¿Son los atentados de Bruselas un acto de venganza por la detención de Abdeslam?
¿Un acto de venganza? ¿La incompetencia de los servicios de seguridad que no supieron detectar que se estaba creando una nueva célula terrorista? ¿Una señal de que todavía está operativa la red creada por Salah Abdeslam, el cerebro de los atentados de París que fue detenido en Bruselas el viernes pasado? O, teniendo en cuenta que todavía se desconocen los detalles de los acontecimientos de esta mañana, tal vez ninguna de las anteriores.
Las explosiones en Bruselas nos permiten llegar a varias conclusiones que son básicas y muy relevantes.
La primera de ellas es que si bien la amenaza yihadista en Europa puede aumentar o disminuir, no desaparece con la simple detención de uno de los cerebros de la organización, por muy importante que sea. A la luz de los hechos de hoy, el “gran golpe” del viernes pasado, como lo describieron varios políticos de alto nivel, ya no parece tan grande.
La segunda es que los terroristas y aquellos que los intentan parar parecen ir a la misma velocidad. Esto tiene una consecuencia práctica y otra psicológica. El principal objetivo de las unidades antiterroristas es recabar información con la mayor celeridad posible para organizar un operativo que permita dar con los sospechosos antes de que estos puedan percatarse de quién ha sido detenido y quién ha podido confesar, y obviamente antes de que puedan llevar a cabo su plan. Cuando la labor antiterrorista es eficaz, las redes no pueden soportar esta presión y se desintegran, como pasó en Irak a mediados de la década anterior.
En cambio, el objetivo principal de los terroristas es demostrar que todavía pueden sembrar terror, movilizar a sus miembros y fragmentar a la sociedad con su violencia. Esto poco tiene que ver con la venganza, más bien es una demostración de fuerza. Quieren demostrar que tal vez han tenido que reducir sus expectativas pero en ningún caso las han descartado.
El pasado domingo, el primer ministro de Bélgica, Didier Reynders, indicó que Abdeslam había reconocido que estaba planeando un ataque en la capital del país: “Nos dijo que se estaba preparando para una nueva acción y probablemente sea cierto porque en los primeros registros que practicamos encontramos muchas armas, entre ellas armas pesadas, y también sabemos que se había formado una nueva red y que él era el cabecilla”.
Tal vez esta nueva red ha podido llevar a cabo su plan antes de que los servicios de seguridad la hayan podido desarticular. También es posible que la integren dos hombres que se sospecha que desempeñaron un papel clave en los atentados de París y sobre los que pesa una orden de busca y captura desde noviembre.
Todo parece indicar que Mohamed Abrini, un belga de 31 años de origen marroquí, desapareció tras desempeñar un papel clave en la planificación y logística de los atentados de noviembre. Es amigo de Abdeslam desde la infancia ya que eran vecinos en el barrio de Molenbeek. De hecho, varios de los autores de los atentados de París proceden de este barrio de Bruselas. La orden de detención internacional que se hizo pública hace cuatro meses lo describe como “peligroso y probablemente armado”.
La policía también está buscando a un sospechoso que se conoce con el apodo de Soufiane Kayal. El hombre utilizó documentación falsa con este nombre cuando cruzó la frontera de Hungría con Austria el pasado 9 de septiembre. Viajaba con Abdeslam y Mohamed Belkaïd, un argelino de 35 años que fue abatido a tiros el martes pasado durante una redada policial en Bruselas. Los tres hombres se hicieron pasar por turistas que se dirigían a Viena para pasar allí sus vacaciones y no levantaron sospechas.
La red terrorista tiene muchos otros integrantes. Si tenemos en cuenta que Abdeslam pudo esquivar a la policía durante muchos meses, resulta evidente que decenas de personas, o muchas más, lo estuvieron ayudando. Y esta es la cruda realidad del extremismo islámico contemporáneo en Europa. No estamos ante “lobos solitarios” que actúan por su cuenta sino ante un grupo reducido pero significante de personas que están muy arraigadas en su comunidad y en su barrio.
Estas personas comparten el punto de vista extremista de los terroristas o, si no es así, están dispuestas a ayudarlos si estos necesitan ayuda debido a lazos familiares o de amistad. Varios estudios demuestran que una elevada proporción de terroristas comparten sus planes con su entorno.
Algunas personas de su círculo llaman a la policía. Los medios de comunicación franceses afirman que una advertencia de estas características permitió detener a Abdeslam la semana pasada. Sin embargo, muchas otras personas optan por callar.
Otro reto que deben abordar los servicios de seguridad es que aquellos que solo apoyan a los terroristas pero que no cometerían un atentado pueden terminar cargando con un explosivo o una pistola si se dan ciertas circunstancias, como por ejemplo la detención de un importante miembro de la red o si reciben órdenes de altos mandos, tal vez desde el extranjero.
Aunque generalmente se presenta el extremismo y a grupos como el Estado Islámico y Al Qaeda como un fenómeno internacional, lo cierto es que este tipo de activismo tiene una raíz local.
En las últimas décadas, en prácticamente todos los atentados perpetrados en Europa han participado lugareños que han atacado a otros lugareños con armas y municiones compradas en ese mismo sitio. Si las explosiones de hoy son un atentado terrorista, probablemente estaremos ante el mismo supuesto.
Traducción de Emma Reverter