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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Las claves de la campaña electoral en Reino Unido: Boris Johnson evita el riesgo para llegar como favorito al jueves

Rowena Mason

Boris Johnson no tiene el aspecto de un primer ministro que cree que está a punto de perder el cargo, un cargo que había codiciado desde que era niño. Tiene más bien el mismo aspecto que en el autobús con el que recorrió Reino Unido para hacer campaña contra la permanencia en la Unión Europea antes del referéndum del Brexit. Se hace fotos llamativas, pronuncia frases pegadizas y desconcertantes y escenifica discursos informales tomándose a la ligera las repercusiones del Brexit.

El primer ministro parece relajado, pero sus asesores y muchos de los diputados conservadores que aún recuerdan la pesadilla de 2017 [cuando pasaron de 330 a 317 diputados, 9 menos de los 326 necesarios para la mayoría] están cualquier cosa menos tranquilos. Uno de sus asesores de alto rango dice estar “despertando con un sudor frío todas las noches” pensando en el muy posible resultado de un Parlamento sin mayoría absoluta. “En la noche de las elecciones de 2017 entré al CCHQ [sede de campaña del Partido Conservador] y me dijeron que estábamos en camino de lograr una mayoría de 60 escaños, así que sepan disculpar si no muestro demasiado entusiasmo”, dice.

El mayor temor de los tories es la posibilidad de un error que le dé la vuelta a todo en las pocas horas que faltan para los comicios de este jueves. Johnson no se ha salido del tiesto desde su inadecuada reacción a las inundaciones del norte de Inglaterra en el comienzo de la campaña.

Pero este lunes, justo a tiempo, ha cometido el peor error de campaña al negarse a mirar la foto de un niño enfermo durmiendo en el suelo del hospital de Leeds: cuando un periodista le acerca el teléfono para que lo vea, Johnson se lo guarda en el bolsillo sin mirarlo.

Ese momento ha amenazado con descarrilar la que había sido una campaña de riesgo cero y que, hasta ahora, mantiene todas las marcas de Sir Lynton Crosby, el amigo de Johnson y gurú electoral que lo ayudó en sus campañas para la alcaldía y en las dos últimas elecciones de los conservadores.

Pero los conservadores insisten en que Crosby, que ayudó a David Cameron a ganar su mayoría y a Theresa May a perderla, no es quien toma las decisiones entre bastidores. El hombre a cargo es un protegido de Crosby, Isaac Levido. Con 35 años, Levido está desarrollando una estrategia puramente Crosbysta: machacar un eslogan bien sencillo una y otra vez hasta que los votantes puedan repetirlo hasta dormidos, así como un programa aburrido que evita todo tipo de polémicas.

Una nueva generación al mando de la campaña

Si algo alivia a los candidatos conservadores es la diferencia entre el equipo actual y el de hace dos años, cuando Nick Timothy y Fiona Hill, asesores de Theresa May, entraron en conflicto con Crosby.

Según fuentes del partido, en la sala de guerra que los tories tienen en su sede de la calle Matthew Parker (Westminster), no hay casi nadie con más de 45 años. En vez de los apparatchiks [así se llamaba a los funcionarios del Partido Comunista de la URSS] de toda la vida, dicen, los que dirigen el cotarro son consultores privados.

Rodeando a Levido en la “cabina del poder” tory están Michael Brooks, encuestador del partido, y Paul Stephenson, exdirector de comunicación en la campaña Vote Leave y actual presidente de una exitosa consultora estratégica. Los estrategas digitales son Sean Topham y Ben Guerin, dos veintañeros neozelandeses. Después de protagonizar una polémica por su trabajo en una red de propaganda de Facebook a sueldo de CTF Partners (la empresa de Crosby), ahora son reverenciados por los conservadores que no saben de tecnología. Los kiwis, como los llaman, están a cargo de diseñar mensajes virales para rivalizar con los vídeos del Partido Laborista y de Momentum.

En el abarrotado cuartel general, todos trabajan jornadas kilométricas. Los senior comienzan con una reunión a las 5:40 de la mañana y los junior hacen turnos de 14 horas seguidas: de 6 de la mañana a 8 de la noche; o de 8 de la mañana a 10 de la noche. Cada noche traen la cena caliente de una tienda de comidas de la zona. Lasaña, pollo, verduras mediterráneas y alcohol del supermercado para seguir trabajando.

Lucha por circunscripciones clave

En el cuartel general de los tories hay otras caras, otro ambiente y otras tácticas, pero algunos de los candidatos del partido temen que la estrategia geográfica siga siendo la misma. A pesar de todos los intentos de evitar los errores y suposiciones de 2017, la campaña de Johnson se dirige a los mismos votantes de Gales y el norte de Inglaterra que May no consiguió atraer lo suficiente.

Johnson ha visitado la jurisdicción de algunos diputados conservadores cuyo escaño corre peligro, como el de Iain Duncan Smith, Chingford, pero sus escaños objetivo son Bishop Auckland, Darlington, Workington y Wrexham, que no han sido tories en la mayor parte del siglo (si es que alguna vez lo fueron). El distrito marcadamente pro-Brexit de Grimsby, donde Johnson estuvo un par de horas el lunes, no es una excepción.

En la última década han pasado por Grimsby unos cuantos políticos de derechas tratando de seducir a sus votantes euroescépticos. David Cameron llegó en 2010 diciendo que iba “a por todas” en su búsqueda de la victoria y Nigel Farage anduvo por allí en 2015 junto a un desconcertado Joey Essex, convirtiéndolo en una batalla a tres bandas (Farage formaba parte entonces del Ukip).

Theresa May estuvo a punto de visitar Grimsby en 2017, pero le dijeron que Scunthorpe era más fácil de ganar y cambió de idea. Volvió más tarde con su discurso de apertura de principios de año para pedir el apoyo de los diputados a su acuerdo del Brexit. Pero el Gran Grimsby ha permanecido decididamente laborista desde 1935.

En el mercado de Grimsby, algunos vendedores de pescado sugieren que el escaño laborista podría estar derivando hacia los conservadores. Adam Leggett, un mayorista de pescado de 39 años, dice que por lo general no vota, pero que esta vez apoyará a Johnson. “Boris parece un tipo normal de la clase trabajadora, tendrá mi voto”, dice. No le preocupa el pasado del primer ministro. “Como usted dice, fue a Eton. Pero, ¿hay algún primer ministro que no haya asistido a la 'Public School' [el grupo de escuelas privadas más caras, antiguas y exclusivas del Reino Unido]? ¿No son todos de los privilegiados?”.

Su opinión no es compartida por todos los vendedores. Uno de ellos abuchea al primer ministro mientras Johnson hace como que subasta algunos peces para las cámaras. Otro dice que no votará a los conservadores, pero que “no puede votar por Corbyn” pese a ser votante laborista. Se llama Rob Miall, está en el negocio de los mariscos y piensa votar a los Lib Dems (Liberales Demócratas) aunque tenga diferencias con ellos por el Brexit.

Con opiniones tan variadas, los candidatos conservadores siguen intranquilos. Tienen muy presente el falso optimismo de 2017 y los miedos infundados de diputados laboristas que temían perder sus escaños y terminaron con mayorías más holgadas. Perciben una fuerte oposición a Corbyn, pero eso no se traduce obligatoriamente en cariño o afecto por Johnson.

Un candidato conservador que está tratando de arrebatar a los laboristas un escaño del nordeste dijo sentir la cercanía de una oportunidad, especialmente por la expectativa de que los votantes laboristas se queden en casa el día de las elecciones: “Nuestra participación debería subir, pero la de los laboristas va a bajar más de lo que va a subir la nuestra, va a estar muy reñido”.

El tory Robert Hayward, experto en encuestas, tampoco se atreve a dar por sentada la transformación de escaños históricamente laboristas en escaños conservadores. “Lo importante en estas circunscripciones es entender que la última vez se alejaron mucho de la norma, ¿volverán a alejarse o se mantendrán algo más estáticas y permitirán que otras se pongan al día?”.

La focalización geográfica no es el único punto en común con las elecciones de 2017. Los estrategas conservadores son conscientes de las vulnerabilidades de Johnson: su propensión a salirse del guión y la manera en que divide al electorado. Pero al parecer lo consideran el mejor activo del partido y siguen aferrándose a aquello que se decía antes del Brexit de Johnson: es capaz de llegar a lugares que otros políticos no alcanzan.

“A veces lo que hace falta es aburrir”

Salvo unas pocas apariciones televisivas de gente experimentada como el secretario de salud, Matt Hancock, y algunos aburridos discursos del responsable de Economía, Sajid Javid, el gabinete de Johnson ha sido apartado, con muy pocas mujeres conservadoras en las ondas.

El único ministro al que se le ha permitido ocupar el lugar de Johnson en dos debates televisivos ha sido el poco conocido secretario del Tesoro, Rishi Sunak, cuyas presentaciones fueron un tostón. Como afirma un ayudante, “a veces lo que hace falta es aburrir”.

Con todo esto en mente, las apariciones de Johnson en la campaña se han reducido, en su mayoría, a escenarios amistosos. En las jurisdicciones clave, tiende a limitarse a fábricas y oficinas donde los empleados no pueden ser demasiado groseros ni hacer preguntas incómodas delante de sus jefes conservadores.

Ha concedido entrevistas a los periódicos de derechas The Mail, The Express y The Sun, que consideraron relevante informar sobre su afición a comer galletas y gachas para mantener la energía. The Mirror tiene prohibido seguirlo durante toda la campaña electoral, una medida sin precedentes para un primer ministro. Ni siquiera la poco amiga de los medios Theresa May intentó algo similar.

Y en lo referido a aventurarse en el territorio salvaje de los espacios públicos sin supervisión, los cuidadores del primer ministro sólo han permitido un paseo por un mercado navideño en el seguro escaño tory de Salisbury. Una multitud compuesta predominantemente por gente mayor lo agobió con selfies y apretones de manos.

Ha habido que cancelar visitas a otros lugares públicos en circunscripciones marginales debido a la convocatoria de manifestaciones laboristas. Este lunes se suspendió la visita prevista a una tienda delicatessen en el distrito clave de Bishop Auckland.

La vida de Johnson ha sido ciertamente inspeccionada en las seis semanas de campaña. Se han desenterrado frases en las que injuriaba a madres solteras y sus “irresponsables” hijos, a negros o a mujeres musulmanas, entre otras personas. Pero él se encoge de hombros una y otra vez tratando de sacarse de encima las críticas con su conocida fanfarronería: o no se acuerda o las citas se sacaron de contexto o tiene mejores cosas de las que hablar. Cuando le recuerdan las frases que ha pronunciado sacude la cabeza con tristeza durante la pregunta como si eso ya no tuviera nada que ver con él y luego intenta decir que lo único que le interesa al país es el Brexit.

En este tiempo Johnson se ha convertido en un maestro a la hora de llevar la conversación hacia su tema favorito. ¿Por qué debería la gente confiarle el NHS (Servicio Nacional de Salud) cuando es incapaz de mirar la foto de un niño enfermo? Su respuesta es que los conservadores están invirtiendo más en el NHS y que los servicios públicos sólo podrán prosperar si “se cumple con el Brexit”. ¿Qué le regalará a su novia para Navidad? Su respuesta, ya se la imaginan, parece más un regalo para sí mismo. “Lo que espero que reciban todos en este país: cumplir con el Brexit”.