Brasil atraviesa la peor crisis de su historia desde el golpe cívico-militar que inició la dictadura de 1964. El 7 de octubre, en la primera ronda de las elecciones presidenciales, el candidato de extrema derecha Jair Bolsonaro obtuvo un impresionante 46,03% de los votos, lo que representó un tercio de todos los votantes registrados. El resultado ya desencadenó una primera ola violenta por el discurso del odio: hubo más de 70 ataques contra mujeres, personas LGTB, periodistas y opositores a los candidatos de extrema derecha.
En la noche de la primera vuelta electoral, un partidario de Bolsonaro apuñaló hasta la muerte al maestro de capoeira, educador y activista contra el racismo Moa do Katendê. Katendê había hecho público su voto por el candidato de izquierda Fernando Haddad. En el sur del país, una mujer de 22 años fue atacada en la calle. Tememos que esto sea sólo el anticipo de una ola de violencia más letal.
Es evidente que Bolsonaro y los miembros de su partido con cargos electos están avivando este odio y esta violencia. Cuando insisten en sus discursos con las provocaciones misóginas, racistas, homófobas y transfóbicas; o cuando enseñan sus armas de fuego, ensalzan a la dictadura militar y difunden noticias falsas. De forma implícita están haciendo una llamada a cometer actos brutales, incluso asesinatos, contra todos aquellos que no se les parecen: activistas progresistas, periodistas, mujeres y activistas LGTB, defensores de los derechos humanos y pueblos indígenas.
Si Bolsonaro sale elegido presidente de Brasil, corremos el riesgo de que se institucionalice el odio y se desencadene la violencia. Por desgracia, Brasil ya está entre los países más violentos del mundo: 61.619 homicidios a lo largo de 2017, según el Foro Brasileño de Seguridad Pública. Eso significa un promedio de casi 170 personas asesinadas por día. La estadística para los jóvenes de raza negra es aún más terrible: cada 23 minutos muere uno asesinado. Antes de Bolsonaro, los ecologistas y los defensores de los derechos humanos ya estaban especialmente amenazados, sufriendo cada vez más ataques.
Las instituciones democráticas brasileñas también se han visto peligrosamente debilitadas por escándalos de corrupción política que afectan a todos los partidos, así como por la polémica destitución de la presidenta Dilma Rousseff en 2016. Si gana Bolsonaro, tememos que estas instituciones no sean capaces de garantizar el Estado de Derecho.
Se acerca la segunda vuelta electoral, este domingo, y el candidato de extrema derecha tiene el apoyo de los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad brasileña: el lobby en favor de las armas, los representantes de grandes terratenientes, industriales, poderosas iglesias evangélicas y una parte del Ejército y de las fuerzas policiales. Ellos serán los responsables de lo que pase en Brasil.
La comunidad internacional, y en particular Francia y la Unión Europea, deben actuar dando apoyo a los demócratas brasileños, independientemente del resultado de las elecciones presidenciales. Es absolutamente necesario porque las ideas de Bolsonaro representan una amenaza mortal para la libertad, para los derechos fundamentales, para cualquier tipo de equilibro planetario en respuesta al cambio climático y para la joven democracia brasileña.
Esta columna ha sido redactada por la Asociación Autres Brésils, con sede en París, y firmada con el apoyo de:
Celso Amorim, diplomático brasileño; Frei Betto, escritor brasileño; José Bové, eurodiputado francés (Grupo de los Verdes/Alianza Libre Europea); Chico Buarque, músico brasileño; Noam Chomsky, lingüista estadounidense; Ada Colau, alcaldesa de Barcelona; Karima Delli, eurodiputada francesa (Grupo de los Verdes/Alianza Libre Europea); Benoît Hamon, político francés; Naomi Klein, periodista canadiense; Noel Mamère, político francés; Joana Mortágua, diputada portuguesa (Bloque de Izquierda); Bill McKibben, autor, educador, ecologista y cofundador de 350.org; Bresser Pereira, economista brasileño; Carol Proner, abogada brasileña; Paulo Sérgio Pinheiro, diplomático brasileño; Chico Whitaker, cofundador del Foro Social Mundial, brasileño.