China busca la “mano negra” tras las protestas de Hong Kong y ya no sabe ni a quién detener

Ilaria Maria Sala

Hong Kong despertó el viernes bañada por un chaparrón de noticias tan densas como la lluvia que no dejaba de caer.

Primero fue Andy Chan Ho-tin, cabeza visible del ilegalizado Partido Nacional de Hong Kong. Chan fue detenido en el aeropuerto durante la noche del jueves cuando estaba a punto de volar a Japón. Después se supo que Joshua Wong había corrido la misma suerte. Desde que en 2012, con apenas 15 años, organizó protestas contra el currículo en las escuelas, Wong se ha convertido en uno de los activistas por la democracia más conocidos. Aquel proyecto educativo, un intento de despertar el espíritu patriótico de la juventud hongkonesa para algunos, fue descrito como un “lavado de cerebro” por Wong y sus partidarios. Fue también uno de los líderes de la conocida como 'Revolución de los paraguas' en 2014. Fue detenido, terminó en prisión y aún arrastra causas judiciales.

La tercera persona de alto perfil arrestada este viernes es Agnes Chow. Lideresa también de la 'Revolución de los paraguas', Chow fundó junto a Wong un partido político, Demosisto, otra de las formaciones nacidas de ese ciclo de protestas junto al Partido Nacional de Hong Kong fundado por Chan.

Ninguno de ellos ha mostrado un perfil alto durante las últimas movilizaciones, caracterizadas por no contar con líderes visibles. Las protestas han adoptado como slogan el famoso “be water” de Bruce Lee: adaptable y móvil.

Los analistas han estado buscando la etiqueta precisa con la que referirse a las protestas que han remecido Hong Kong durante todo el verano. Los paraguas juegan un papel mucho menos importante que el desempeñado en 2014 y aunque en esta ocasión no se han convertido en seña de identidad, en esta ocasión se abren más por motivos climáticos, pero también lo hacen para protegerse del gas lacrimógeno y las fotografías y grabaciones no deseadas.

Algunos han tratado de bautizarla como la 'Revolución de los cascos' y dotar así de una descripción adecuada a un verano caracterizado por la aparición de una violencia que no se había registrado en protestas previas. Esta vez la policía dispara con normalidad gas lacrimógeno, balas de goma y otras armas no letales además de usar sus porras a rienda suelta. Por eso los cascos.

El domingo, Hong Kong también vio, por primera vez, fuego real. Un policía utilizó su arma reglamentaria contra los manifestantes [disparó al aire para dispersarlos]. Por primera vez en medio siglo. No se habían utilizado desde que la policial colonial trató de restaurar la calma durante los disturbios provocados por la izquierda en 1967, durante un conato de extensión de la Revolución Cultural china a un territorio que entonces formaba parte del Imperio Británico.

Los manifestantes no se han quedado de brazos cruzados ante la escalada represiva: Desde 2016 lanzan ladrillos contra la policía. Todo comenzó cuando los activistas se enfrentaron a las autoridades para evitar el desalojo de vendedores callejeros informales durante el Año Nuevo Chino. Se llamó entonces la 'Revolución de las albóndigas de pescado' a partir de una especialidad culinaria local. Su líder, Edward Leung, que ahora tiene 27 años, cumple una sentencia de seis años en prisión. Fundador del grupo 'Indígenas de Hong Kong', debe su despertar político al temor de que el estilo de vida hongkonés se erosione hasta diluirse debido a su integración gradual en China. Leung es también quien formuló el lema más reconocido hasta el momento: “Recuperar Hong Kong, la revolución de nuestra época”.

Lo que comenzó como una protesta contra el intento de introducir una modificación legislativa a la ley de extradición que habría permitido juzgar a hongkoneses en la China continental, muy mal gestionado por la jefa del Ejecutivo de la antigua colonia, Carrie Lam, ha evolucionado hasta convertirse en una pelea a tumba abierta por el sufragio universal, una promesa ya antigua y nunca cumplida. Alimentada, además, por el rechazo a una violencia policial que no deja de aumentar.

Una mirada a los 22 años que Hong Kong lleva bajo soberanía china permite que salga a la luz el más claro de los elementos que impulsan la desafección política: la ausencia de canales que permitan una comunicación fructífera entre Gobierno y ciudadanía.

Y no obstante, las autoridades, tanto en Hong Kong como en Pekín, parecen totalmente incapaces de comprender que los interlocutores escogidos por ellos mismos –una macedonia de multimillonarios y leales a Pekín– no representan las voces del disenso. Los miembros del Consejo Ejecutivo de Hong Kong, órgano de gobierno local, son nombrados por la jefa del Ejecutivo, elegida a su vez mediante sufragio censitario por 1.200 de entre 7,5 millones de habitantes. Carrie Lam gobierna Hong Kong con la legitimidad de 777 votos.

Desde 1997 todos los gobiernos hongkoneses se han negado a establecer contactos con el sector que trabaja por la llegada de la democracia, muy representativo del sentir general.

Además, hace días que el ruido de sables agitados por China sobrevuela Hong Kong. Las maniobras militares próximas a la frontera son cada vez más evidentes. Aunque una intervención armada no parece probable, meter miedo siempre ha sido una estrategia útil. El arresto de unos 1.000 activistas a lo largo del verano tiene como última de sus manifestaciones las detenciones de conocidos líderes que mantenían un perfil bastante bajo. La intención es clara.

Aunque Pekín ha tenido que admitir que no puede controlar la información que sale de Hong Kong, trata de generar un discurso alternativo y favorable a sus intereses. Según su versión, una “mano negra” se mueve tras bambalinas impulsada desde el exterior para sembrar discordia en Hong Kong. Las detenciones del viernes demuestran que su formulación no es propagandística. Realmente lo creen.

No pueden concebir un movimiento sin líderes. Tiene que tratarse de algo orquestado por saboteadores, sean estos malvados detractores del plan quinquenal chino o desafectos al régimen hongkonés que le piden a su gobierno que escuche a la población. Así, a fin de cuentas, es como se cerró el ciclo de protestas de Tiananmen: desatando una campaña que duró años que pretendió desenmascarar y llevar a prisión a las “manos negras” que lo habían provocado y negando que pudiera existir algún sentimiento popular, auténtico y espontáneo tras la presencia de millones de personas en las calles.

Para concluir, un indicador más de uno de los errores más habituales a la hora de entender la política china. Sus pronunciamientos, por más absurdos que parezcan, por más propagandísticos que suenen a los oídos de Occidente, pueden ser, en realidad, la plasmación de lo que sus líderes creen de verdad. El modo en que silencia cualquier posible disidencia podría demostrarlo. Un gobierno que se niega a escuchar a sus detractores se cree su propia propaganda.