Hasta hace poco, solo unos pocos habían oído hablar de Idomeni, una parada de tren situada en Grecia, cerca de la frontera con Macedonia. Sin embargo, ese nombre señala ahora a la mayor favela de Europa; y, según un alto funcionario de inmigración de la Unión Europea, representa “una vergüenza” para los valores más defendidos por el continente.
Las tiendas de campaña, los centros de atención médica y las casetas se levantan sobre el barro. Y el terreno, que en el pasado fue fértil, ahora es un vertedero tóxico. El aire es húmedo y está marcado por un olor amargo.
Los niños corretean de un lado a otro, cansados, hambrientos y sucios. Están rodeados de tiendas de campaña empapadas por la lluvia. Las mujeres permanecen dentro de las tiendas mientras que los hombres se sientan en la entrada e intentan infructuosamente hacer fuego con trozos de madera mojada.
Hay colas por todas partes; colas de refugiados desaliñados que piden comida, colas de chicos adolescentes taciturnos que necesitan atención médica, colas de chicas adolescentes con sus bebés, colas de ancianos que observan con desconfianza desde la lejos. Y en todas partes hay pilas; de ropa mojada, de mantas empapadas, de zapatos llenos de barro, de tiendas de campaña, de madera y de basura. Son los restos de la desesperación de muchas personas que nunca pensaron que este sería su destino final.
Por el fango con las botas impolutas
Tras presenciar varias escenas de caos durante una visita al campamento, un alto funcionario en temas de inmigración de la Unión Europea, Dimitris Avramopoulos, se esfuerza por encontrar las palabras adecuadas: “A todos nos ofenden estas imágenes”, indica mientras unos chicos se pelean a su lado por un trozo de madera. “La situación es trágica y es un insulto a los valores de un mundo civilizado”, afirma.
Idomeni no debería existir. Es un atasco que se produjo cuando Macedonia, siguiendo el ejemplo de otros países de Europa del Este y de los Balcanes, decidió abruptamente cerrar sus fronteras. En los peores momentos el campamento de refugiados ha llegado a albergar a más de 14.000 personas, la mayoría de Siria e Irak pero también de Afganistán, Irán, Marruecos, Argel y Túnez. Todos anhelan poder continuar su viaje hacia el centro de Europa.
La llegada de Avramopoulos, abriéndose paso por el fango con sus botas impolutas, ha generado expectativas de cambio. Pocos políticos se han atrevido a llegar hasta allí. Prácticamente todos los refugiados mantienen contacto permanente con sus familiares en el extranjero y la visita les hace pensar que todo podría mejorar cuando los líderes europeos se reúnan en Bruselas para decidir su destino.
Unos 45.000 refugiados e inmigrantes se han quedado atrapados en Grecia.
La canciller alemana, Angela Merkel, ha abogado por buscar una solución “paneuropea” y ha indicado que es esencial actuar lo antes posible. “Todos deberíamos estar muy preocupados por la situación en Grecia”, indicó en un discurso ante el parlamento federal de Berlín en vísperas de la cumbre: “Esta situación tendrá consecuencias para toda Europa”.
“¿Qué delito han cometido?”
Los que están en Idomeni lo saben mejor que nadie. Los doctores son los primeros en reconocer que antes de llegar al campamento no sabían el significado de la expresión “emergencia de salud pública”. Todos los que han estado allí afirman que el campamento es una bomba de relojería. Algunos llevan unas semanas en el campamento, otros casi un mes. El personal sanitario indica que han aumentado los casos de fiebre, neumonía, septicemia, crisis nerviosas y de brotes psicóticos.
“Nos hemos encontrado con mujeres retorciéndose de dolor en el interior de una tienda de campaña debido a una muerte fetal (intrauterina)”, explica Despoina Fillipidaki, que coordina a los voluntarios, los servicios médicos, el suministro de medicamentos y los médicos de Cruz Roja: “Mi principal temor es que pronto empezarán a morirse. ¿Qué delito han cometido? Solo querían tener una vida mejor, huir de la guerra, escapar de la pobreza. ¿Y qué han encontrado? La Grecia de la ocupación (nazi)”.
Idomeni simboliza el fracaso del sistema. Muchos temen la desintegración de Europa, el fin de los principios fundacionales que en el pasado unieron a los países que habían sufrido una guerra. En ese ambiente lleno de caos y de barro, los valores, las formas y la decencia que habían mantenido unida a Europa parecen haberse desvanecido.
“Se trata de la mayor vergüenza de Europa”, indica Matthias Keller, un médico suizo que atiende a los jóvenes sirios en su coche: “En mi vida había visto algo remotamente parecido. Integrantes de ONG que han trabajado en todo el mundo me indican que nunca habían trabajado en unas condiciones tan lamentables y lo cierto es que todo está pasando en nuestro continente”.
Explica que las enfermedades han ido en aumento después de que más de 2.000 personas intentaran esquivar los controles en la frontera, anduvieran muchos kilómetros y cruzaran un río helado. A principios de esta semana Macedonia los obligó a regresar a Grecia. “Si estuviera en mi consulta mandaría a la mitad de ellos al hospital. Lo único que puedo hacer es darles un antibiótico y pedirles que regresen a sus tiendas de campaña cubiertas de barro. La verdad es que rompería a llorar”.
Los refugiados son conscientes de las dificultades y, sin embargo, lo siguen intentando porque están atrapados en el limbo. Intentan llegar a Turquía, más tarde a las islas Egeas, Atenas y el norte de Grecia. Prefieren perseguir un sueño utópico; y así es como hombres, mujeres y niños terminan en el campamento de refugiados. Los más resistentes se quedan cerca de las alambradas de púas y las observan con atención mientras que los demás montan su tienda de campaña cerca de la estación de ferrocarril o cerca de las gasolineras.
“No nos importa que la frontera esté cerrada”, indica Masru Hamdi, un joven afgano, mientras camina en dirección a la frontera con una mochila en la mano: “Esperaremos lo que haga falta”.
Los esfuerzos por trasladar a los refugiados a instalaciones situadas en el centro del país han caído en saco roto. Y la coalición de izquierdas del primer ministro Alexis Tsipras ha indicado que no hará uso de la fuerza para reubicar a los inmigrantes.
“Mi madre y yo llevamos 21 días aquí” explica Ayham Hakni, un sirio de Homs, sentado en un palé de madera que le sirve de cama: “Dormimos con otras tres familias en una tienda de campaña. ”La situación es horrible, hace mucho frío, pero sigue siendo mejor que los bombardeos. Mi padre, mi hermano y mi hermana ya están en Francia. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para reunirnos con ellos“.
Lo más doloroso de la situación es que los que están peor son los que albergan mayores esperanzas. Si la Cumbre no consigue auspiciar un acuerdo para que se reabran las fronteras, y son muy pocos los que creen que lo logrará, las tensiones irán en aumento.
“En sus caras, especialmente las de los más jóvenes, se refleja más rabia cada día que pasa”, indica Fillipidaki: “En sus ojos ves una mezcla de esperanza, ira y decepción·.
Grecia sabe que está caminando sobre la cuerda floja. La tensión aumenta cada día que pasa.
Al ser preguntado por la posibilidad de transportar en avión a los emigrantes y llevarlos fuera de Grecia, el ministro de inmigración del país, Yannis Mouzalas, no ha descartado esta opción. En un visita al campamento junto con Avramopoulos, ha indicado que la idea le “parece bien”. “Mi gran esperanza es que Europa decida comportarse en la cumbre como lo haría un europeo”, concluye.
Traducción de Emma Reverter