Si eres expresidente de Estados Unidos, existe un método infalible para que te recuerden con cariño: asegurarte de que tu sucesor sea un absoluto desastre. Sin duda, está táctica le ha funcionado a Barack Obama. A lo largo de estos últimos cuatro años, bastaba con mencionar su nombre para que millones de estadounidenses lo recordaran con nostalgia. La diferencia entre la talla de Donald Trump y la de su predecesor es tan abismal que, cada día que Trump se sentaba en el Despacho Oval, la reputación de Obama brillaba un poco más.
De hecho, no necesitaba que lo compararan con su sucesor. Ya antes de que Trump asumiera el cargo, Obama dejó la Casa Blanca con índices de aprobación inusualmente altos. Según una encuesta de Gallup, el 59% de estadounidenses tenía una buena opinión de él y esa cifra se ha mantenido hasta hoy. En el extranjero, según YouGov, Obama ha desplazado recientemente a Bill Gates como el hombre más admirado del mundo. Algo práctico, ya que está casado con la mujer más admirada del mundo.
De hecho, si usted tuviera que crear la antítesis de Trump, Barack Obama sería el resultado: cerebral y culto; reflexivo; autocrítico hasta el punto de dudar de sí mismo; un marido fiel y un padre entregado. Su equipo funcionaba tan bien que en el transcurso de ocho años apenas hubo filtraciones a la prensa; ni una sola persona se vio obligada a dimitir tras un escándalo, ni mucho menos a afrontar un proceso judicial. Lo más cerca que estuvo la Casa Blanca de Obama del escándalo fue cuando vistió un traje claro en 2014, una opción que algunos consideraron poco presidencial. Por algún motivo lo llamaban “Obama sin drama”.
Hay mucho que criticar en su historial. Por ejemplo, una guerra encubierta de drones en la que se multiplicaron por diez la cifra de ataques autorizados por George W. Bush, y que causaron cerca de 800 muertes de civiles en Pakistán, Somalia y Yemen. También es criticable que no lograra trazar una “línea roja” sobre el uso de armas químicas en Siria, un fracaso que Bashar al-Assad parece que interpretó como el permiso para seguir matando a su propio pueblo. Se puede criticar a Obama por no haber hecho lo suficiente por los pueblos pequeños y el Estados Unidos postindustrial. De hecho, muchas de las personas de estas zonas que lo votaron en 2008 y 2012, luego votaron a Trump en 2016. Aún así y teniendo todo esto en cuenta, desde la perspectiva de 2020, la presidencia de Obama parece un mar tranquilo y llano antes de la tempestad turbulenta de Trump.
El presidente saliente aparece poco en el primer volumen de las memorias de Obama, un libro de 751 páginas, Una tierra prometida (publicado en España por la editorial Debate). Abarca el periodo que va desde los inicios en política del autor –cuando ganó el escaño en el Senado local del estado de Illinois en 1995–, hasta el momento que tal vez aseguró su reelección: el asesinato de Osama bin Laden en 2011.
Obama publicará un segundo volumen con el resto de su presidencia. El libro está escrito con el mismo tono de Los sueños de mi padre, un éxito en ventas que parte de una reflexión sobre sus orígenes, en la que comparte con el lector su monólogo interior mientras observa el desarrollo de su vida, cuestiona sus motivaciones y es consciente de sus hipocresías.
El papel de Trump en su cameo es el de villano; una de las personas que lideró el movimiento birther, una campaña con trasfondo racista que afirmaba que Obama no había nacido en Estados Unidos y, por tanto, no podía postularse a la presidencia. Como señala Obama en su libro, “una teoría de la conspiración que Trump sabía que era falsa casi con certeza”.
Trump también aparece como el blanco de las bromas de Obama en el discurso que pronunció una fatídica noche de 2011, durante la cena de corresponsales de la Casa Blanca, un encuentro en el que es tradición que los presidentes hagan bromas. Obama se burló de Trump y lo presentó como un hombre para el que una decisión clave consistía en elegir entre los equipos de chicos y chicas de su reality El aprendiz (en el que los candidatos competían para ser el mejor empresario y sucesor de Trump). ¿Fue esa humillación la que hizo que Trump se postulara como presidente? ¿Para vengarse?
Si el resultado de las elecciones presidenciales celebradas este mes hubiera dado la victoria al candidato republicano, la publicación del libro de Obama habría estado teñida de melancolía, incluso de impotencia. Habría celebrado un legado que estaba a medio camino de ser desmantelado.
Sin lugar a dudas, si algo ha definido la presidencia de Trump ha sido su deseo obsesivo de destruir el legado de Barack Obama: se ha retirado de los acuerdos climáticos de París y del acuerdo nuclear con Irán, ambos negociados por Obama; se empeñó en destruir las reformas del sistema sanitario contempladas en la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio (conocida como Obamacare). Y con toda seguridad seguirá borrando la labor de su antecesor en las semanas que le quedan en el cargo, hasta el 20 de enero. Si hubiera logrado un segundo mandato, habría tenido cuatro años más para terminar este trabajo.
Ahora Joe Biden tendrá que deshacer lo que Trump deshizo. Ha prometido que revertirá algunas de las decisiones de su predecesor el mismo día de la toma de posesión, volviendo a los acuerdos de París y a la Organización Mundial de la Salud, por ejemplo. Puede que el equipo formado por Biden y Kamala Harris no equivalga a un tercer mandato de Obama-Biden, pero sí asegurará que el legado de los dos mandatos de Obama no desaparezca.
Debido a la pandemia, The Guardian no pudo entrevistar a Obama en un cara a cara; ni siquiera lo pudo entrevistar por Zoom. En su lugar, como corresponde a un escritor –especialmente a uno que le gusta mantener el control– el expresidente optó por un intercambio escrito: preguntas escritas y respuestas escritas.
Por supuesto, hay mil cosas que cualquiera querría preguntarle. ¿Se llama el libro “Una Tierra Prometida” porque tiene la sensación de que, como Moisés, nunca llegó a ella? ¿Desperdició el poder que tenía, tratando de pactar con los republicanos que nunca tuvieron interés en alinearse con sus políticas, sino que querían hacerle perder el tiempo desde el principio? ¿Dejó que los banqueros culpables de la crisis financiera 2008 se fueran de rositas?
Obama escogió qué preguntas responder; optando tal vez por aquellas que estaban pensadas no como preguntas trampa sino como espacios en los que podía explicarse. Esto encajaría con su perfil: Trump disfruta de los gritos combativos de Twitter, mientras Obama siempre ha sido un poco más como Instagram, con una imagen cuidada y agradable.
Al 44º presidente de Estados Unidos no le gusta mucho hablar del 45º, pero Trump está presente de todos modos, entre líneas. Obama insinúa que él y Trump cuentan relatos contrapuestos de Estados Unidos. Ahora, cuando la versión de Trump ha sido rechazada e interrumpida, Obama tiene una nueva oportunidad para contar la suya.
¿Es un escritor que se convirtió en político o más bien un político que escribe?
Gran pregunta. Porque la verdad es que, en muchos sentidos, el trabajo de un escritor y el de un político se solapan. Ambos intentan contar una historia que conecte con la gente. Donald Trump y yo contamos historias muy diferentes sobre lo que es Estados Unidos, pero no se puede decir que ninguno de los dos no haya contado una historia.
Como escritor, también tienes más herramientas para sortear algunos de los obstáculos que encuentran los políticos. Por ejemplo, existe la tentación, en política, de hablar de los votantes en categorías amplias: votantes blancos y votantes negros, demócratas y republicanos, mamás del hockey y mamás del fútbol. Esas categorías pueden ayudarnos a entender la vida de la gente, pero no nos muestran lo que pasa en su interior, sus complejidades y contradicciones. Cuando eres escritor, tu trabajo consiste en averiguar cómo mostrar a tus lectores esa vida interior. Es una perspectiva que podríamos usar más en política.
Usted escribe que para sus ayudantes, David Plouffe, David Axelrod y Robert Gibbs, “la fórmula inmediata para lograr el progreso racial era simple: teníamos que ganar” en 2008. Teniendo en cuenta lo que se ha vivido en EEUU este verano, ¿fueron –fuimos– ingenuos al pensar que el acto de elegir al primer presidente negro serviría para aliviar el dolor racial de Estados Unidos?
Obviamente, tenemos un largo camino por recorrer en este país. No encontrará una cita mía, o de mis ayudantes, diciendo que mi elección de alguna manera marcaría el comienzo de una sociedad posracial. Pero tampoco quiero subestimar el hecho de que hay una generación de jóvenes que encendían la televisión y veían a un presidente que se parecía a ellos; con un equipo a su lado que refleja la gama más completa de la diversidad de nuestro país. Y, por cierto, eso no solo tuvo un impacto en los niños afroamericanos. También tuvo un impacto en los niños blancos, que se adentrarán en el mundo sabiendo que no es inusual que una persona negra esté en una posición de liderazgo.
Me siento viejo al hacer esta afirmación, pero la realidad es que esos niños –niños de todos los orígenes que crecieron cuando yo era presidente–, ya han hecho mucho para que nuestro país avance. Ellos son los que salieron a las calles este verano para liderar la lucha por la justicia racial. Y ahora, los roles se han invertido: soy yo el que enciendo la televisión y ellos los que me inspiran.
En el libro, afirma repetidamente ser el objetivo de campañas de desinformación deliberada, ya sea sobre su certificado de nacimiento o su plan de salud. Ahora que las teorías de conspiración se han convertido en la corriente principal, ¿cuán vulnerable es la verdad, y qué se puede hacer para defenderla?
La verdad es la verdad. Algunas personas creen que les conviene mentir sobre ello. A veces les funciona, especialmente en las redes sociales, donde crees algo que dice un amigo, o tu tío o un medio que te dice lo que quieres escuchar pero descartarás la versión de alguien que se dedica a verificar los hechos para una publicación que te han dicho que es parcial y va en contra de tus intereses. El término “burbujas de información” a veces oculta el peligro: sin una base de hechos ampliamente compartidos, la democracia va a estar en crisis constante.
No existe una única forma de solucionarlo. Es un nudo complicado y se necesitará tiempo para deshacerlo. Estas teorías de la conspiración pueden cobrar vida propia en la red, y las plataformas todavía no saben cómo lidiar con ellas. Siempre van por detrás de la mentira, tratando de atraparla cuando ya se ha difundido en las redes. Y cuando la gente y los medios de comunicación que saben la verdad no desautorizan o se distancian de estas teorías de la conspiración, los usuarios de las redes no saben qué pensar. Así que todos tenemos que poner de nuestra parte para volver a un relato compartido: líderes electos, compañías tecnológicas, medios de comunicación, nuestro sistema educativo y todos nosotros como ciudadanos.
El trabajo de un escritor y el de un político se solapan: ambos intentan contar una historia que conecte con la gente
Usted jugaba a golf y a baloncesto con miembros de su equipo. ¿Tuvo la sensación alguna vez de que no consiguió desconectar? ¿Cómo recargaba pilas?
El golf me ayudó mucho. La verdad es que cuando eres presidente es una de las pocas actividades que te permiten estar al aire libre. También me aseguraba de cargar pilas todos los días, a las 6.30 p.m., cuando cenaba con Michelle, Sasha y Malia. Cenábamos algo bueno y nos poníamos al día. Esa era una de las mejores partes de vivir encima de la tienda, como me gustaba decir. Podía dedicar tiempo de calidad a mi familia todas las noches, aunque eso significara tener que volver al trabajo después de la cena.
La realidad es que, para bien o para mal, soy un tipo bastante estable. Y durante el transcurso de mi carrera política, ya sea cuando me enfrentaba a la pérdida de New Hampshire durante las primarias o a que los cimientos de la economía se estuvieran desplomando, descubrí que a menudo conservaba más la calma cuando todo era un infierno.
Cierra el libro con una reflexión en torno a qué le inquietó tras el éxito de la operación para capturar a Osama bin Laden: ¿Solo era posible conseguir “una suma de esfuerzos” cuando el objetivo era matar a un terrorista? Va más allá y señala que no ha sido posible algo así para combatir el cambio climático. Logró un gran avance en París, pero, si hablamos del cambio climático, ¿qué no ha conseguido y por qué? ¿Podríamos afirmar que incluso la persona más poderosa del mundo no puede hacer mucho?
Cuando escribía estas reflexiones no quería solo lamentarme por cómo funciona el sistema político; también intentaba imaginar cómo podría ser. ¿Qué pasaría, me preguntaba, si consiguiéramos unir toda esa energía y unidad para educar a nuestros niños o para acabar con el problema de las personas sin hogar? ¿Cómo sería nuestro país si pudiéramos luchar con toda nuestra fuerza para eliminar los gases de efecto invernadero o reducir la pobreza?
En el libro bromeo sobre el hecho de que mi equipo se burló de esta idea por ser demasiado utópica. Y, mira, reconozco que está a años luz de la realidad política actual. Sin embargo, la verdad es que un problema como el cambio climático no va a ser resuelto por un solo partido político; ni siquiera por un solo país.
Esta es una de las lecciones que aprendes como presidente, una y otra vez: aprendes todo lo que no puedes hacer solo. Tanto si tienes un proyecto de alcance nacional o internacional, necesitas tejer alianzas y tu red de relaciones, encontrar las formas de trabajar conjuntamente. Es así cómo la comunidad internacional abordó el ébola antes de que se convirtiera en una pandemia como la que estamos viviendo ahora.
Por eso, el Acuerdo de París fue un gran logro. Prácticamente toda la comunidad internacional reconoció que el cambio climático es un problema y se comprometió a ser parte de la solución. Y por eso, me alegra que Joe Biden vuelva a incorporarse al acuerdo como presidente.
¿El Acuerdo de París es suficiente para luchar contra el cambio climático? Claro que no. Tenemos que invertir a gran escala en energía limpia, transporte limpio y agricultura resiliente. Debemos dar un impulso a la investigación y al desarrollo de nuevas tecnologías que puedan crear puestos de trabajo y reducir nuestra dependencia al carbono. Podría extenderme, pero, a fin de cuentas, este reto solo se podrá solucionar cuando los líderes de todo el mundo y de todo el espectro político se pongan manos a la obra.
Traducido por Emma Reverter