Ellos derraman el petróleo y después se preguntan que por qué arde. El fascismo está en ascenso en Occidente, y está envalentonado, legitimado y alimentado por políticos y periódicos “convencionales”. Justo cuando lamentamos la pérdida de un héroe como Bernard Kenny –que con valentía trató de impedir el asesinato fascista de Jo Cox– tenemos que preguntarnos a nosotros mismos: ¿quiénes son esas personas con poder e influencia que están ayudando a que se den las condiciones perfectas para que prospere el racismo y el fascismo se reproduzcan?
“No me puedo creer que en los EEUU del siglo XXI estemos viendo saludos nazis”, tuiteó Nigel Farage sobre Charlottesville, arrastrando una lata de petróleo detrás de él. Quizá lo próximo sea que el presidente de una empresa de comida rápida exprese incredulidad por los niveles de obesidad; o que una compañía de tabaco emita un comunicado de prensa sobre las muertes a causa de cáncer de pulmón.
Farage: el hombre que posó de pie, con los brazos abiertos, frente a un cartel en el que aparecían refugiados de piel oscura y en el que se podía leer “Breaking Point” (haciendo referencia a que la UE, más concretamente Reino Unido, había llegado al límite de acogidas de refugiados). Farage: el hombre que expresó sus “preocupaciones” por tener rumanos mudándose en la casa de al lado, e hizo aquella apocalíptica advertencia de que los rumanos y los búlgaros estaban inundando Reino Unido. Farage: el hombre que ovacionó el ascenso de Trump, un presidente de EEUU cuyos más fervientes seguidores gritan ahora en tono triunfante “¡Heil Trump!” mientras amenazan a las minorías y a los progresistas.
Pero Farage es un blanco fácil. A lo largo de todo el mundo occidental una élite política y mediática utiliza a los migrantes como cabezas de turco por los crímenes que llevan a cabo los poderosos, retrata a los musulmanes como una homogénea y violenta quinta columna, y demoniza a los opositores tildándoles de antipatriotas, saboteadores y enemigos internos.
El rechazo inicial de Trump de atribuir la culpa a racistas y fascistas después de un ataque terrorista de extrema derecha –su posterior denuncia forzada no vale nada, y menos cuando lo que hizo justo después fue retuitear un tuit de un líder de extrema derecha– muestra a todas luces por qué los que marcharon en Charlottesville ven en él a su líder.
Pero la campaña de intolerancia de Trump, tomada por cada racista y fascista como una licencia para odiar, no fue una sucia distorsión de un tolerante consenso estadounidense. “Obama responde antes al Corán que a la Constitución”, aseguraron colaboradores de Fox News. La Constitución sería reemplazada por el Corán, anunciaron.
Hace unos años, un candidato republicano en la carrera presidencial, Herman Cain, dijo que estaría prohibido que los musulmanes sirvieran en altos cargos de la Administración. “La sharía es una amenaza mortal contra la supervivencia de la libertad en EEUU”, fue lo que dijo Newt Gingrich, expresidente republicano de la Cámara de los Representantes. Barack Obama solo “ofreció apoyo constante y eterno” a los musulmanes, declaró su colega republicano Mike Huckabee.
Aquellos matones que marcharon en Charlottesville, esos racistas y fascistas, tan solo representan el odio sin diluir que supura de la élite estadounidense.
Y pasa exactamente lo mismo en Reino Unido. “¿Qué haremos con el problema musulmán?”, garabateó esta semana Trevor Kavanagh en el periódico más vendido de Reino Unido, The Sun. He aquí una preciosa lección para aquellos que niegan los llamativos paralelismos entre la islamofobia actual y el antisemitismo de los años 20 y 30.
“Los musulmanes dicen a los británicos: iros al infierno”, gritó el Daily Express. Mail Online sigue proporcionando una plataforma a la predicadora del odio de extrema derecha Katie Hopkins, que una vez llamó a los migrantes “cucarachas” y fantaseó con la idea de utilizar buques armados contra ellos. Utilizando estas plataformas, Hopkins calumnió a una familia musulmana vinculándola con Al Qaeda. Los periódicos, sin tapujos, promueven un odio antimusulmán que se parece al antisemitismo flagrante y aceptado que se dio en los 20 y los 30.
El valiente experiodista del Daily Star, Richard Peppiatt, dimitió por “la incitación al odio contra los musulmanes” del periódico. “Las mentiras de un periódico en Londres pueden hacer que la cabeza de un tipo termine destrozada en un callejón en Bradford”, alertó, y tiene razón. A diario se pide a los ciudadanos británicos que culpen de todos sus problemas a los extranjeros, en vez de culpar a aquellos que tienen poder y riqueza.
“Migrantes, ¿cuántos más podemos acoger”, “Los inmigrantes traerán más crímenes”, “Reino Unido debe vetar a los migrantes”, “El coste real de la migración masiva para la vida de los británicos”, “El enjambre en nuestras calles”. Titulares llenos de odio, por no hablar de los propios artículos, que podrían llenar un sinfín de volúmenes.
Y después los medios informan sobre el brote de racistas y fascistas de Charlottesville –también en Reino Unido, por cierto– como en un programa de documentales sobre naturaleza con David Attenborough. ¿De dónde han salido? Lo cierto es que su odio y su bilis están legitimados, y resuenan de la mano de magnates de los medios y políticos.
En este país, los derechistas favorables al Brexit retrataron a los inmigrantes como una ciénaga de posibles criminales, terroristas, violadores y asesinos. A raíz de su repulsiva campaña, representan a los que les critican y a las personas progresistas como enemigos del pueblo y saboteadores que tienen que ser aplastados.
Sí, los racistas y fascistas son habilitados y fortalecidos por las élites a ambos lados del Atlántico. Y sí, no solo por su odio, sino también por un ordenamiento económico que genera una miseria innecesaria y una inseguridad que los intolerantes pueden utilizar.
Ellos son los culpables. El odio, el caos y la violencia son parte de ellos. Y mientras el racismo y el fascismo continúan su marcha y desatan un caos violento, sus incitadores deben ser considerados responsables.
Traducido por Cristina Armunia Berges