El aumento de las temperaturas amenaza la salud de trabajadores de todo el mundo
William Martínez, que trabajó de niño en un cultivo de caña de azúcar en el campo nicaragüense, aprendió por las malas lo que muchos comienzan a ver hoy en Estados Unidos, Canadá y otros países: el ascenso de las temperaturas causa muertes y destrucción del modo de vida.
Martínez, junto a sus vecinos de La Isla, comenzó a enfermar con frecuencia hace dos décadas después de trabajar durante largos días agotadores bajo el duro sol de Nicaragua. Los trabajadores del molino cercano, que provee de melaza a productores de alcohol, comenzaron a sufrir fallos renales, lo cual les alejó del trabajo y les forzó a caros y largos tratamientos de diálisis. Su padre y sus tíos, que sufrieron la misma aflicción, murieron cuando Martínez era un niño, lo que le obligó a empezar a trabajar.
Con el paso del tiempo murieron tantos hombres trabajadores en la aldea que la comunidad llegó a adoptar un nuevo nombre: La Isla de las Viudas.
La enfermedad que devastó a generaciones de trabajadores ha llegado a conocerse en la literatura académica como enfermedad crónica de los riñones de origen desconocido, pero para quienes trabajan en las plantaciones de caña de azúcar sin resguardo del sol, la causa es tan clara como el cielo despejado.
“Aquí, a nivel comunitario hemos perdido mucho y es una pérdida con la que todavía cargamos”, dice Martínez, que ahora, a los 29 años, es investigador especializado en salud laboral y seguridad operativa. “Pero esto no es algo que afecte solamente a Nicaragua: tendrá efectos en otros lugares también, si no se hace nada para mitigar o prevenir el estrés térmico”.
Más de 5 millones de personas mueren cada año en todo el mundo por condiciones excesivamente calurosas o frías, según un estudio reciente de los últimos 20 años. Las muertes vinculadas al calor están aumentando. Otro estudio ha averiguado que el 37% de las muertes vinculadas al calor en el mundo durante las temporadas cálidas están vinculadas con la emergencia climática.
Cuando llega una ola de calor como la que golpeó parte de Norteamérica a finales de junio y principios de julio llegando a superar los 49 grados en Canadá y sometiendo a 31 millones de personas, el dolor se siente también en los países más poderosos.
Los registros oficiales de los estados de Oregón y Washington sumaron casi 200 muertes como resultado de las temperaturas abrasadoras, que se estima que también causaron más de 500 muertes en la provincia de Columbia Británica, en Canadá. Mientras tanto, los incendios forestales encendidos por la ola de calor devastaron la región.
Kate Brown, la gobernadora demócrata de Oregón, describió la ola de calor como un “mensaje de advertencia” en una entrevista con CBS y dijo que los más golpeados pertenecen a grupos minoritarios y otras comunidades vulnerables, como aquellos que realizan trabajos físicos –campesinos, obreros, agricultores, etc–. “Debemos ubicar también las voces de las personas negras e indígenas al frente de nuestra labor de preparación para la emergencia”, dijo.
En el sudeste asiático, las fábricas urbanas de ropa son literalmente focos de calor y sus trabajadores enferman constantemente.
“Las fábricas cerradas, donde los trabajadores usan equipo de protección y donde no siempre hay aire acondicionado –ya sea por razones económicas o vinculadas a la producción–, son lugares donde uno puede fácilmente sufrir un golpe de calor”, dice Jason Lee, profesor de la Escuela de Medicina Yong Loo Lin de la Universidad Nacional de Singapur y autor principal de un estudio sobre el efecto del estrés térmico en trabajadores en Singapur, Vietnam y Camboya.
Lee dice que pagar a los trabajadores de fábricas por hora, en lugar de por su producción, reduciría el incentivo a evitar que se tomen pausas regulares de descanso.
En Oriente Medio, los trabajadores migrantes de la construcción –muchos de Nepal– han estado particularmente en riesgo. En Qatar, se estima que cientos mueren anualmente por el estrés térmico mientras trabajan en la construcción de infraestructura para la Copa Mundial de Fútbol, como demostró una investigación de The Guardian en 2019.
“Nos dan una pausa de 30 minutos cada ocho horas”, dijo en ese momento un hombre de Bangladesh que trabajaba en una construcción cerca de Doha. “Si nos tomamos otra pausa de 20 minutos, nos dicen que trabajemos 20 minutos más”.
Volviendo a Nicaragua, Martínez –que vive todavía en La Isla y trabaja como organizador comunitario– y otros investigadores han encontrado un modelo que dicen que vale la pena exportar.
Martínez, que trabaja con La Isla Network –un grupo de científicos dedicado a proteger a los trabajadores de los impactos más peligrosos de la crisis climática– trabajó con la azucarera nicaragüense Ingenio San Antonio, donde él mismo fue empleado, en la implementación de un programa para que los trabajadores beban agua, descansen y se resguarden del sol. Desde entonces, los índices de aflicciones renales se han reducido. Dos ingenios en México son candidatos para realizar una versión piloto del programa en 2022, conocido como la Iniciativa Adelante.
“El estrés térmico expulsa a la fuerza a las personas del mundo laboral, matándolas directamente o causándoles muchas veces enfermedades que requieren tratamientos muy costosos. En el contexto de Nepal o Nicaragua, eso obliga a los niños a comenzar a trabajar en sus sitios de origen o en el extranjero para reemplazar a sus padres y fomentando el trabajo infantil”, dice Jason Glaser, director ejecutivo de La Isla Network. Glaser añade que las empresas de EEUU deberían implementar prácticas similares. “Lo que estamos haciendo en Nicaragua y en México debería suceder en casa”.
Para Martínez, la urgencia de actuar es clara. “Es sentido común. El planeta se está calentando y más personas estarán en riesgo, lo que significará más abandonos laborales y la sobrecarga de los sistemas de salud”, dice. “Lo más importante es proteger a los trabajadores y eso vale para todas las industrias”.
Traducción de Ignacio Rial-Schies
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