El sábado pasado, cientos de neonazis y supremacistas blancos estadounidenses se enfrentaron a un grupo de manifestantes antifascistas en las calles de una ciudad universitaria progresista y sembraron el caos. El gobernador del Estado se vio obligado a declarar el estado de emergencia.
Los supremacistas blancos se habían dado cita frente a una estatua del general de la confederación Robert Lee que las autoridades de Charlottesville, Virginia, habían decidido retirar de un parque público.
Los activistas de extrema derecha que se desplazaron hasta Charlottesville creen que la diversidad no es más que otra forma de genocidio de los blancos. Muchos de ellos afirman que el Holocausto no tuvo lugar y son antisemitas acérrimos. Creen que los estadounidenses blancos están amenazados y han estado intentando reclutar a nuevos miembros en los campus universitarios del país.
Los políticos más influyentes del Partido Demócrata y del Partido Republicano, con excepción del presidente Trump hasta el lunes por la tarde, han condenado el racismo explícito de estos activistas y han afirmado que va en contra de los principios y valores de Estados Unidos.
Un líder neonazi afirma que la protesta del sábado, la de mayores proporciones en décadas, fue “un éxito absoluto”. El día terminó con un balance de tres personas muertas; dos policías murieron al estrellarse su helicóptero y una mujer falleció cuando un coche arrolló a un grupo de manifestantes antifascistas. Decenas de personas resultaron heridas.
La policía ha acusado a un joven de 20 años de asesinato, el Departamento de Justicia ha anunciado que investigará los hechos y algunos políticos han condenado lo que en un inicio parecía “un acto de terrorismo interno”.
En declaraciones desde su complejo de golf de Nueva Jersey, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuya victoria fue celebrada por los neonazis y el Ku Klux Klan, condenó el sábado “el odio, el fanatismo y la violencia” de las partes enfrentadas en Charlotteville. Recibió muchas críticas por no haber condenado explícitamente el racismo de los supremacistas blancos que participaron en los enfrentamientos.
“Es el primer presidente de Estados Unidos que no condena sin matices. Puntualizó que en esta ecuación es necesario tener en cuenta muchos elementos”, ha indicado Matthew Heimbach, el líder del neonazi Partido Tradicionalista de los Trabajadores, que afirmó que había conseguido que más de cien personas se desplazaran hasta Charlottesville para participar en las protestas.
Como muchos otros líderes neonazis y de los supremacistas blancos, Heimbach apoyó a Trump con entusiasmo durante la campaña presidencial pero considera que desde que ha llegado a la Casa Blanca Trump los ha traicionado y se siente decepcionado.
“No está de nuestra parte”, afirma Heimbach. Sin embargo, puntualiza: “Resulta interesante que Trump se haya percatado de que la izquierda es violenta. Tal vez tiene una opinión mucho más matizada que sus antecesores”.
Con el objetivo de generar una mayor indignación y tener un mayor impacto mediático, los supremacistas blancos a menudo se dan cita en campus de universidades progresistas y en ciudades que también lo son.
La estatua de la discordia
Charlottesville, situado en las faldas de las montañas Blue Ridge y a menudo descrita como la ciudad del sur más norteña, es el lugar ideal, tanto desde un punto de vista simbólico como geográfico, para que la extrema derecha se reafirme en sus principios.
Thomas Jefferson (el tercer presidente de EEUU entre 1801 y 1809) vivió a unos diez kilómetros de allí y el actual presidente de Estados Unidos tiene una finca cerca de la ciudad. Según John F. Kennedy, “la belleza natural del campo que rodea la ciudad y la belleza de Charlottesville, creada por la mano del hombre, consiguen crear un tapiz de la historia de Estados Unidos que pocos pueblos o ciudades del país pueden superar”. La Oficina Nacional de Investigación Económica la eligió en 2014 como la ciudad más feliz de Estados Unidos.
Charlottesville se convirtió en un objetivo de la extrema derecha después de que una estudiante de instituto, Zyahna Bryant, lograra convencer al Ayuntamiento de la conveniencia de retirar la estatua de Lee y cambiar el nombre del parque público donde se encuentra.
Kristin Szakos, concejal del ayuntamiento, indicó que optaron por retirar la estatua porque ya no quieren distinguir “la causa perdida de la Confederación con monumentos que se erigieron a principios del siglo XX”.
En mayo, el dirigente de la ultraderecha Richard Spencer convocó una protesta en el parque. “Lo que nos une es que somos blancos, somos un pueblo, a nosotros no podrán sustituirnos”, afirmó.
A principios de julio, unos 30 miembros de los “caballeros leales blancos” del Ku Klux Klan también se dieron cita delante de la estatua. Sin embargo, los contramanifestantes eran muchos más.
Desde que el Ayuntamiento acordó retirar la estatua, varios obstáculos legales han impedido llevar a cabo la medida. Algunos miembros del KKK afirman que se trata de un intento de borrar la historia de los estadounidenses blancos.
Si solo se tiene en cuenta sus proporciones, las organizaciones de supremacistas blancos y neonazis no son muy representativas. Sus ideas y acciones extremas, como la consigna “Hail Trump” y el saludo nazi, o el hecho de abogar por la creación de un Estado blanco en Estados Unidos, han provocado indignación pero también miedo.
Sus detractores creen que el hecho de que los medios de comunicación hayan dado tanta cobertura a sus actos de provocación ha hecho que estos grupos racistas que incitan al odio parezcan más poderosos de lo que realmente son. Estos grupos han sabido sacar partido de las protestas que se han organizado en su contra y ahora tienen una mayor proyección a lo largo y ancho del país.
Charlottesville se ha convertido en una buena prueba de ello. Durante meses, se han producido enfrentamientos entre fascistas y antifascistas en ciudades de todo el país, como Berkeley, en California, Portland, en Oregon, Nueva Orleans, en Luisiana, y Pikeville, en Kentucky. El mes pasado estos enfrentamientos tuvieron lugar en Charlottesville, donde más de 1.000 personas se manifestaron frente a unos 50 miembros del KKK, muchos de los cuales llevaban batas y capuchas de satén. Sin embargo, la protesta del sábado superó a todas las anteriores en intensidad, no solo por las dimensiones de la protesta, sino también por el nivel de violencia.
Un “punto de inflexión”
David Duke, el famoso “mago imperial” (exlíder) del KKK, que participó en la protesta de Charlottesville, afirmó que había marcado un “punto de inflexión” para el movimiento.
“Estamos decididos a recuperar el control del país y a cumplir las promesas que en su día hizo Donald Trump”, exclamó. “Esto es lo que creemos y esto es lo que vamos a hacer”.
En las declaraciones que hizo el sábado, Trump intentó distanciarse del caos reinante en Charlottesville y dijo que estas acciones no son ninguna novedad y que no tenían que ver “ni con Donald Trump ni con Barack Obama, es algo presente desde hace mucho, mucho tiempo”.
Durante décadas, Estados Unidos ha albergado a provocadores de ideología neonazi y otros grupos que incitan al odio racista. Poco antes de ser asesinado por uno de sus seguidores, George Lincoln Rockwell, el líder del Partido Nazi de Estados Unidos, dijo a un periodista que esperaba convertirse en el presidente del país en 1972, presentándose como candidato nacionalsocialista.
Los grupos de extrema derecha de Estados Unidos también siguen el modelo de los de Europa. Algunos miembros de los grupos racistas de Estados Unidos han intentado estrechar vínculos con los nacionalistas europeos, entre ellos, Amanecer Dorado, el violento partido político neonazi de Grecia.
Sin embargo, está fuera de toda duda que la victoria de Trump ha fortalecido y envalentonado a estos grupos que incitan al odio. Al mismo tiempo, el hecho de que los medios de comunicación se hayan hecho eco del apoyo de estos grupos a la candidatura de Trump les ha dado una plataforma para promoverse.
“¡Hail, Trump!”
Trump ha sido muy criticado por no haberse desmarcado o no haber condenado con la suficiente celeridad y contundencia las afirmaciones de sus seguidores más extremistas.
“Para que nos entendamos, no sé quién es David Duke, ¿de acuerdo?”, le espetó Trump a Jake Tapper, de CNN, cuando en el transcurso de una entrevista, que tuvo lugar en marzo de 2016, el periodista le pidió que se desmarcara de los supremacistas blancos que apoyaban su campaña.
No condenó a Duke hasta cuatro días más tarde.
“David Duke es una mala persona, y a lo largo de los años he condenado sus acciones en numerosas ocasiones”, afirmó en declaraciones a MSNBC. “He condenado sus acciones y las del KKK. ¿Quieren que lo haga por enésima vez? He condenado sus acciones en el pasado y lo vuelvo a hacer ahora”.
La campaña de Trump ha hecho muchos intentos por distanciarse de Duke. Eric Trump, hijo del presidente, llegó a afirmar que Duke se merecía “una bala”.
Después de que se captaran imágenes de unos supremacistas blancos en la capital del país gritando “Hail Trump” cuando este ganó las elecciones, el presidente electo dijo a the New York Times que rechazaba y condenaba las acciones de este grupo.
“No es un grupo al que quiero potenciar y si alguien los potencia quiero investigarlo y saber los motivos”, afirmó.
En un comunicado emitido el sábado por la noche, el fiscal general de Estados Unidos, Jeff Sessions, fue más contundente que el presidente al referirse a los enfrentamientos de Charlottesville. “La violencia y las muertes de Charlottesville son un ataque a la misma esencia de la ley y la justicia de Estados Unidos”. “Cuando estas acciones están motivadas por el odio racial, atacan nuestros valores más esenciales y no se deben tolerar bajo ningún concepto”. El Departamento de Justicia va a investigar los hechos.
Heimbach y el líder del Movimiento Nacionalsocialista, Jeff Schoep, afirmaron que no conocen a James Fields, el hombre que arrolló a una mujer con su vehículo y que ha sido acusado de asesinato. Schoep indicó que el incidente había sido “lamentable” y que oscurecía otros hechos positivos de la jornada.
Schoep explicó que ha participado en protestas celebradas desde principios de los noventa y que la de Charlottesville ha sido la más concurrida. Según sus cálculos, participaron unos 1.000 supremacistas blancos de distintos grupos. “Normalmente conseguimos unas 100, 200 personas como mucho. Ver a tantas personas nos hace pensar que estamos ante el inicio de algo grande”.
Los grupos que hacen un seguimiento de los movimientos de extrema derecha estiman que asistieron a la protesta entre 500 y 1.000 personas. “La extrema derecha lleva meses organizando esta manifestación”, indica Spencer Sunshine, que escribió un informe sobre la jornada para el grupo de investigación sin ánimo de lucro Political Research Associates.
Traducción de Emma Reverter