El plan de Arely Orellana era simple: dirigirse al norte hasta ella y sus nietos de cinco años se encontrasen con su hija en algún punto de Houston. Todo lo que tenían que hacer era seguir andando unos 4.800 kilómetros más.
Orellana no parece equipada para tal viaje: su único equipaje es una mochila al hombro con algo de ropa limpia. En los pies, un par de alpargatas desgastadas.
Pero no tenía otra alternativa: el padre de los niños había sido asesinado y nadie iba a contratar a una trabajadora doméstica de 65 años. “Ya no los puedo alimentar”, cuenta señalando a los dos niños. “Soy demasiado mayor. No puedo conseguir trabajo”.
Así que se dirige a Texas para reunirse con su hija, que emigró de casa, situada en el norte de Honduras, hace tres años en búsqueda de trabajo. Se ha escrito el número de teléfono de su hija en la mano para no perderlo.
Más de 2.000 personas que huyen de la pobreza y la violencia se han unido a la caravana de personas que cruza Centroamérica. Caminan junto a la carretera con carritos de bebé, sillas de ruedas o haciendo 'autostop' en camionetas y autobuses.
Cinco días después de haber salido de la ciudad hondureña de San Pedro Sula, ya han cruzado buena parte de la vecina Guatemala. Y a pesar del creciente cansancio, aseguran que tienen la determinación necesaria para llegar a Estados Unidos y pedir asilo. Pocos parecen conscientes de la exigencia de Trump para que los gobiernos regionales los frenen en su intento. O de la advertencia de México de que cualquiera que entre al país de una “forma irregular” se enfrenta a la detención y deportación.
El miércoles, el Gobierno de México envió dos aviones llenos de fuerzas federales a la ciudad fronteriza de Tapachula, algunos de ellos equipados con material antidisturbios. El despliegue sugiere que México no permitirá a la caravana dirigirse hacia el norte, cambiando de criterio respecto a abril, cuando sí permitió el paso de un grupo de emigrantes similar, lo que enfureció a Donald Trump.
La mayoría de ellos afirma que está intentando escapar de la dura pobreza y de la angustiosa violencia que ha convertido Centroamérica en una de las regiones más peligrosas del mundo. Luz Abigail, de 34 años, viaja con su hijo de un año. “Es muy duro escuchar a mi niño decir 'mami tengo hambre' y saber que solo tengo dinero para comprarle un zumo”, cuenta.
Uno de los pocos menores no acompañados con el grupo es Mario David, de 12 años, que dejó su casa en Honduras por la profunda pobreza de su familia. “El poco dinero que tenemos nos lo roban las pandillas”, cuenta. Mario espera llegar a Estados Unidos y conseguir un trabajo y una educación ¿Qué estudiaría? “Cualquier cosa, siempre y cuando pueda ganar un buen dinero”, sonríe.
Honduras es uno de los países más pobres en la región, y tiene una de las tasas de homicidios más altas del mundo. La violencia, el narcotráfico y la impunidad empeoraron tras el golpe de Estado de 2009 –cuando el Ejército derrocó al presidente democráticamente electo, Manuel Zelaya. Las tensas elecciones del año pasado agravaron aún más la crisis.
Un años después del golpe, 490.000 hondureños han salido de su país, según Pew Research Centre. En 2017 esa cifra aumentó a 600.000.
La caravana comenzó el viernes pasado cuando un antiguo congresista, Bartolo Fuentes, anunció a los medios locales que se uniría a un grupo de 200 personas de San Pedro Sula en su camino a Estados Unidos. El grupo creció rápidamente, creyendo la gente que un grupo grande los protegería durante el peligroso trayecto a través de México, donde los migrantes a menudo son violados, robados o secuestrados.
Guatemala dijo al principio que no permitiría la entrada a los migrantes desde Honduras, pero tras un enfrentamiento con la policía, el grupo simplemente siguió caminando –aunque Fuentes fue arrestado por las autoridades guatemaltecas y ha sido objeto de campañas de difamación en la red.
El miércoles, el embajador de Trump en Guatemala publicó un vídeo en Facebook advirtiendo a la gente para que no entren en Estados Unidos de manera irregular. “Si usted trata de entra en Estados Unidos, será deportados y detenido. Regrese a su país, su intento de migrar fracasará”, afirmó en castellano.
Sin embargo, México afirmó que permitirá el acceso a todo migrante hondureño con pasaporte válido y visado y que todos aquellos que buscan asilo podrán empezar el proceso si reúnen los requisitos establecidos por la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (parte de ACNUR).
La mayoría de los migrantes pasó la noche del miércoles en Ciudad de Guatemala, donde grupos de ayuda humanitaria organizaron asistencia alimenticia y médica, proporcionaron ropa y dieron refugio mientras bomberos y Cruz Roja dieron medicinas y trataron los pies con ampollas.
Los coordinadores indican que tienen planeado llegar a la frontera mexicana a finales de esta semana. “Somos conscientes de las políticas de los países y de las recientes declaraciones, pero la gente no va a parar. No podemos parar”, afirma José Luis Carmera, coordinador de migrantes de la capital hondureña, Tegucigalpa.
“La frontera de Guatemala estaba cerrada, pero la abrimos pacíficamente y, haciéndolo superamos el primer obstáculo. Ahora debemos abrir la frontera mexicana. Vamos paso a paso”, añade Carmera.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti