ANÁLISIS

Biden está en apuros y la amenaza de Trump es más real que nunca

12 de enero de 2022 22:23 h

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El problema con los reportajes sobre la efeméride del asalto al Capitolio de Estados Unidos, que tuvo lugar el 6 de enero del año pasado, es que hablan en pasado. Si bien es cierto que el intento de rebelión que se materializó en el asalto al Capitolio por parte de una multitud violenta ocurrió hace doce meses, lo cierto es que el peligro sigue presente, es real y se cierne sobre el futuro. La cruda realidad es que Donald Trump fue el anterior presidente de Estados Unidos y también podría ser el siguiente. Es más, la amenaza de que triunfen las mentiras de Trump es más real que nunca.

Este sombrío pronóstico se sustenta en dos premisas: la debilidad de Joe Biden y la fuerza de su predecesor. Empecemos por esta última, que queda en evidencia si comparamos la posición crítica de algunos políticos republicanos que hablaron sobre el asalto al Capitolio el pasado 6 de enero y cómo hablan de Trump, o callan, ahora. 

El año pasado tenían claro que el presidente saliente había cruzado una línea roja y que era “práctica y moralmente responsable” de los alborotadores que se dirigieron al Congreso y construyeron horcas para los políticos que se interpusieran en su camino. 

Muchos de esos republicanos habían instado a Trump a calmar a esa multitud, y le enviaron mensajes en los que le rogaban que frenara a la turba. Ahora, sin embargo, o bien optan por callar y se niegan incluso a guardar un minuto de silencio en memoria de los asesinados el 6 de enero, o bien se apresuran a pedir disculpas por haber calificado, con razón, ese día como un “violento ataque terrorista”. Temen a Trump y temen a los que le apoyan. Para no despertar su furia, tienen que repetir la nueva consigna de Trump y sus partidarios: tienen que aceptar la gran mentira de que las elecciones presidenciales de 2020 estaban amañadas y aceptar que la violencia política no debe ser condenada sino consentida cuando viene de tu lado.

Significa que las tácticas de Trump, su autoritarismo, no han avergonzado o repelido a los republicanos, sino que los han contagiado. Lo que antes era el posicionamiento excéntrico de los simpatizantes más radicales de Trump, según el cual este habría ganado las elecciones a pesar de que más de 60 sentencias de distintos tribunales hayan indicado que las perdió, se ha convertido en el mantra de uno de los dos partidos con opciones de llegar a la Casa Blanca; un mantra que siguen dos terceras partes de los votantes republicanos.

Y lo que es aún más alarmante, las encuestas muestran que el 30% de los republicanos afirman que “los auténticos patriotas estadounidenses podrían tener que recurrir a la violencia para salvar al país”. Si se formula la pregunta de forma ligeramente diferente, esa cifra se eleva al 40%. No en vano, el director de la influyente revista New Yorker, David Remnick, se preguntaba esta semana si se avecina una segunda guerra civil estadounidense.

La debilidad de Biden

Podríamos pensar que esta situación debería servir para reforzar a Biden. Podríamos deducir que probablemente la mayoría de los electores cerrarán filas con el discurso que el presidente pronunció el jueves de la semana pasada, en el que señaló directamente a Trump y la “red de mentiras” que había difundido tras su derrota electoral para apaciguar su “ego herido”. Que se alejarán de un partido republicano que está dando la espalda a los pilares de la democracia; se alejarán del partido de Trump y apoyarán al Partido Demócrata como el único que defiende los valores democráticos. Podríamos llegar a todas estas conclusiones, pero lo cierto es que esto no es lo que está pasando.

Un año después de asumir el cargo, Biden tiene el índice de aprobación más bajo de todos los presidentes de Estados Unidos, exceptuando al propio Trump. Está perdiendo especialmente la confianza de los votantes independientes, que tienen un peso decisivo en los comicios. Las encuestas sugieren que los demócratas perderán escaños en las elecciones legislativas de noviembre de 2022, con lo que perderán el control de la Cámara de Representantes y quizás también del Senado. Esto dejará a Biden paralizado e incapaz de aprobar cualquier iniciativa legislativa sin el apoyo de los republicanos.

Por eso 2022 es el año decisivo para la presidencia de Biden. Si pierde el control, se sentarán las bases para el regreso de Trump en 2024. Y, si se presentara y ganara, sería un Trump con menos restricciones que en su primer mandato, un presidente que abrazaría la creencia autócrata de que las elecciones son ilegítimas a menos que él las gane, que sólo él debe ocupar el cargo y que la violencia está justificada para mantener el poder.

Obstáculos para el derecho de voto

Los republicanos están haciendo todo lo posible para allanar el terreno de juego a favor de Trump. Los estados gobernados por los republicanos están modificando la ley electoral con el objetivo de dificultar el voto –frenando el voto anticipado o por correo que a menudo utilizan los votantes de bajos ingresos y las minorías– y otorgando a las legislaturas estatales controladas por los republicanos poderes adicionales sobre el desarrollo de las elecciones. Quieren eliminar uno de los mecanismos de seguridad que garantizaron la legitimidad de las elecciones de 2020: los representantes electorales imparciales. Con ese fin, están tratando de cubrir esos puestos tan importantes con partidarios de Trump. En pocas palabras, quieren que vote menos gente y que su gente sea la que cuente los votos.

La fuerza actual de los republicanos es una combinación, pues, tanto de la firmeza del apoyo público, a pesar de la sumisión del partido al trumpismo, como de su capacidad para jugar con el sistema en su propio beneficio. Pero también es una consecuencia de la debilidad de Biden. Conviene recordar lo tambaleante que fue la posición del presidente desde el principio, al tratar de gobernar con una mayoría demócrata disminuida y escasa en la Cámara de Representantes y un Senado bloqueado al 50%. A pesar de ello, ha aprobado algunos proyectos de ley relevantes y ha impulsado algunas medidas importantes, incluso transformadoras. David Frum, el antiguo autor de discursos de George W. Bush, dice: “En 11 meses, Biden ha hecho más con 50 senadores demócratas que Barack Obama con 57”.

Y sin embargo, no es suficiente. Biden aprobó un proyecto de ley de infraestructuras vital, pero su paquete más amplio de gasto social y de acción para abordar la crisis climática está estancado. Su popularidad se vio mermada por la rapidez con la que los talibanes se hicieron con el control de Afganistán tras la caótica retirada de Estados Unidos en agosto. Por otra parte, cuando el 4 de julio, el Día de la independencia de Estados Unidos, afirmó que el país podría celebrar también su “independencia de la pandemia de COVID-19”, se precipitó.

Se puede argumentar que nada de esto es culpa de Biden. Su proyecto de ley de gastos está estancado debido a dos senadores demócratas que simplemente se niegan a apoyar esta iniciativa. Si consideramos el juego político, Biden probablemente merezca el mérito de haber conseguido que le apoyen tan a menudo como lo han hecho. La retirada de Afganistán fue en virtud de un acuerdo pactado por Trump; de hecho, la salida de Trump habría llegado antes. En cuanto a la pandemia, ¿qué podría hacer cualquier presidente cuando más de una cuarta parte del país –en su inmensa mayoría partidarios de Trump– se niega a vacunarse?

La política es un juego implacable. Los votantes están acostumbrados a culpar al inquilino de la Casa Blanca, especialmente cuando se enfrentan a facturas crecientes y costes diarios como ahora. Para salir de la situación actual, Biden puede empezar por aprobar ese proyecto de ley de gastos clave, aunque signifique despojarlo de algunos programas valiosos y necesarios. También debe legislar sobre el derecho al voto para bloquear los continuos esfuerzos de los republicanos por decantar la balanza a su favor.

De un modo u otro, los demócratas tienen que llegar a las elecciones legislativas de noviembre con una posición de fuerza que les permita hacer una buena campaña. Una derrota en las legislativas no garantizaría la victoria de Trump en las presidenciales que se celebrarán dos años más tarde, pero la haría mucho más probable. Esa es una perspectiva que hiela la sangre a todas aquellas personas a las que les importa Estados Unidos... y la democracia.

Traducción de Emma Reverter.