Un año después, ¿ha funcionado la guerra de sanciones contra Rusia?

The Guardian

23 de febrero de 2023 22:57 h

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“La economía rusa va camino de partirse en dos”, dijo Joe Biden en marzo de 2022, cuando anunció las sanciones contra Rusia por la invasión de Ucrania. “Es un golpe contra el sistema de Putin en su núcleo de poder”, dijo sobre las sanciones la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock. Liz Truss, su homóloga en el Reino Unido, pronosticó que los oligarcas de Vladímir Putin no tendrían dónde esconderse y Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, dijo que gracias a las sanciones se estaba dejando a Putin “sin capacidad de financiar su maquinaria bélica”.

Las declaraciones previas a la invasión no habían sido de menor firmeza. En una sesión informativa de enero de 2022, altos cargos del Departamento de Estado dijeron que Washington estaba preparado para aplicar sanciones “de consecuencias gigantescas que no se consideraron en 2014 [cuando Rusia se anexionó Crimea]”. “Eso significa que ya no habrá más gradualismo, como en el pasado, esta vez vamos a empezar en la parte superior de la escalada y nos vamos a quedar ahí”.

El Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por sus siglas en inglés) predijo una caída del 15% en el PIB ruso de 2022. El pronóstico de JP Morgan era una contracción del 12% y hasta los tecnócratas rusos advertían en privado a Putin de un posible retroceso del 30%.

La realidad fue algo distinta. Según los analistas, una demostración del arrogante exceso de confianza en el que había incurrido Occidente al estimar la rapidez con la que podrían dañar a Rusia las sanciones diseñadas por el G7 en un inédito esfuerzo de coordinación.

En 2022 la economía rusa se contrajo solo un 2,1% según Putin y el desempleo, según cifras oficiales de fiabilidad cuestionable, se sitúa ahora en el 3,7%. Aunque la industria electrónica y la automovilística se hayan resentido, el sector de la construcción ha registrado una mejora significativa. En el sector agrícola, una cosecha abundante ha impulsado el crecimiento.

Según las previsiones del Fondo Monetario Internacional, Rusia crecerá más rápidamente que el Reino Unido en 2023 y en 2024. No parece que estemos ante un apocalipsis financiero.

El debate sobre la eficacia de las sanciones se ha intensificado en el primer aniversario de la guerra. Según los defensores de las sanciones, el rublo y el PIB de Rusia no sirven como indicadores, en parte porque muchas estadísticas se han manipulado o clasificado como secretas debido a la guerra. “Por favor, no me pregunten por las cifras del PIB, no sirven”, dice Elina Ribakova, directora adjunta de economía del IIF.

Según Vladímir Milov, que fue viceministro de Energía en Rusia y ha escrito el informe sobre las sanciones del Centro Martens [vinculado al Partido Popular europeo], podría ser más útil medir una serie de “indicadores blandos”, o indirectos, como las ventas de alcohol, la tasa de divorcios, los robos en tiendas, el gasto en alimentos, las encuestas de opinión, los ingresos fiscales o la satisfacción de los clientes bancarios. “No hay que mirar el reloj cada cinco minutos para ver si las sanciones funcionan, hay que ejercitar la paciencia estratégica”, dice Milov, que también es uno de los aliados del encarcelado líder y opositor ruso Alexei Navalni.

“Esto es un maratón antes que un sprint, pero financiar la guerra [en Rusia] se hace cada vez más difícil”, dice Agathe Demarais, autora del libro Backfire, sobre las sanciones estadounidenses.

Los economistas de la Escuela de Economía de Kiev van más allá y sostienen que podría haberse alcanzado ya un punto de inflexión determinante debido al gasto extra en defensa de Rusia y al derrumbe de los ingresos por hidrocarburos. Han hecho crecer el décifit fiscal ruso, dicen, obligando al banco central a consumir sus reservas.

La guerra relámpago financiera

Para Charles Lichfield, subdirector del centro de estudios estadounidense Atlantic Council, “es comprensible que al principio se entusiasmaran en Occidente, generando falsas expectativas de un golpe palaciego”. Después de todo, los rusos salieron corriendo a los cajeros automáticos, había temores de falta de liquidez y el rublo se hundió, pasando de cotizar entre 70 y 75 rublos por dólar a casi 140.

A los oligarcas rusos les cerraron con candado la puerta de su patio de recreo europeo y sus ostentosos juguetes terminaron en el dique seco. La pérdida de movilidad y respetabilidad fue un golpe duro para ellos, especialmente en Londres. Tras décadas de hacer la vista gorda y blanquear reputaciones, el gobierno conservador británico se volvió de repente en contra de los millonarios rusos. En unos cuatro meses, se congelaron activos rusos por valor de unos 13.800 millones de euros.

Hasta las transacciones más pequeñas corrían riesgo de quedar bloqueadas durante semanas e incluso meses porque la banca internacional trataba de no facilitar las transferencias de clientes rusos. En total, la Unión Europea (UE) impuso sanciones a 1.386 personas y 171 entidades.

Aunque hubo algunas que no se fueron, cientos de grandes empresas occidentales se “autosancionaron” suspendiendo o reduciendo su actividad en Rusia, desde McDonald's a British Petroleum, pasando por las multinacionales de la informática. La empresa química alemana BASF perdió 7.900 millones de dólares [unos 7.400 millones de euros] en el proceso, una cantidad que ahora espera recuperar de mano de los contribuyentes.

Pero en el primer intercambio clave de la batalla de sanciones, el banco central ruso fue el que recibió el mayor golpe de Occidente (irónicamente, la autoridad monetaria rusa está compuesta en su mayoría por pragmáticos liberales contrarios a la invasión de Ucrania). El 28 de febrero, las naciones occidentales trataron de tender una emboscada a Moscú congelando una cantidad que, según el banco central de Rusia, ascendía a unos 300.000 millones de dólares y equivalía al 40% del total de sus reservas de divisas en el extranjero (el resto no estaba en moneda occidental). Como dice Agathe Demarias, “el objetivo era dificultar la defensa de la moneda, aumentar el coste de financiación de la guerra y alimentar la inflación”.

Pero la gobernadora del Banco Central ruso, Elvira Nabiullina, respondió con firmeza subiendo el tipo de interés oficial hasta el 20% el 28 de febrero. En los hechos, la subida significaba el fin de las hipotecas y de los préstamos a empresas, pero también volvía extremadamente atractivos los depósitos en rublos, una forma de evitar que los ciudadanos entraran en pánico y sacaran de sus cuentas todo el dinero.

El 7 de marzo, por primera vez en la historia moderna de Rusia, su banco central prohibió completamente la venta y retirada de los euros y dólares depositados antes del 24 de febrero.

Rusia también consiguió que se permitiera a algunos de sus bancos, especialmente el Gazprombank, seguir usando el sistema mundial financiera Swift para gestionar los pagos relacionados con las exportaciones de gas y petróleo de las que la UE era muy dependiente.

Tras el breve periodo de tensiones de marzo de 2022, la liquidez estructural del sistema regresaba a un nivel similar al que tenía antes de las sanciones. En junio el rublo ya se había estabilizado.

Sanciones en pie de guerra

Una vez repelida esta primera ofensiva financiera, que el Tesoro de EEUU había diseñado en secreto durante los meses previos a la guerra, Occidente tuvo que revisar su estrategia y aceptar, de manera tácita, que no había empezado en lo más alto de la escalada de sanciones. Quedaban peldaños por subir en una segunda fase que iba a ser una guerra de desgaste, ajuste constante y búsqueda de consenso dentro de la UE.

Como publicó en un informe el Instituto Danés de Estudios Internacionales, la Comisión Europea se puso en un modo guerra de sanciones en el que “se resolvían en un día procesos formales que tradicionalmente llevarían varias semanas”.

Pero aparecieron obstáculos en el proceso por la unanimidad que requieren los paquetes de sanciones de la UE y el poder que eso otorga a países ideológicamente discordantes como Hungría. La relación personal de Viktor Orbán con determinados oligarcas rusos se hizo evidente.

En septiembre de 2022, por ejemplo, el primer ministro húngaro pidió que el nombre de tres oligarcas rusos fuera borrado de la lista de sancionados de la UE (probablemente a cambio de favores de Putin). Antes de la fecha límite para renovar la lista de sancionados, Orbán volvió a presionar para volver a sacar a esos tres oligarcas y sumar a otros seis.

Sus ministros han amenazado con usar su poder de veto en reuniones sucesivas del Consejo Europeo, retrasando así decisiones clave sobre las sanciones, y hace poco Orbán insultó a Ucrania diciendo que era una “tierra de nadie, similar a Afganistán”.

Algunos Estados de la UE se han dado cuenta de que carecían de las leyes, los procedimientos y las agencias de cumplimiento necesarias para aplicar las sanciones acordadas en Bruselas. Ha sido ahora cuando la Comisión Europea se ha puesto a trabajar con los distintos Estados miembro para fijar un único punto de contacto en los temas de aplicación y cumplimiento de sanciones con dimensiones transfronterizas.

Algunas diferencias en el rigor con que se aplicaban las sanciones han sido sorprendentes. Según las cifras de la UE, Grecia solo había congelado 222.000 euros en activos rusos; y Malta, 200.000. Los mismos dos países que en abril trataron de impedir que se prohibiera la entrada a puertos de la UE de buques con pabellón ruso.

Las empresas de Austria no se han dado ninguna prisa en abandonar Rusia: según una estimación, quedan en el país 43 empresas austriacas y solo dos se han marchado del todo. Bélgica ha presionado para que la industria del diamante de Amberes, con 500 años de antigüedad, mantuviera sus negocios con la minera rusa Alrosa.

Entre los miembros de la OTAN, el rechazo de Turquía a unirse a la coalición de sanciones se ha convertido en un problema serio. Durante el tercer trimestre de 2022, las importaciones que Rusia hizo de Turquía se dispararon a más de 1.000 millones de dólares mensuales, aproximadamente el doble de lo que habían importado en el mismo período de 2021.

Turquía se ha convertido en un país de tránsito esencial para la importación de bienes clave producidos en Occidente, como partes de maquinarias. Algunos economistas han observado un pequeño auge del comercio entre Italia y Turquía, lo que podría significar que los hombres de negocio italianos están usando Estambul como una forma de llegar al vetado mercado ruso.

Según fuentes del Tesoro de EEUU, la postura que Turquía está adoptando con relación al comercio con Rusia se ha convertido en una cuestión de importancia clave en la relación bilateral.

Estados Unidos también está mirando con recelo a otro de sus aliados, Emiratos Árabes Unidos (EAU). Un equipo de Berlín especializado en el análisis de datos ha revisado más de 500.000 transacciones bancarias realizadas tras el inicio de la guerra. Encontraron que el 66% de los reintegros (por su valor) efectuados por clientes no residentes de bancos rusos tenían como destino a beneficiarios situados en EAU, lo que representa un aumento del 40% con relación a los datos del año anterior.

El póquer de la energía

La sorprendente resistencia de la economía rusa no es atribuible a la profesionalidad técnica de los funcionarios de su Banco Central ni a los dudosos mecanismos para neutralizar las sanciones. Se debe a un fallo estructural obvio en esas sanciones, y es lo mucho que depende Europa de las exportaciones rusas de petróleo y gas, que a su vez explican el 40% de los ingresos en el presupuesto ruso.

Según Oleg Itskhoki, economista ruso-estadounidense, “no imponer un embargo desde el principio a las exportaciones rusas condujo a unos superávits comerciales y fiscales récord que dieron al régimen de Putin un colchón financiero enorme, suficiente para sostener muchos meses de guerra”. “Solo boicotearon las importaciones de Putin, mientras que sus exportaciones se mantuvieron; el resultado fue que se hundieron la industria automovilística y eléctrica de Rusia, pero no la exportación de gas y petróleo”, dice.

Varios economistas occidentales, entre los que figuraban Rüdiger Bachmann, Moritz Schularick, Ben Moll y Christian Bayer, intentaron en los meses de marzo y abril convencer a los políticos alemanes de que la economía alemana no se derrumbaría si cortaban el suministro de energía de Rusia.

“Al poco de comenzar la guerra, las declaraciones de los políticos alemanes apuntaban a las desastrosas consecuencias económicas que tendría un embargo energético. El ministro de Economía, por ejemplo, dijo que generaría desempleo y pobreza a gran escala”, recuerda Moll. “Así que reunimos a un equipo de economistas especializados en energía, microeconomía y macroeconomía y llegamos a la conclusión de que podría provocar una recesión de entre el 0,5% y el 3%, pero no un armagedón económico”.

“No todos estábamos de acuerdo con un embargo energético, pero los sindicatos y el lobby de la industria se opusieron a nuestro análisis y el canciller nos llamó 'irresponsables' en televisión nacional, una muestra del gran poder que tiene la Alemania corporativa”, añade. En su opinión, los hechos han demostrado que el análisis que hicieron entonces de la flexibilidad y adaptabilidad del sistema económico alemán era correcto.

Pero la UE solo iba a desvincularse de la energía rusa a la velocidad que pudiera tolerar Alemania, la gran economía más expuesta al chantaje energético de Putin.

Hubo que esperar hasta junio, con las presiones de Estados Unidos y las pruebas de crímenes de guerra en Ucrania, para que la UE acordara en su sexto paquete de sanciones prohibir las ventas de petróleo ruso en todos los países de la unión. Pero esa prohibición entraría en vigor de manera diferida y en dos fases. Hubo que esperar hasta el 5 de diciembre para que rigiera la prohibición de comprar, importar o transferir crudo ruso por vía marítima. La prohibición de comprar productos refinados del petróleo, como el gasóleo, solo empezó a aplicarse el 5 de febrero.

Ya se sabe el precio que se ha pagado por la prudencia de Europa. Desde el año 2002, el gas y el petróleo han significado el 60% de las exportaciones anuales de bienes rusos (con la excepción de 2020 y 2018). Pero el comienzo del verano de 2022 fue de bonanza total para el tesoro ruso, que se benefició del alza récord en los precios de la energía.

En marzo, Rusia ganaba 1.000 millones de euros cada día con sus exportaciones de energía. La importancia del gas y del petróleo ascendió ese mes y pasó del 40% al 60% de los ingresos fiscales. Solo Alemania ha comprado combustibles fósiles rusos por un valor de 24.000 millones de euros desde que comenzó la invasión.

Europa estaba financiando a la misma maquinaria de guerra que denunciaba. En 2022, el superávit en la balanza por cuenta corriente rusa fue de 227.400 millones de dólares, un 86% más que en 2021 y más de dos veces el récord anterior, lo que contribuyó a reforzar el rublo y abaratar así las importaciones. Eso ayudó a su vez a reducir la inflación de manera gradual, aliviando la presión sobre los ingresos reales de la población.

En verano, las arcas del Tesoro ruso estaban tan repletas que Putin se sintió lo bastante seguro como para lanzar un contraataque entorpeciendo el suministro de gas a Europa. En abril, cuando el 40% del gas europeo venía de Rusia, exigió interrumpir el suministro a todos los países que se negaran a pagar en rublos. En Europa resoplaron, pero aceptaron la condición.

En junio, Putin empezó a manipular el flujo de gas ruso que llegaba a Alemania por el gasoducto Nord Stream 1. Primero redujo el suministro en un 75%, pasando de 170 millones de metros cúbicos diarios a unos 40 millones. Luego el gasoducto pasó 10 días cerrado en julio, alegando trabajos de mantenimiento esenciales. Y cuando se reabrió, su caudal se había reducido a 20 millones de metros cúbicos por día.

Hasta que el 26 de septiembre, un servicio de inteligencia aún no identificado hizo estallar ese gasoducto y el vecino, el Nord Stream 2, que aún no había entrado en servicio. En el fondo del Báltico quedaron sus restos destrozados y la escena de un crimen pendiente de resolución.

“Putin se dio un tiro en el pie al cerrar el grifo del gas, porque cambió por completo los cálculos de la Unión Europea y dio a Europa el estímulo necesario para diversificarse y alejarse del gas ruso”, dice Demarais. “Le hizo mucho más fácil la decisión a Europa”.

Si en seis meses Europa se ha desprendido en gran medida del gas ruso ha sido gracias a una combinación de buena suerte y planificación. Se han potenciado las energías renovables, se ha alargado la vida útil de las centrales nucleares y se han levantado terminales de gas natural licuado a la velocidad del rayo. En busca de fuentes alternativas de energía, la Comisión Europea ha enviado delegaciones a Marruecos, Qatar, Angola, Venezuela, Nigeria y Noruega. Ha sido una especie de “terapia de choque” inspirada por Putin.

Otro golpe para Putin ha sido que el “general invierno”, un supuesto aliado de Rusia, no se presentase a trabajar. Las temperaturas medias han superado con creces la norma para el invierno, batiéndose récords en Holanda, Liechtenstein, Lituania, Letonia, República Checa, Polonia, Dinamarca y Bielorrusia. Junto a la contención de los consumidores europeos sacudidos por facturas récord, esas temperaturas más altas han sido determinantes en la menor demanda de energía. En enero, los niveles de almacenamiento de gas de Alemania se situaban en el 90%, el máximo histórico alcanzado en ese mes.

En comparación con el período anterior a la guerra, las exportaciones de gas ruso a Europa han caído en más de un 75%. Tras alcanzar un máximo de más de 300 euros por megavatio hora después de la invasión, el precio diario del gas natural en la bolsa de Amsterdam Euronext ha vuelto a caer muy por debajo de los 100 euros para quedar en menos de 60 (un precio que sigue siendo alto, si se compara con los promedios de 2020). En toda Europa, la inflación está reduciéndose lentamente y Alemania parece haber evitado la recesión que muchos pronosticaban.

Putin jugó su mejor carta en la guerra económica, reducir la exportación de gas a Europa, y terminó en fracaso. El próximo invierno seguirá siendo un fracaso si la UE consigue controlar la demanda. En el espacio de un año, Putin ha roto lo que era la pieza central de la economía rusa de posguerra, el puente de gas entre Rusia y Europa.

¿Y ahora qué va a pasar?

La cuestión ahora es con qué rapidez podrá Putin construir un nuevo puente hacia el este que mantenga a flote las finanzas rusas. Rusia exporta a China gas natural desde sus yacimientos orientales y a través del gasoducto Power of Siberia 1, de unos 4.000 kilómetros. Pero los yacimientos occidentales que servían a los mercados europeos no están vinculados a esa ruta exportadora y no pueden redirigirse fácilmente hacia China.

Dentro de un tiempo habrá un gasoducto que conecte los dos yacimientos, el Power of Siberia 2, pero la fecha estimada de finalización de obra es 2030. Y China tampoco es un mercado tan rentable. Se calcula que Rusia cobra 3 dólares por millón de unidades térmicas británicas (MMBtu) en sus ventas a China a través del oleoducto Power of Siberia. El precio estimado de las entregas a Europa era de entre 10 y 25 dólares por MMBtu.

Putin también corre el riesgo de que se le desmoronen los ingresos derivados del petróleo, su joya de la corona. Tras las insistentes presiones del Tesoro de EEUU, Occidente ha añadido a la prohibición de vender crudo ruso en la UE una inédita intervención en el mercado que pretende fijar un precio máximo mundial de 60 dólares para el barril de petróleo ruso transportado por mar.

A partir del 5 de diciembre (la misma fecha en que entró en vigor la prohibición de importar petróleo ruso en los puertos de la UE), cualquier empresa que haga pagos, asegure, suministre combustible o proporcione servicios financieros, de pilotaje o de corretaje a un buque que transporte petróleo ruso no podrá recibir cobertura de seguro si ese petróleo se compra a más de 60 dólares por barril. Si EEUU o la UE descubren a alguna empresa falseando el precio, o presentando certificados falsos, el G7 podrá imponerle sanciones. Las multas que está proponiendo el Reino Unido ascienden a 1,2 millones de dólares.

Putin fanfarroneó y dijo que a partir del 1 de febrero suspendería por cinco meses las ventas de petróleo a cualquier país que cumpla con ese régimen de precios. Pero podría ser un farol. Aunque India y China no hayan dado su respaldo explícito al precio máximo, pueden aprovecharse de su existencia y de su poder de negociación para acordar fuertes descuentos en comparación con el crudo Brent.

El tope al precio del petróleo ruso está en sus primeros días. Como en enero el precio promedio del crudo de los Urales por vía marítima fue de 49,48 dólares (por debajo de los 60 dólares del tope), los petroleros de la UE (griegos, en su mayoría) han podido continuar con el transporte de petróleo hacia China y la India sin vulnerar la ley.

Según los informes, la carga de crudo en los puertos rusos ha alcanzado un máximo de varios meses. En el mejor de los casos, el tope ha servido para institucionalizar los descuentos. En el peor, no está funcionando. Ucrania y su equipo de expertos en sanciones (dirigido por el ex enviado estadounidense Michael McFaul) sostienen que el tope tiene que reducirse a la mitad si su objetivo es hacer un agujero en las cuentas de Moscú.

Cuando el Tesoro estadounidense decidió la cifra de 60 dólares para el tope tenía varios objetivos en la balanza: reducir los ingresos de Rusia pero también mantener en los mares un suministro suficiente que evite otra subida en los precios del petróleo. Para eso ha hecho falta una peligrosa evaluación del precio al que Putin puede decidir que ya no es rentable extraer o exportar petróleo. Estados Unidos está tratando de posponer hasta marzo la revisión del precio máximo mientras sigue cotejando evidencias.

En la Escuela de Economía de Kiev insisten en que los números del tablero ruso ya están parpadeando en rojo. El déficit fiscal mensual de Rusia alcanzó en diciembre la cifra récord de 3,9 billones de rublos (unos 50.000 millones de euros) y su déficit presupuestario total para 2022 era de 3,3 billones de rublos, frente a un superávit anual previsto de 1,3 billones. El gasto total en 2022 superó a lo estimado en 7,3 billones de rublos, posiblemente debido al enorme gasto en Defensa.

Solo en el presupuesto federal de 2023, Putin planea gastar en Defensa y Seguridad Nacional el 6,3% del PIB. Significa multiplicar por dos el gasto en Defensa para llevarlo hasta más de 10 billones de rublos. La pregunta es cuánto tiempo podrá mantener este nivel de gasto si los ingresos energéticos disminuyen tan rápidamente.

Según Demarais, los primeros signos de tensión grave serán la emisión de deuda no planificada y la venta de una parte de sus 310.000 millones de yuanes (unos 42.400 millones de euros), la única divisa en las reservas rusas susceptible de ser utilizada para intervenir en el mercado de monedas.

Hay varias estimaciones, pero algunos dicen que Rusia podría sostener su gasto previsto si el precio del crudo de los Urales ronda los 70 dólares por barril. Según Bloomberg Economics, Rusia no agotará su reserva de activos en yuanes en 2023, a menos que el precio del crudo de los Urales se reduzca a la mitad y llegue a situarse en un promedio de 25 dólares por barril. El banco estadounidense Citigroup estimó que basta con un precio promedio de 35 dólares para que los recursos de Rusia en yuanes se agoten ya en 2023.

Pero como quedó demostrado el año pasado, Rusia no se va a quedar de brazos cruzados ante el tope a los precios. Aprendiendo de Irán, su aliado cada vez más cercano, Putin ha reunido una vetusta y opaca flota de buques menores que transportan crudo principalmente a China y la India. El fraude se intenta por múltiples medios: banderas de conveniencia; mezclas de crudo; seguros rusos; o simplemente falsificación de documentos.

Ya están surgiendo nuevos centros de transferencia de crudo. Todo dependerá del precio al que China compre el petróleo y del crecimiento de este mercado paralelo, si logra o no convertirse en una alternativa viable al tope impuesto por el G7.

Al final, una guerra de sanciones internacionales es como un juego del gato y el ratón donde las dos partes tratan de identificar pistas en la estrategia de desinformación que les permitan adelantarse a los movimientos de su rival. En última instancia, no es tan decisiva como la del campo de batalla, pero Putin podría ver reducidas sus opciones si Occidente consigue mantener el rumbo. Eso sí, si sobrevive va a ser un duro golpe para la hegemonía del dólar que no pasará desapercibido en Pekín.

Traducido por Francisco de Zárate