En 1981, un carguero llamado Primrose encalló en un arrecife de coral de la Bahía de Bengala. El viento soplaba fuerte y las olas se agitaban en torno al desafortunado barco. Esas horribles condiciones probablemente salvaron la vida de los 28 tripulantes.
Tras varios días atrapados en el arrecife, un vigilante dijo haber visto a un grupo de personas en la isla, saliendo de la jungla a pocos cientos de metros allí. El alivio que sintió por la posibilidad de un rescate se desvaneció en cuanto distinguió a los hombres, prácticamente desnudos, agitando sus lanzas, arcos y flechas en dirección al barco.
“Hombres salvajes, en un número estimado superior a 50, llevan varias armas caseras y están armando dos o tres barcos de madera”, dijo el capitán del Primrose en un mensaje de radio a su central de Hong Kong. “Preocupados por un posible abordaje al atardecer. La vida de ningún miembro de la tripulación está garantizada”.
Fue esa misma tribu la que el pasado 17 de noviembre terminó con la vida del misionero estadounidense John Allen Chau. Según un relato del historiador y escritor Adam Goodheart, la tripulación del Primrose sobrevivió gracias a las olas, que rechazaron las barcas de la tribu, y a los fuertes vientos, que alejaron las flechas de sus objetivos. Después de tres días aterradores, un barco de la marina india rescató a los marineros varados y los puso a salvo. Entre otras armas improvisadas, la tripulación se había defendido con tuberías y bengalas. El Primrose aún descansa en el mismo lugar en que encalló hace 37 años.
El misionero Chau debió de ver los restos del Primrose en la tarde del 14 de noviembre, cuando circunnavegaba la isla de Sentinel del Norte en una embarcación con cinco pescadores. La policía informó que Chau les pagó 25.000 rupias (unos 313 euros) para que lo llevaran de contrabando hasta allí.
Como ocurrió con el incidente del Primrose, el aparente asesinato de Chau mientras trataba de predicar entre los pobladores de Sentinel del Norte (en contra de la legislación de la India y de la advertencia de que la exposición a patógenos foráneos pueden terminar con ellos) ha alimentado el interés por una de las comunidades más aisladas del mundo. Según los pocos historiadores y antropólogos que los han estudiado, se trata también de una de las más incomprendidas.
Son unas 100 personas
La historia de los encuentros entre el mundo exterior y la tribu, compuesta por unas 100 personas, es una sucesión de episodios violentos. En 1974, un miembro del equipo de National Geographic que rodaba un documental sobre la isla fue alcanzado en la pierna por una flecha. Un año después, se dice que el rey exiliado de Bélgica abortó una visita a la isla cuando un miembro armado de la tribu salió de la jungla en solitario y agitando su arco en dirección al barco. En 2006, dos hombres que buscaban restos de naufragios en Sentinel del Norte encallaron en un banco de arena y fueron despedazados con hachas. La policía comunicó esta semana que sus cuerpos habían sido colgados desde palos de bambú y expuestos frente al océano “como espantapájaros”.
Pero las personas con experiencia en Sentinel del Norte rechazan la idea de que sea una tribu intrínsecamente agresiva. “Son un pueblo pacífico”, dijo esta semana a un medio de India el antropólogo TN Pandit. En 1991, Pandit fue el responsable de uno de los primeros encuentros exitosos con la tribu. En su opinión, la enorme desconfianza que siente la tribu hacia los forasteros (muchas veces descrita como una especie de barbarie irracional) está perfectamente fundamentada y “se ha transmitido de generación en generación”.
Como confirmó Vivek Rae, exadministrador de las islas Andamán y Nicobar (el territorio indio que incluye a Sentinel del Norte), “su hostilidad es señal de una gran inseguridad”. Hace siglos, las Islas Andamán eran un imán para los birmanos que traficaban con esclavos: se apoderaban de los miembros de las cuatro tribus cazadoras-recolectoras de las islas y los vendían en el sudeste asiático.
A partir de 1857, las Andamán pasaron a ser colonia británica permanente y usadas como prisión para los participantes de la Rebelión de la India que tuvo lugar ese mismo año (el mayor levantamiento armado contra el dominio colonial del subcontinente). Según Clare Anderson, profesora de historia en la Universidad de Leicester, “los británicos se entregaron a una política que oscilaba entre la asimilación, la contención y la aniquilación”.
Secuestros y muerte
Una práctica habitual era secuestrar a miembros de la tribu y retenerlos durante semanas con el objetivo de demostrar las ventajas de la civilización británica. En 1880, el comandante de la Marina Real británica Maurice Vidal Portman empleó esa estrategia en Sentinel del Norte: capturó a dos ancianos y a cuatro niños de la tribu que se habían refugiado en un asentamiento del interior. Aparentemente, eran los únicos pobladores que no habían podido huir. Los cautivos “se enfermaron rápidamente y el anciano y su esposa murieron, por lo que los cuatro hijos fueron enviados de vuelta a su casa con una gran cantidad de regalos”, escribió Portman después.
Las tribus que sí cedieron al dominio británico fueron devastadas por las enfermedades y machacadas por el alcohol, el tabaco y el azúcar, entre otros vicios del asentamiento europeo. Según un recuento de los británicos, la población de las Islas Andamán estaba compuesta por al menos 5.000 personas en 1858. En 1931, el número había caído hasta 460.
La razón era evidente incluso para el comandante Portman: “La relación [de las tribus] con los extranjeros no les ha causado sino daño”, dijo a la Royal Society de Londres. “Me remuerde la conciencia que una raza tan agradable se esté extinguiendo de forma tan veloz”.
Durante la Segunda Guerra Mundial, las Islas Andamán fueron escenario de feroces combates y bombardeos. Según PC Joshi, profesor de antropología de la Universidad de Delhi, eso puede haber impactado en los habitantes de Sentinel del Norte. “Esos recuerdos deben pesar”, dijo.
Desde 1967, los antropólogos del Gobierno indio se han propuesto ganarse poco a poco la confianza de la tribu, dejándoles cocos, plátanos e hierro forjado como regalo. El hierro ha aparecido después en la punta de las flechas que la tribu dispara periódicamente contra los académicos exploradores. Es un rasgo de que la tribu, con al menos 30.000 años de antigüedad, no es una reliquia de la era neolítica. Su estilo de vida puede evolucionar como el de cualquier otra comunidad humana.
En los últimos veinte años dejó de haber expediciones de entrega de regalos. La política del actual Gobierno indio es sencillamente dejar en paz a los habitantes de Sentinel del Norte. Una decisión que, en parte, tiene que ver con la experiencia vivida con los jarawa, otra tribu de las Andamán.
En 1996, un niño jarawa se rompió la pierna mientras intentaba robar fruta de un asentamiento moderno. Lo llevaron al hospital y pasó cinco meses de recuperación antes de regresar a su tribu habiendo descubierto la televisión y aprendido algo de hindi. Un año después, aproximadamente, el niño llevó a un grupo de jarawas fuera del bosque. Tras siglos de hostilidades, era una oferta formal de paz por parte de la comunidad.
Pero la experiencia Jarawa dejó de considerarse como un triunfo en cuanto enfermedades como el sarampión devastaron a la comunidad y hasta las autoridades se implicaron en “safaris humanos” por el territorio Jarawa.
Los antropólogos temen que la experiencia Jarawa termine replicando la de otras tribus Andamán contactadas. Como dice Kanchan Mukhopadhyay, exoficial del servicio antropológico de la India con experiencia en las islas, hay que recordar “la horrible experiencia de la tribu de los Grandes Andamaneses”: “Murieron de forma masiva. Y la tribu Onge ya no caza ni pesca. Dependen totalmente de los alimentos suministrados por las autoridades”.
La desgracia de Chau en Sentinel del Norte ha despertado indignación en India y reafirmado la postura del Gobierno. Esta semana, un antropólogo involucrado en el caso del estadounidense confirmó al periódico The Guardian que no había planes de ir a Sentinel del Norte para recuperar el cuerpo. “Disparan flechas ante cualquier invasor”, dijo. “Su mensaje es 'no vengan a la isla' y lo respetamos”.
Traducido por Francisco de Zárate