Si es por el tiempo de reacción, el cine va muy por detrás de la televisión, la música y el teatro. Para cualquiera que no se llame Steven Spielberg, suelen pasar entre 18 y 24 meses desde que se empieza a nutrir la semilla de la idea hasta que se transforma en guión, preproducción, rodaje, edición y distribución para que el público general pueda ver la película.
Las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos fueron un momento de crispación que lo tiñó todo de ideología. El colectivo activista Black Lives Matter ya se había hecho un hueco dentro de la opinión pública, tras dos años creciendo en fuerza y tamaño por los asesinatos de Tamir Rice, Eric Garner y Michael Brown en 2014. Pero la violencia que los policías ejercían sobre ciudadanos negros desarmados no cedía. El año 2016 fue un momento crítico para todo eso. En las salas de cine, los estadounidenses están viendo ahora la confirmación de los cambios sociales, especialmente por el incremento en el número de agentes en la pantalla.
El panorama actual del cine está lleno de policías que parecen, en su mayor parte, más amenazadores que protectores. Este verano se estrenaron en Estados Unidos ‘Blindspotting’, el proyecto personal de Rafael Casal y Daveed Diggs; la incendiaria ‘Infiltrado en el KKKlan’, de Spike Lee; la sátira delirante de Boots Riley ‘Sorry to Bother You’; y el remake de ‘SuperFly’, de Director X. Todas hablan mal de los uniformados. Lo mismo ocurre con dos estrenos actualmente en las salas de cine de Estados Unidos: ‘El odio que das’, una adaptación del bestseller de Angie Thomas repleta de estrellas de Hollywood; y ‘Monsters and Men’, que fue un éxito en el festival de cine Sundance. Las reseñas no van a terminar ahí: para este otoño también están programadas ‘El blues de la calle Beale’, de Barry Jenkins; y ‘Viudas’, de Steve McQueen.
Todas son películas filmadas por directores de raza negra pero no hay rastros de una postura única sobre el tema. Hay diferencias de opinión implícitas en temas como la empatía y la práctica policial, y eso es un reflejo de la conversación desordenada y poco disciplinada que está teniendo lugar en todo el país. El único punto en común es la frustración, el cansancio y la exigencia de que se ponga fin a la locura.
Dicho eso, uno se queda con la sensación de que a Boots Riley el tema no le parece demasiado complejo. El director, activista y músico de rap tiene mucho que decir sobre los alevosos males del capitalismo, pero su película pinta a las fuerzas de seguridad como ejecutores sin rostro al servicio de los caprichos de la clase dominante, nada más y nada menos. El subtexto político de SuperFly es menos lúcido pero su postura de rechazo cerrado es similar: los pocos policías que aparecen son retratados como racistas, corruptos y con demasiadas ganas de romperle la cabeza a los ciudadanos. La cámara lenta en la que el héroe Youngblood Priest da una paliza a un policía corrupto es presentada como un momento catártico para el público objetivo de la película.
No todos los policías son malvados
En su mayor parte, las películas mencionadas buscan una postura un poco más sutil y aceptan que no todos los policías son malvados, una idea que se refuerza con la existencia de agentes negros. ‘Monsters and Men’, ‘Infiltrado en el KKKlan’, y ‘El odio que das’ proponen la figura del “policía bueno”, un hombre negro cuya misión es darle la vuelta desde dentro a un sistema que no funciona. En ‘Monsters and Men’ y también en ‘Infiltrado en el KKKlan’, el actor John David Washington interpreta a un hombre que se une a las fuerzas del orden porque tiene fe en la institución, aunque no la tenga en las personas que las componen.
Interpretando al detective Ron Stallworth, Washington recita un monólogo que es puro Spike Lee sobre la reverencia que su personaje siente hacia el uniforme y hacia el juramento de servicio, un sueño perfectamente comprensible si uno sigue su razonamiento. Patrice, interpretada por Laura Harrier, es una orgullosa miembro de las Panteras Negras y el opuesto romántico de Stallworth en ‘Infiltrado en el KKKlan’. Le dice, con razón, que las buenas intenciones no alcanzan para cambiar lo que muchos ven como la realidad: que los policías hacen más daño que bien.
La acusación de Patrice contra Stallworth es similar a la de Starr (interpretada por Amandla Stenberg) contra su tío Carlos (interpretado por el rapero y director Common) en ‘El odio que das’. Aunque no tenga odio en su corazón o en su mente, le dice, es cómplice de la campaña general de rechazo que hay contra su propia comunidad. Solo que tanto ‘Infiltrado en el KKKlan’ como ‘El odio que das’ reconocen en última instancia que los policías “buenos” son útiles, para descubrir manzanas podridas o para que los ciudadanos tengan un poco de justicia de vez en cuando.
Hay muchas contradicciones como esa. Tal vez sea inevitable en el discurso en marcha que mezcla libremente a grupos con individuos y a individuos con ideas. Como el cine tiene que dar forma dentro de una historia a las polémicas, los personajes toman partido por las afirmaciones y sus refutaciones en un diálogo imperfecto consigo mismos. Las lealtades en conflicto del policía bueno, por su placa y por su raza, sirven para representar los dos lados de este diálogo, aunque el tema requiera a menudo un enfoque más sutil.
Incluso el grupo de películas con un relato más didáctico descansa principalmente en los sentimientos y en la historia. Para analizar de forma pormenorizada un tema con tantas aristas están los ensayistas y los polemistas. Aunque la responsabilidad de cada uno de los participantes es un tema aún en debate, el centro de la cuestión sigue siendo el mismo. Hay hombres, mujeres y niños muriéndose en las calles. Estados Unidos no puede darse el lujo de pensar “las calles” como si fueran un lugar teórico y remoto que solo sale en las noticias. Si el tema ya llegó a las salas de cine es que está en todos lados.
Traducido por Francisco de Zárate