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The Guardian en español

La batalla de un joven para salvar las obras maestras del modernismo soviético en Ucrania: “Es una furia mal dirigida”

El Mercado Zhytniy en Kiev

Charlotte Higgins

Kiev —
18 de agosto de 2024 21:37 h

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Mientras las bombas rusas llueven sobre su país, un joven activista ucraniano está intentando poner freno a otro tipo de destrucción: la negligencia y los daños que afectan a la arquitectura y al arte públicos modernistas.

Hace casi una década, en 2015, Ucrania promulgó leyes que exigían la retirada de monumentos y nombres de calles que glorificaran el pasado comunista del país, con la excepción de los sitios catalogados como patrimonio histórico. Pero, según el experto en arquitectura y fotógrafo Dmytro Soloviov, algunas obras maestras del modernismo soviético corren peligro por la implementación irreflexiva de esta legislación.

En su opinión, el problema se ve agravado por el “desarrollo desenfrenado”, la corrupción y la falta de regulación de la planificación urbana, así como por el escaso conocimiento y aprecio por el modernismo soviético como corriente arquitectónica.

Según Soloviov, el rencor por el periodo en el que Ucrania formaba parte de la Unión Soviética puede impedir a los ciudadanos apreciar los méritos de la arquitectura modernista del país: “Suele haber una falta de sutileza y matices en el debate sobre la descomunización” (término para definir el proceso de desmantelamiento de los legados culturales, legislativos y sociales de los Estados comunistas). “Cuando se trata del patrimonio soviético ucraniano, la cosa se complica aún más. Es una furia mal dirigida que ciega a la gente”, lamenta.

“Cuando recuerdas que estamos en medio de una guerra brutal que es destructiva en sí misma, resulta completamente innecesario añadir aún más destrucción a esta situación”, agrega.

Soloviov, que está escribiendo un libro titulado Modernismo ucraniano, que se publicará próximamente, tiene una cuenta de Instagram en la que celebra la arquitectura y el arte público ucranianos del siglo XX, y documenta los daños que han sufrido. Por ejemplo, ha publicado fotos del antes y el después de la Biblioteca de la ciudad de Jersón, cuyos interiores de madera tallada fueron destrozados por los bombardeos rusos, así como mosaicos de deportistas de la época comunista, retirados durante la remodelación de un estadio de Leópolis.

Es un día soleado en Kiev y Sololiov señala las singulares características arquitectónicas del mercado de Zhytniy, un icono ubicado en el centro de la ciudad. El edificio, diseñado por Valentyn Shtolko y Olha Monina en 1980, cuenta con un notable techo cóncavo de hormigón que se hunde sobre el enorme mercado, en el que cada vez menos comerciantes venden carne, queso y verduras.

“Es como una iglesia gótica”, dice Soloviov, señalando los enormes ventanales de la planta superior del mercado. Las ventanas están revestidas con motivos triangulares de metalistería que remiten a la forma de una hoja de castaño de Indias, el símbolo de la ciudad. “Sin paredes, todo de cristal, completamente transparente”. El exterior está decorado con relieves que representan 1.500 años de rutas comerciales ucranianas.

Pero el edificio está bajo amenaza, y no sólo a causa de los misiles: dos veces este año, el Ayuntamiento de Kiev ha convocado –y posteriormente suspendido– una subasta para su arrendamiento, entre protestas suscitadas por el temor de que desarrolladores inmobiliarios sin escrúpulos destruyan el carácter y los elementos originales del edificio, en gran parte intactos.

El célebre cocinero ucraniano Yevhen Klopotenko encabeza una campaña para resucitar el mercado, “trabajando en la búsqueda de inversores para rescatarlo y convertirlo en un nuevo destino turístico con productos locales, agricultores y restaurantes, algo parecido al Borough Market [de Londres]”, según su portavoz. Está previsto que un grupo de trabajo creado por las autoridades locales lleve a cabo pronto una consulta popular sobre el futuro del mercado.

Soloviov se muestra escéptico y señala que Klopotenko ha organizado actividades comunitarias en el edificio, las cuales consistieron en pintar partes de los muros interiores, los pilares y las escaleras –todos ellos de hormigón crudo sin pintar– con los colores nacionales de Ucrania, el azul y el amarillo. Algo muy lejano a las intenciones de los arquitectos del edificio, según el activista, e inapropiados para su diseño. “Que hagan lo que quieran si no es disonante”, dice, “pero no hagan de ello un circo ambulante”.

En el distrito residencial de Vidradnyi, en el oeste de Kiev, Soloviov señala los hastiales de una serie de bloques de viviendas de la década de 1960, decorados con enormes mosaicos diseñados por los artistas Ivan Apollonov, Oleksandr Dolotin y Valery Karas. Todos, excepto uno, están muy deteriorados. Donde antes había un erizo en medio de una composición de animales (un búho, un ciervo, un gallo, una polilla), ahora hay un espacio en blanco; otros mosaicos que representan la producción de cerámica, el tejido y la música están igualmente dañados.

Soloviov sostiene que los culpables son los residentes de los pisos, que instalan aislamiento térmico en las fachadas, ante la falta de un marco legal que proteja los mosaicos. “Se trata de una falta de regulación, de educación y de conciencia cultural, una especie de ‘descomunización casual’, en la que la política tiene poco que ver”, dice.

Pero la arquitectura, el diseño y la política sí chocan en el Museo de la Historia de Ucrania en la Segunda Guerra Mundial, una institución antes conocida como Museo de la Gran Guerra Patria, el término utilizado por los soviéticos y en la Rusia actual para referirse al conflicto bélico. Hay quienes sostienen que toda la narrativa del museo está contaminada por los ideales soviéticos, mientras el reiterado uso que el presidente ruso, Vladímir Putin, hace de la Segunda Guerra Mundial como instrumento de propaganda empaña esta institución aún más a los ojos de muchos ucranianos.

Otros consideran que los monumentos y esculturas distribuidas en las diez hectáreas del recinto, así como las exposiciones y mosaicos de su interior, forman parte de la historia de la nación y honran el papel de Ucrania en la derrota de la Alemania nazi. La escultura más famosa es la estatua de la Madre Ucrania, que se eleva 62 metros sobre la ciudad. El año pasado, la hoz y el martillo comunistas del escudo de la figura femenina fueron sustituidos por un tridente, el emblema nacional de Ucrania.

Soloviov es uno de los que temen que las esculturas y las exposiciones del museo sean retiradas. Arguye que es absurdo pensar que las obras de arte históricas son propaganda “activa”. “Que yo sepa, nadie ha muerto de comunismo tras visitar este lugar”, dice.

Por su parte, el director del Museo de la Historia de Ucrania en la Segunda Guerra Mundial, Yurii Savchuk, considera que es necesario “hallar un equilibrio: encontrar la manera de desarrollar un museo para el pueblo ucraniano y para nuestro Estado, especialmente en esta época oscura de nuestra historia”. Savchuk dice que, a largo plazo, incluirá el papel de los aliados, en lugar de que “todos los elementos del museo estén subordinados a la idea principal, la del papel protagónico de la URSS en la Segunda Guerra Mundial”.

Sin embargo, admite: “No es un buen momento para hablar de esto, cuando por las noches los rusos bombardean nuestros hogares. No tenemos muchas oportunidades para pensar en estas cosas, pero algunos quieren utilizar la situación contra nuestro sentido de la solidaridad. Este lugar puede ser un arma política”.

Traducción de Julián Cnochaert.

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