porque en las semanas y meses posteriores se citó una y otra vez por quienes creían que el mensaje optimista de la canciller alemana había alentado a millones de personas más a embarcarse en una peligrosa odisea a través del Mediterráneo. “Las acciones de Merkel serán difíciles de corregir: sus palabras no se pueden borrar”, escribió entonces el Spectator. “Ha exacerbado un problema que durará años, quizás décadas”.
Alternativa por Alemania (AfD), fundado dos años antes a partir del rechazo al euro, dio un nuevo paso populista. Cuando Merkel dijo “lo gestionaremos”, el partido de derechas defendió que en realidad quería decir “lo gestionaréis” y que estaba pidiendo a la ciudadanía alemana que hiciera frente a niveles de delincuencia, terrorismo y desordenes públicos crecientes.
“¡No queremos gestionar esto!”, proclamó uno de los líderes de AfD, Alexander Gauland, durante un mitin del partido en octubre de 2015. En los meses y años siguientes –tras las agresiones sexuales en una Nochevieja en Colonia, el atentado de Bataclan en París y el ataque con un camión en el mercado navideño de Breitscheidtplatz en Berlín– esa percepción parecía ganar impulso y concitar apoyos entre la población alemana, a pesar de que ninguno de esos actos fuera perpetrado por personas llegadas en 2015.
Pasado el tiempo, en 2017, existía la opinión generalizada de que aquella frase sería la perdición de Merkel, un “error catastrófico” como dijo Donald Trump en enero de aquel año. “La peor decisión que haya tomado un líder europeo en tiempos modernos”, aseguró Nigel Farage a Fox News. “Está acabada”.
Sin embargo, Merkel sigue liderando la economía más importante de Europa, sus niveles de aprobación han regresado al mismo lugar en el que estaban a principios de 2015 y las encuestas dicen que su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), ha aumentado sus apoyos hasta cotas no vistas antes y eso en plena pandemia. Se espera que Merkel abandone el cargo justo antes de las elecciones de 2021 y es más probable que el partido designe como sucesor a un centrista moldeado a su imagen y semejanza que a alguien que defienda posiciones más duras o una ruptura simbólica alguna con su postura sobre migración.
AfD nunca logró ser “el segundo partido más grande del país”, como predijo el historiador Niall Ferguson en febrero de 2018. Si bien tiene representación en los parlamentos de los estados, sobre todo en los del antiguo este socialista. A nivel federal, la AfD se sitúa cuarta en las encuestas. Ha empeorado desde el tercer lugar y el 12,6% del voto logrados en las elecciones de 2017. Sus luchas internas y que la inmigración haya dejado de ocupar portadas y perdido peso en la agenda política son algunos de los factores que lo explican.
El fantasma del terrorismo se desvanece
El fantasma del terrorismo yihadista, que algunos temían que se incrustara en el corazón de Europa con la llamada “crisis de los refugiados”, se ha desvanecido en los últimos años. Alemania sufrió siete ataques terroristas en 2016. Pero desde el ataque con camión a un mercado de navidad en Berlín aquel diciembre de hace tres años no ha vuelto a suceder.
Peter Neumann, experto en terrorismo del Departamento de Estudios de Guerra del King's College de Londres, recuerda que lo invitaron a un programa de la televisión alemana en el peor momento de la crisis de 2015. “Fui lo más optimista que pude aquella vez, pero en el fondo estaba preocupado”, dice. “¿Funcionará esto? ¿Con casi un millón de personas de las que sabemos tan poco? Al final, ese miedo no estaba justificado”.
“Sabemos que algunos de los participantes en el ataque a Bataclan se aprovecharon del caos para entrar en Europa clandestinamente, que en algún caso se hicieron pasar por refugiados sirios. También sabemos que la gran mayoría de las personas que llegaron eran hombres jóvenes, la cohorte de edad más susceptible a la radicalización. Pero ahora podemos decir que nuestras peores pesadillas no se han hecho realidad”, opina. “En perspectiva, el colapso de ISIS sucedió antes de lo que esperábamos. Ahora está claro que lo que provocó que reclutaran tanto durante una temporada fue menos su ideología que su éxito. Y cuando dejaron de tener éxito, dejaron de ser atractivos”.
Neumann cree que parte del éxito se debe a la eficacia de la inteligencia alemana. Según datos elaborados por Petter Nesser, investigador principal del Norwegian Defence Research Establishment, se han desarticulado 16 operativos yihadistas en suelo alemán desde principios de 2015, más que en Francia o Reino Unido en el mismo período.
Lo sucedido el verano de 2015 movilizó y radicalizó aún más los círculos de la extrema derecha alemana. Algunos refugios de solicitantes de asilo fueron atacados con artefactos incendiarios. Hubo asesinatos de políticos favorables a la inmigración como Walter Lübcke, de la CDU. Ningún otro país de Europa sufrió tanta violencia grave y mortal de la extrema derecha como Alemania.
La Oficina Federal de Investigación Criminal de Alemania ha registrado un aumento de los delitos, incluso los violentos, en los años comprendidos entre 2014 y 2016, vinculando la tendencia al incremento migratorio. El porcentaje de solicitantes de asilo declarados culpables de esos delitos también se duplicó en el mismo período. Sin embargo, un análisis más detallado muestra que la mayoría de esos delitos se cometieron dentro de los refugios para solicitantes de asilo. En 2017, cuando Trump afirmaba que “la delincuencia en Alemania ha aumentado” porque ha acogido a “todos esos ilegales”, el número de delitos disminuía. El año pasado, la delincuencia en Alemania bajó a mínimos de 18 años.
“La tesis de que Merkel creó la crisis de los refugiados es absurda”
¿Qué pasa con el crimen organizado en las fronteras de Europa, donde los traficantes de personas se aprovechan de quienes están dispuestos a arriesgarlo todo con la esperanza de una vida mejor? En un libro publicado en 2017 sobre la reforma de las políticas de asilo, el economista británico Paul Collier argumentaba que “aunque la industria ya estaba consolidada en el Mediterráneo, un aumento masivo de la demanda provocado por la invitación de Alemania aumentó aún más la oferta de traficantes clandestinos por parte de las organizaciones criminales”.
Gerald Knaus, presidente de la Iniciativa Europea de Estabilidad, una organización que asesora a los Estados miembro de la UE sobre políticas migratorias, discrepa vehementemente: “La tesis de que Merkel creó la crisis de los refugiados era absurda en 2015 y es aún más absurda al mirar atrás”.
Los estudios empíricos no demuestran que aquella famosa expresión de la canciller provocara un aumento significativo de la llegada de refugiados a Europa. Lo que sí es probable es que la cobertura en medios de comunicación de la apertura alemana respecto a las concesiones de asilo influyera en la toma de decisiones de quienes ya estaban en Europa.
Knaus lo plantea así: “¿Qué podría haber hecho Merkel de manera diferente?”. “¿Regresar a las fronteras e intentar lo que hizo Francia después del ataque al Bataclan en noviembre de 2015 enviando a todos los inmigrantes irregulares de regreso a Italia? No funcionó: Francia recibió el doble de solicitudes de asilo en 2019 que en 2015. No se puede sellar una frontera abierta con retórica y un puñado de policías más. Por suerte, Alemania descartó aplicar la mano dura”.
La postura de Alemania en 2015 acabaría mostrándose demasiado optimista en el sentido de que el Gobierno de Merkel parecía creer que los turbulentos sucesos de aquel verano impulsarían una reforma rápida del Reglamento de Dublín, el mecanismo que determina qué Estado es responsable del examen de cada solicitud de asilo. Knaus opina que “los alemanes pensaron que todo el mundo se apuntaría a un sistema de cuotas porque era 'justo', pero no pudieron explicar cómo funcionaría en la práctica”.
Lo que hizo el Gobierno de Merkel fue adoptar medidas unilaterales para reducir el número de recién llegados al mínimo. Un acuerdo firmado entre Turquía y la UE para detener la migración irregular y sustituirla por un plan de reasentamiento, elaborado por el grupo de reflexión de Knaus, frenó drásticamente el flujo de migrantes a Europa en 2016. El Gobierno de Merkel trataría después de limitar las solicitudes de asilo del norte de África añadiendo Argelia, Marruecos y Túnez a la lista de países considerados seguros. La propuesta fue rechazada por el legislativo alemán.
En marzo de este año, Alemania lanzó una campaña en redes sociales para disuadir a los refugiados sirios de emprender su viaje a Europa central. La gran coalición de la canciller con el Partido Socialdemócrata votó en contra de acoger a una cifra tan pequeña como 5.000 refugiados de entre los más vulnerables de los atrapados en los campos griegos.
Merkel nunca se retractó de lo dicho en agosto de 2015, aunque se lo pidieran incluso desde su propio partido. Al mismo tiempo se aseguró de que lo sucedido no se repitiera en suelo alemán durante su mandato.
Luces y sombras en la acogida
Una calurosa tarde, en un barrio al sur de Berlín, se prepara la fiesta anual de cada verano en el centro de tránsito de Marienfelde, un campo de hormigón que solía ser la primera parada de muchos alemanes orientales que huyeron al oeste durante la Guerra Fría y que acoge a solicitantes de asilo de todo el mundo. Algunos de los voluntarios que trabajan aquí colocan bancos guardando la distancia necesaria y adornan el patio mientras un grupo de hombres y mujeres de Siria, Afganistán e Irak hablan, piden consejo y se quejan a una trabajadora de integración del Senado de Berlín.
Un hombre sirio de 44 años está preocupado por la posibilidad de suspender el examen de alemán, que necesita para comenzar a trabajar. Las clases de alemán han sido canceladas debido a la pandemia y la red dentro del campo es demasiado débil para seguir las clases por Internet. “Berlín es Europa, pero esto es Siria a pequeña escala: aquí todo el mundo habla árabe”, dice el hombre, que no quiere dar su nombre por miedo a problemas con la embajada de Siria.
Alemania no es el lugar al que este padre de tres hijos quería llegar. Acabó en el país a través del programa de reasentamiento de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en 2018. Está agradecido de que el Gobierno de Merkel lo acogiera, pero comienza a desesperarse por el tiempo de espera por un permiso de trabajo. Antes de llegar a Berlín fue pastelero en Izmit (Turquía) durante seis años pero los panaderos alemanes no aceptan su experiencia laboral. Para trabajar tiene que hacer un curso de dos años. Se queja. “Es muy frustrante”, dice.
La trabajadora de integración le asegura que empatiza con él: Katarina Niewiedzial, en el puesto desde 2019, también fue inmigrante tras llegar a Alemania desde Polonia a los 12 años. Ella conoce de primera mano las deficiencias de los mecanismos de acogida alemanes para los recién llegados.
Las empresas alemanas son reacias a reconocer los títulos extranjeros. Si los inmigrantes carecen de los certificados que demuestran su cualificación para un determinado puesto, pueden solicitar una entrevista para demostrar su capacidad, pero necesitan hacerlo en un alemán fluido, un reto mucho más complejo para los mayores de 40 años que para adolescentes como Hallak. El año pasado, la Cámara de Comercio Alemana solo llevó a cabo 80 “análisis de cualificación” de este tipo en toda Alemania.
Muchas veces los refugiados desempeñan puestos para los que están sobrecualificados. Ocurre en la hostelería, por ejemplo, que tiene algunos de los más precarios y donde la pandemia ha tenido un gran impacto. En mayo, el número de berlineses desempleados sin pasaporte alemán aumentó en un 40% en comparación con el mismo período en 2019.
Muchos expertos consideran que las clases de integración, obligatorias para los refugiados desde 2005, no son las adecuadas y que eso limita a los que tienen títulos académicos al tiempo que no ofrece una ayuda sustancial a los que llegan sin saber leer ni escribir. El porcentaje de quienes no aprueban el examen de idioma B1 ha aumentado en lugar de disminuir en los últimos cinco años. Pese a eso, Niewiedzial es optimista. “Alemania puede ser un país muy lento, hay mucha burocracia, es molesto”, dice. “Pero también aprende de sus errores y extrae lecciones de ellos”.
Dice que desde 2015 el Estado ha incrementado de manera importante su capacidad en materia de asilo, ha creado miles de puestos para coordinar a los voluntarios, ha convertido los refugios en hogares permanentes y ha capacitado a maestros especializados. Alemania se las ha arreglado. “Es una historia de éxito, aunque nadie se sienta suficientemente seguro para decirlo todavía”.
Traducido por Alberto Arce
Fechas clave
27 de agosto de 2015: 71 migrantes aparecen muertos dentro de un camión frigorífico abandonado en Austria. El descubrimiento provoca la repulsa internacional y contribuye a que varios países abran sus fronteras a las personas que huyen de la guerra y la pobreza.
31 de agosto de 2015: Angela Merkel, la canciller alemana, dice su Wir schaffen das –“Podemos hacerlo”– después de visitar un campamento de refugiados recién llegados. Poco después anuncia su política de puertas abiertas. A lo largo del año siguiente más de un millón de personas solicitan asilo en Alemania.
13 de noviembre de 2015: El atentado de Bataclan en París es el primero de una serie de ataques mortales de extremistas vinculados a ISIS en toda Europa. En julio de 2016 un sirio que había declarado su apoyo a la organización se suicida y deja heridas a 15 personas con una bomba casera en un festival de música en la ciudad alemana de Ansbach. La extrema derecha utiliza esos ataques para cargar contra la política de asilo de Merkel.
Marzo de 2016: La UE llega a un acuerdo con Turquía para devolver a todos los refugiados e inmigrantes que llegan a Europa a través del mar Egeo. Ese acuerdo reduce drásticamente el número de personas que llegan a Alemania y a otros países europeos para solicitar asilo.
19 de septiembre de 2016: El partido de Merkel, la CDU, cae hasta mínimos del 18% en las elecciones estatales de Berlín, mientras Alternativa por Alemania (AfD) entra por primera vez en el Parlamento estatal de la capital alemana con su discurso populista y contra la inmigración. El alcalde Michael Müller advierte de que ese resultado “sería interpretado en todo el mundo como una muestra del retorno de la derecha y los nazis en Alemania”.
19 de diciembre de 2016: Un tunecino cuya solicitud de asilo había sido rechazada embiste con un camión contra un mercado navideño de Berlín lleno de gente. Murieron 12 personas y hubo 70 heridos. ISIS reivindica haber inspirado el atentado.
24 de septiembre de 2017: Alternativa por Alemania entra en el Bundestag, el Parlamento alemán, como tercera fuerza política. Merkel forma coalición con los socialdemócratas y la extrema derecha se convierte en principal partido de la oposición.
Octubre de 2018: Después de una derrota aplastante en las elecciones locales, Merkel anuncia que dejará el cargo de líder de la CDU casi inmediatamente y no se presentará a la reelección en 2021. Su cuarto mandato como canciller de Alemania será el último en el cargo.
2020: El manejo de la crisis del coronavirus por parte de Merkel, que se percibe como efectivo, le permite recuperar parte de su popularidad en un momento en que Estados Unidos y Reino Unido se tambalean. Una encuesta muestra que más del 80% de los alemanes piensan que hace su trabajo “bastante bien”.