Dos bandas de narcos convierten las prisiones brasileñas en una guerra permanente

Dom Phillips

Río de Janeiro —

Fiscales, policías y guardias de prisiones creen que las autoridades de las cárceles de Brasil deben prepararse para un aumento de la violencia tras la revuelta del día de Año Nuevo en la que murieron nueve reclusos.

Las muertes en la prisión Colônia Agroindustrial en el Estado brasileño de Goiás llegaron un año después de que 120 personas fallecieran en una serie de motines en diferentes cárceles. Lo ocurrido marcó el último capítulo sangriento en la lucha nacional entre bandas narcotraficantes rivales.

“Esto es una guerra, y creo que ningún bando quiere parecer débil. Por eso es muy peligroso”, dice Myrian Vidal, que dirige la división de crimen organizado de la policía de Goiás.

Maxuell das Neves, presidente del sindicato de funcionarios penitenciarios de ese Estado, señala que hubo una “situación crítica” en otra cárcel en Anapolis, Goiás. “La situación podría explotar en cualquier momento”, afirma. Un informe indica que en los últimos días dos guardias fueron asesinados en la ciudad.

Das Neves explica que antes de los disturbios del lunes pasado ya había alertado a las autoridades de la amenaza. Cuando se desató la violencia, cuatro guardias estaban a cargo de 800 reclusos. “Era una tragedia previsible”, asegura.

Das Neves cuenta que la violencia se desató cuando reclusos vinculados a la banda paulista Primeiro Comando da Capital (PCC) se metieron en un edificio controlado por sus rivales del Comando Vermelho, una de las mafias más poderosas y temidas de Río de Janeiro. De los 242 reclusos que escaparon, 99 aún no han sido capturados, según las autoridades.

Brasil tiene cerca de 700.000 personas en sus prisiones, de las que el 36% está detenido en prisión preventiva o todavía no ha sido acusado de ningún delito, según un informe de World Prison Brief.

Poderosos y organizados

Muchos pertenecen a bandas como el PCC o el Comando Vermelho, que luchan entre sí por el control del mercado de drogas. La violencia entre los grupos rivales puede ser extrema: dos víctimas de los disturbios de Año Nuevo fueron decapitadas y todos los cuerpos fueron quemados.

“Cada acción provoca una reacción”, dice Lincoln Gakiya, fiscal del estado de São Paulo y especialista en la lucha contra el PCC. “Los otros estados deben tener cuidado”.

La violencia tiene a Brasil en estado de alerta, donde las cifras de asesinatos están batiendo récords. Estos sangrientos disturbios llegan justo un año después de una serie de asesinatos que comenzaron con un motín en una cárcel en la ciudad de Manaos, en el que murieron 56 reclusos. Por esa masacre se responsabilizó a la Família do Norte (FDN), un cártel de Manaos aliado del Comando Vermelho. Decenas de personas murieron en ataques de represalia en otras prisiones, de los que se responsabilizó al PCC.

El PCC y el Comando Vermelho pusieron fin en 2016 a una larga alianza y ahora son enemigos acérrimos. Goiás es sólo uno de los muchos estados brasileños en los que luchan por el control del negocio narco, explica Vidal. “Son muy poderosos y están muy organizados”, afirma.

La policía ahora está investigando si los asesinatos del lunes fueron una represalia por el asesinato del año pasado de un líder del PCC en otra cárcel del mismo complejo, hecho que desató una revuelta en la que murieron cinco reclusos. El año pasado, la policía y los fiscales llevaron a cabo investigaciones sobre supuestos sobornos a guardias de las prisiones.

Colônia Agroindustrial es una prisión semiabierta en la que muchos reclusos tienen permitidas salidas para trabajar durante el día. Tiene capacidad para 500 reclusos pero normalmente aloja a unos 1.200. Ese día, muchos reclusos tenían permisos especiales para pasar las fiestas con sus familias, explica Das Neves.

“Los muros son muy frágiles y los prisioneros pueden introducir muchas cosas de la calle”, indica das Neves. “Pueden meter armas, cuchillos o lo que sea”.

Traducido por Lucía Balducci