Plymouth, Wisconsin, se presenta como “la capital mundial del queso”. El pueblo, con 8.445 habitantes y ubicado una hora al norte de Milwaukee, fue alguna vez sede del Intercambio Nacional del Queso, donde se acordaban los precios de productos básicos. Hoy, casi el 15% de todo el queso estadounidense pasa por este pueblo.
Ahora, los habitantes de Plymouth temen convertirse en una de las primeras víctimas de la creciente guerra comercial de Donald Trump. En represalia por los aranceles a la importación de acero y aluminio, los mayores socios comerciales de Estados Unidos –Canadá, China, la UE y México– han decidido imponer nuevos aranceles y normativas a la industria del queso. Esta semana han redoblado la apuesta añadiendo aún más cargas. Mientras tanto, crece la amenaza de una guerra comercial sin cuartel.
El queso puede parecer un objetivo inusual en una guerra comercial internacional. Pero la represalia es un golpe político bien orquestado contra el Estado que produce el 27% del queso del país (1.500 millones de kilos en 2017) y en el que Trump ganó por poco en las últimas elecciones.
Otro apuntado a la lista negra es Harley-Davidson, otra empresa oriunda de Wisconsin. Los oponentes de Trump esperan que sus medidas inquieten a los republicanos que temen que el escaño del presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, que se retira, caiga en manos de un demócrata.
Pero a Wisconsin le duele más un golpe a los lácteos que a las famosas motocicletas. Los ingresos de Harley del año pasado fueron de 5.600 millones de dólares y emplea a 5.800 personas. La industria láctea contribuye cada año a la economía de Wisconsin con 43.400 millones de dólares y el Estado contiene unas 8.500 granjas productoras de lácteos, más que ningún otro del país.
Esto acaba de empezar, pero como señala Jeff Schwager, presidente de Quesos Sartori, “las vacas no se pueden apagar” y los observadores locales de la industria dicen que los granjeros locales proveedores de Sartori y otras empresas ya están preocupados por si van a tener que comenzar a tirar leche o matar vacas si la disputa continúa.
Según la Cámara Estadounidense de Comercio, los aranceles mexicanos podrían costar a la industria láctea estadounidense casi 578 millones de dólares, y los de China podrían costar al queso, el suero de leche y otros productos unos 408 millones.
Jim Sartori, consejero delegado de Quesos Sartori, afirma que sin un final a la vista y con la retórica en escalada, la incertidumbre ya está perjudicando a la industria.
Sartori elige sus palabras con cuidado y evita responder preguntas sobre a quién votó o a quién votará, pero queda claro que piensa que los aranceles no son la forma de ganar la batalla comercial. “No soy un experto pero nunca encontré un ejemplo en el que los aranceles se hayan utilizado como una medida comercial efectiva”, afirma.
Sartori es la tercera generación de su familia en dirigir la empresa de quesos. Su hijo Burt está esperando en bastidores. La empresa fabrica una serie de quesos italianos premiados con leche provista por granjas locales. En los últimos años, donde más han crecido es en las exportaciones –igual que muchas empresas estadounidenses de quesos– y los aranceles aparecen como nubes negras sobre el negocio.
Ambos hombres están de acuerdo con Trump en que hay serios problemas en el comercio del queso, pero lo que no les gusta es la incertidumbre que ha llegado con esta disputa comercial en tono gruñón. “Si sabemos cuáles son las reglas, sabemos qué hacer. Pero no sabemos si esto va a durar seis semanas, seis meses, ¿seis años? Así es muy difícil”, destaca Schwager.
“La intención es buena, pero no las tácticas”
Dick Groves, editor del Cheese Reporter, una publicación con sede en Wisconsin, dice que nunca había visto tanta incertidumbre en la industria en los 40 años que lleva siguiéndola. “Hay muchísima incertidumbre en este momento”, asegura. Los granjeros no saben si deberían matar a las vacas y nadie sabe cómo seguirá el asunto. “Esto está sucediendo muy rápido”, asegura.
Para Schwager, una de las peores consecuencias de la disputa es que en la práctica ha sacado a Estados Unidos de las negociaciones internacionales en cuestiones importantes para la industria. Europa está llegando a acuerdos con China, México y otros países para proteger los nombres de sus quesos, acuerdos que ya han obligado a Sartori a cambiar el nombre a uno de los productos que vende en México, una medida que causa confusión en el consumidor y hace caer las ventas. Schwager señala que esos acuerdos podrían perjudicar a los productores estadounidenses durante generaciones.
“Si no podemos sentarnos en la mesa a negociar, no podemos opinar”, dice Schwager. “La intención del Gobierno es competir en igualdad de condiciones. La intención es buena, pero no las tácticas”, explica.
A principios de junio, México, el principal importador de lácteos estadounidenses, puso en vigor aranceles de hasta el 15% a los quesos en represalia por los aranceles que Trump les impuso al acero y al aluminio. El jueves, ese arancel subió al 25%. Canadá, que tiene aranceles astronómicos del 270% para los productos lácteos, también ha impuesto más restricciones.
El poderoso grupo de presión que representa a la industria láctea canadiense logró que la mayoría de los productos lácteos quedasen fuera del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés). Pero lo que alguna vez fue un elemento para la renegociación del acuerdo, ahora ha quedado fuera de la mesa.
Schwager explica que con NAFTA a Sartori le fue muy bien en México. En Canadá “no tanto”. Igual que con las dificultades de la empresa con la UE, Schwager quisiera que esas dificultades se resuelvan en una mesa de negociación, no en una guerra comercial.
Sartori tiene unos 520 empleados y compra leche a unas 700 granjas. Al ser un negocio en manos privadas, Sartori espera poder seguir comprando toda la leche a sus proveedores. ¿Pero por cuánto tiempo eso será viable? Además no se sabe si los otros fabricantes de quesos imitarán el gesto.
Estados Unidos ya tiene almacenados en frío más quesos que nunca desde que comenzaron los registros en 1917 y los precios de los barriles de queso se han desplomado a los valores más bajos desde 2009. El precio de la leche subió en 2014 a 24 dólares por cada 44 litros, haciendo que los granjeros adquieran más vacas. Ahora que el precio ha caído a 14 dólares, dice Groves, todavía no se ha reflejado el impacto real de la disputa en las estadísticas.
Sin embargo, no todos creen que esto sea una crisis. De pie, en un extremo de su bucólica granja de productos lácteos, cerca de la planta de Quesos Sartori, Scott Ditter, un granjero propietario de 60 vacas cuyo único cliente es Sartori, se mantiene impávido.
“Este tío es listo”, señala Ditter. “Tiene un plan. Por eso hace lo que hace. Le gusta inquietar a todos y sabe bien cómo enfadar a sus oponentes”, añade. Ditter cree que es hora de que los “supuestos socios comerciales” de Estados Unidos les ofrezcan un trato justo.
“China está literalmente violando a las empresas estadounidenses con su tecnología”, afirma Ditter. Hace tiempo que Estados Unidos lleva las de perder y los aranceles de Trump finalmente obligarán a los socios comerciales del país a negociar de forma justa, piensa Ditter.
Ditter cree que hay mucha leche ahí fuera y algunos granjeros fracasarán, pero eso habría sucedido de todas formas. Para él, vale la pena sufrir un poco si Trump así consigue un mejor acuerdo para el país. “Muchos granjeros con los que hablo piensan que estamos haciendo lo correcto, poniéndonos firmes y diciendo basta”, afirma.
“Si hubieran hecho esto en 2009 (cuando terminó la recesión), yo habría dicho que eran idiotas, pero ahora la economía puede soportarlo”, añade. Dentro de pocas semanas, Wisconsin será banco de pruebas de esa teoría. Mientras tanto, hay que seguir ordeñando vacas.
Traducido por Lucía Balducci