El círculo de Bolsonaro sigue paso a paso el manual de la extrema derecha de Estados Unidos

Dom Phillips

Río de Janeiro (Brasil) —

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Cuando el secretario de Cultura de Jair Bolsonaro hizo público un vídeo en el que parafraseaba al ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, no dejó boquiabiertos solo a los brasileños. El pequeño discurso en el que Roberto Alvim convocaba al “renacimiento de la cultura y el arte en Brasil”, mientras sonaba de fondo una ópera de Wagner, hizo temblar a muchas personas en diferentes lugares del mundo. 

Alvim solo duró unas horas más en el cargo. Pero, tras su destitución, los brasileños comenzaron a preguntarse si lo que habían visto era una aberración, un hecho aislado o un incluso un truco de los comunistas. ¿Qué decía sobre los planes del presidente de comunicar desde la extrema derecha del espectro político?

Algunos analistas creen que el uso de tácticas tan extremas es propio de una política comunicativa muy arriesgada, que cae al nivel del meme y el troleo, un estilo popularizado por esa nueva 'alt-right' estadounidense y a la que se refieren como modelo algunos elementos influyentes del Gobierno de Bolsonaro.

La etiqueta “derecha alternativa” o 'alt-right' [también conocida como neopopulismo o, sin necesidad de nuevos términos, como extrema derecha] comenzó a utilizarse a partir de la aparición en los medios de Richard Spencer, un polémico supremacista blanco conocido por sus problemas en el circuito de charlas universitarias estadounidenses. Otra de sus voces más conocidas es la de Stephen Miller, otro activista de extrema derecha que ha llegado a ser asesor del presidente Donald Trump, de quien es conocido el coqueteo y beneficio extraído del apoyo político en ese sector.

Porque si algo le gusta a la nueva extrema derecha es jugar al límite y provocar a las personas progresistas, explica Rodrigo Nunes, profesor de filosofía de la Universidad Católica Pontificia de Río de Janeiro. “En Estados Unidos se trata de personas ubicadas en los márgenes del debate público, pero aquí lo hacen desde el Gobierno”, sostiene el académico. “Envían mensajes al público desde las posiciones más marginales de la extrema derecha”.

Alvim dijo que no sabía que estaba citando a Goebbels. Los medios brasileños mostraron que era muy consciente de lo que decía, de que suponía amplificar el mensaje del ministro de propaganda del régimen nazi y que incluso llegó a bromear con que al hacerlo lo llamarían nazi.

“Sigue el manual de la extrema derecha estadounidense. En ese sentido, el brasileño es el primer Gobierno de esa nueva derecha alternativa en el mundo”, agrega Nunes.

Montajes, lemas y “negación plausible”

No cuesta encontrar más ejemplos de ese tipo de ideología y comportamiento en los mensajes que lanzan los miembros del Gobierno de Bolsonaro. Uno de sus hijos, Eduardo, y uno de sus asesores en política internacional, Felipe Martins, tienen imágenes en el perfil de Twitter extraídas del imaginario fashwave, una corriente de arte digital que utiliza el collage para construir estéticas basadas en la ciencia ficción y es utilizada de manera recurrente por la extrema derecha actual.

En el perfil de Martins se lee “no entres dócilmente en esa noche quieta”, un verso de Dylan Thomas citado en el manifiesto de Brenton Tarrant, un terrorista de extrema derecha acusado de ser responsable del ataque que mató a 51 personas en una mezquita neozelandesa.

Alexandra Minna Stern, profesora de Cultura Americana en la Universidad Michigan y especialista en supremacismo blanco, le quita peso. “Son versos muy conocidos y normales”, explica la autora de un libro titulado Proud Boys and the White Ethnostate [Los chicos orgullosos y el estado étnico blanco]. A la extrema derecha estadounidense, indica, “le interesa mucho lo que pasa en Brasil porque les gusta Bolsonaro y el modo en que su movimiento utiliza las redes sociales”.

Otro de los lemas de la nueva extrema derecha es la frase en latín Deus vult (Dios lo quiere) utilizado durante las cruzadas. Tanto Alvim como el ministro brasileño de Exteriores, Ernesto Araújo, lo han hecho suyo.

Es normal que los de Bolsonaro lancen soflamas provocativas para que los medios de comunicación piquen y así desviar la atención de escándalos políticos que podrían perjudicarles. El mes pasado, el presidente dijo a un periodista que su aspecto se “asemeja muchísimo al de un homosexual” justo cuando se hacían públicos detalles de una investigación sobre posible blanqueo de dinero contra Flavio, su hijo senador. La semana pasada, afirmó durante un directo en Facebook que los indígenas “están llegando a ser cada vez más humanos, a parecerse a nosotros”.

“No es más que parte del espectáculo, es parte del susto y el ruido al que la política estadounidense se ha acostumbrado”, dice Stern. Al igual que Trump, los bolsonaristas saben de “negación plausible”: sueltan una declaración radical para retirarla al poco tiempo o argumentar que fue malentendida.

Eduardo Bolsonaro y el Ministro de Finanzas Paulo Guedes han dicho que Brasil podría recuperar algunas leyes de la dictadura militar si surgen protestas callejeras como las que ha vivido Chile. Ambos se retractaron pero el tema ya es parte del debate político.

Y sí, el certamen artístico conservador que proponía Alvim se ha suspendido, pero muchos de los partidarios de Bolsonaro están convencidos de que la cultura brasileña está en decadencia, infestada de ideas izquierdistas y necesita de un giro conservador. Stern no duda: “Es un regreso a lo que los nazis creían que era arte degenerado, lo que corrompe a las familias jóvenes. La idea ronda libre y está penetrando en el discurso”.

Traducido por Alberto Arce