Mientras el Gobierno de EEUU avanza a trompicones en la realización de pruebas, el rastreo de contactos y la producción y distribución de las vacunas, cada día mueren 4.000 personas en el país debido a la COVID-19, cifra récord a nivel mundial.
En medio de la peor pandemia de los últimos 100 años, hay más de 90 millones de ciudadanos estadounidenses sin seguro médico o con una cobertura insuficiente, que no pueden permitirse ir al médico cuando enferman. Además, el aislamiento y la ansiedad generados por la pandemia han provocado un incremento enorme de enfermedades mentales.
Más de la mitad de los trabajadores de EEUU vive al día, entre ellos millones de trabajadores esenciales que arriesgan sus vidas a diario. Hay más de 24 millones de estadounidenses desempleados, subempleados o que han dejado de buscar trabajo. Y con ello, el hambre en el país ha llegado a su nivel más alto en décadas.
Debido a la falta de ingresos, hasta 40 millones de residentes del país se enfrentan a la amenaza del desahucio y muchos deben miles de dólares en alquileres atrasados. Eso sin contar los 500.000 que ahora mismo no tienen casa.
Mientras tanto, las personas más ricas de EEUU se están enriqueciendo mucho más y la desigualdad de ingresos y patrimonio entre ciudadanos se está disparando. Sorprendentemente, pese a la mala situación general, durante la pandemia, 650 multimillonarios en Estados Unidos han incrementado su riqueza en más de un billón de dólares.
Debido a la crisis sanitaria, la educación en el país, desde la guardería hasta la formación de postgrado, es un caos. La mayoría de los jóvenes ha sufrido interrupciones en su período lectivo y es probable que cientos de universidades dejen de existir pronto.
El cambio climático está devastando el planeta con una cantidad inaudita de incendios forestales y fenómenos climáticos extremos. Los científicos nos dicen que tenemos muy pocos años antes de generar daños irreparables en nuestro país y en el mundo.
Y en medio de todo esto, los cimientos de la democracia estadounidense sufren un ataque sin precedentes, con un expresidente trabajando frenéticamente para debilitar la democracia del país y llamar a la violencia contra el mismo gobierno y la constitución que juró defender. En contra de todas las evidencias, hay decenas de millones de ciudadanos que creen en la gran mentira de Trump. El ya expresidente de EEUU asegura que las elecciones del pasado 3 de noviembre fueron fraudulentas y que él fue el claro ganador. Milicias armadas de la derecha se encuentran ahora por todo el país movilizándose en apoyo al republicano.
En este momento de crisis sin precedentes, el Congreso y la Administración Biden deben responder con acciones sin precedentes. Las cosas no pueden seguir como de costumbre. No puede ocurrir lo mismo de siempre.
Los demócratas, que ahora controlarán la Casa Blanca, el Senado y la Cámara de Representantes, deben encontrar el coraje para demostrar al pueblo estadounidense que el Gobierno sí puede responder de forma rápida y eficaz a sus pesares y preocupaciones. Eso es exactamente lo que yo pretendo hacer como nuevo presidente del Comité de Presupuestos del Senado.
¿Qué significa todo esto para el estadounidense medio? Significa vencer con decisión a esta pandemia y lograr que el pueblo estadounidense vuelva a su trabajo y a su educación. Para eso hará falta un programa de emergencia dirigido por el gobierno de la nación que produzca la cantidad de vacunas que necesitamos y las lleve a la gente lo más rápido posible.
Significa que en la grave recesión económica que estamos pasando nos aseguremos de que todos los estadounidenses tienen los recursos financieros necesarios para vivir con dignidad. Debemos pasar de los 600 dólares aprobados recientemente para entregar por cada adulto de la clase trabajadora y por cada niño dependiente a 2.000. Debemos aumentar el salario mínimo a 15 dólares por hora, ampliar los subsidios de desempleo y evitar los desahucios, el hambre y la falta de vivienda.
Significa que durante esta furiosa pandemia debemos garantizar la atención sanitaria a todos los habitantes del país. Además, debemos poner fin a la vergüenza internacional que genera Estados Unidos siendo el único de los grandes países del planeta donde los trabajadores no cobran durante las bajas médicas y familiares. Significa hacer universal y accesible el acceso a guarderías a todas las familias de EEUU.
Por mucho que hayan escuchado otra cosa, no hay razón por la que no podamos hacer todo esto. La figura de la reconciliación presupuestaria sólo requiere una mayoría simple en el Senado y nos permite actuar rápidamente para aprobar esta legislación de emergencia.
Pero eso no es suficiente. Este año también debemos iniciar un segundo proyecto legislativo bajo la figura de la reconciliación presupuestaria [permite realizar cambios en el presupuesto] para ocuparnos de los grandes cambios estructurales que nuestro país necesita de forma desesperada.
En última instancia, debemos hacer frente a los grotescos niveles de desigualdad en ingresos y patrimonio y construir un país que funcione para todos y no sólo para unos pocos. A los estadounidenses no se les pueden seguir negando derechos económicos básicos que en casi todos los otros grandes países los ciudadanos tienen garantizados.
Esto significa utilizar un segundo proyecto de ley de reconciliación presupuestaria para crear millones de empleos bien remunerados reconstruyendo nuestra infraestructura desmoronada, edificando viviendas asequibles, modernizando nuestros colegios, luchando contra el cambio climático y haciendo inversiones masivas en eficiencia energética y energías renovables.
Significa hacer gratuitas las universidades y escuelas de formación profesional estatales, así como las universidades históricamente negras, y abordar de manera decisiva el problema del escandaloso nivel de deuda estudiantil en las familias trabajadoras.
Y significa hacer que los estadounidenses más ricos y las corporaciones más rentables paguen su justa parte de los impuestos. No podemos seguir permitiendo que corporaciones con beneficios como Amazon tengan una base impositiva de miles de millones de dólares y terminen no pagando nada en impuestos federales netos. No se puede permitir tampoco que la tasa impositiva de los multimillonarios sea menor que la de los estadounidenses de clase trabajadora. Necesitamos una verdadera reforma fiscal.
No hay ninguna razón por la que en los 100 primeros días del nuevo Congreso, Joe Biden no pueda firmar dos grandes proyectos de ley que logren la mayoría de los objetivos enumerados. No podemos permitir que Mitch McConnell y los dirigentes republicanos saboteen una legislación altamente popular que mejoraría las vidas de millones de trabajadores estadounidenses.
No lo olvidemos nunca. Cuando los republicanos controlaron el Senado, usaron la figura de la reconciliación presupuestaria para aprobar billones de dólares en exenciones impositivas a las multinacionales y al 1% más rico de la población. Además, en un período muy corto de tiempo fueron capaces de confirmar con una mayoría simple de votos a tres jueces conservadores en la Corte Suprema.
Si los republicanos pudieron usar la figura de la reconciliación presupuestaria para proteger a los ricos y poderosos, nosotros tenemos que poder usarlo para proteger a las familias trabajadoras, a los enfermos, a los ancianos, a los discapacitados y a los pobres.