En una habitación junto a las ruinas de su hogar destruido, dos niños del campo de refugiados de Aqabat Jaber, en el este de Cisjordania, duermen a media mañana en casa de su tío. Hace unas noches, su habitación fue destruida durante una operación de las Fuerzas de Defensa de Israel que tenía como objetivo al padre de los niños, Maher Shalon, detenido como sospechoso por la muerte de un colono israelí.
Un palestino de 17 años murió, seis personas resultaron heridas y otras dos fueron detenidas en la redada del pasado viernes en ese campamento a las afueras de la ciudad de Jericó.
Tras la destrucción de la casa familiar, la madre se llevó al hermano mayor de los niños a Belén para que recibiera tratamiento médico. Los más pequeños se quedaron al cuidado del tío Mansour y de Hamda, la abuela paterna. Según ellos, los niños no han salido a la calle desde el viernes.
En busca de venganza
“Los israelíes vienen casi todos los días desde el 7 de octubre buscando venganza”, dice Mansour, de 56 años, refiriéndose a la fecha en la que el grupo palestino Hamás rompió el cerco de la sitiada Franja de Gaza, masacrando a unos 1.400 israelíes y desencadenando una guerra en la que ya han muerto más de 7.000 personas en el enclave costero.
Aqabat Jaber es uno de los 19 campos de refugiados que se levantaron a lo largo y ancho de Cisjordania tras la fundación en 1948 del Estado de Israel, con el objetivo de acoger a los que huían de la Nakba, o catástrofe, como llaman los palestinos a ese acontecimiento. Los campos siguen siendo a día de hoy barriadas de calles estrechas con servicios escasos, plagados de pobreza y de delincuencia. Además, también son centros de la resistencia armada contra la ocupación israelí.
La incursión del viernes en Aqabat Jaber es sólo una de las numerosas operaciones de gran alcance que Israel ha lanzado en las últimas semanas en ciudades y campos de refugiados de Cisjordania –una señal de que en la nueva guerra contra Hamás en Gaza, Cisjordania también es considerado un campo de batalla–, pero la creciente actividad militar puede provocar un incendio en este territorio, que ya era inestable antes de la actual escalada.
Según datos palestinos, desde que estalló el conflicto a principios de octubre han muerto más de cien personas en Cisjordania, en su mayoría durante enfrentamientos con las fuerzas israelíes, que han detenido a más de 1.500 palestinos en este tiempo –de acuerdo con el último recuento de la Sociedad de Prisioneros Palestinos–, 36 de ellos la pasada madrugada.
Al menos ocho comunidades palestinas (casi 500 personas) se han visto forzadas a abandonar sus tierras este mes por el aumento de la violencia de los colonos israelíes que viven en Cisjordania. En Wadi Al Seeq, cerca de la capital, Ramala, unos soldados y colonos israelíes detuvieron a tres palestinos, los desnudaron hasta dejarlos en ropa interior y después golpearlos, orinar y apagar cigarrillos sobre ellos, y agredirles sexualmente. El Ejército israelí ha abierto una investigación.
En Cisjordania viven tres millones de palestinos y unos 500.000 israelíes, y todo el territorio parece a punto de estallar. La intranquilidad se palpaba en Aqabat Jaber esta semana. Para entrar a Jericó había colas de un kilómetro en todas las direcciones, con coches y camiones esperando horas frente a los puestos de control, una escena que se repite en todas las ciudades de Cisjordania, donde Israel ha aumentado la vigilancia.
Junto a una de las casetas improvisadas de hormigón, un joven palestino estaba sentado en el suelo con los ojos vendados y las manos atadas detrás de la espalda, mientras esperaba bajo el sol del desierto a que los soldados inspeccionaran su vehículo.
“Siento el dolor de todas las madres”
La casa de Shalon, de dos plantas, es ahora un montón de ruinas, con las palmeras de dátiles cubiertas del polvo de los escombros. Mansour dice que durante la demolición los soldados entraron también en su casa, que está al lado, para quitar todas las ventanas con el argumento de que así mejoraban la seguridad de la familia. Dos habitaciones de la casa de Mansour también sufrieron daños.
Mientras, en la casa de Mahmoud Hamdan, un joven de 22 años que murió por disparos de un francotirador israelí, sus padres, Tahani y Mohammed, están en casa pegados a las noticias sobre la guerra, como todo el mundo en la región. El canal de televisión jordano que sintonizan no censura ni edita los contenidos que llegan desde Gaza: las imágenes de niños muertos que son sacados de ambulancias y depositados en bolsas para cadáveres se suceden sin descanso.
“Desde que mataron a Mahmoud siento el dolor de todas las madres, sé que los israelíes pueden regresar en cualquier momento y matar al resto de mis hijos”, relata Tahani, de 44 años, tratando de aguantarse las lágrimas. Su hijo se dirigía al trabajo cuando una redada lo cogió desprevenido.
Antes de que el viejo conflicto entre Israel y Palestina resurgiera a principios de octubre en el frente de Gaza, una mayoría de los habitantes estaba más preocupaba por la posibilidad de combates a gran escala en Cisjordania.
El año 2022 había sido el más letal en el territorio ocupado desde que en 2005 terminara la segunda intifada –el levantamiento palestino que duró cinco años–. Incluso antes de que estallara la nueva guerra, en 2023 ya habían superado las funestas estadísticas del año anterior (hasta el 6 de octubre, 184 palestinos habían fallecido a manos de fuerzas israelíes en Cisjordania y Jerusalén Este).
Hamás tiene células activas en toda Cisjordania, donde mantiene cierto grado de apoyo popular y está avivando la violencia. Pero la nueva generación de los combatientes que han alcanzado la mayoría de edad sólo mantienen una vaga afiliación con facciones palestinas como Hamás y Al Fatah (ligada a la Autoridad Palestina) y por ahora sólo operan a nivel local en Nablus y Yenín, donde están establecidos.
Las milicias, más populares que la AP
La creciente violencia en Cisjordania está poniendo a Al Fatah bajo presión. El grupo controla la semiautónoma Autoridad Palestina (AP), que gobierna ese territorio y lleva 16 años sin celebrar elecciones, y hoy en día es ampliamente considerada antidemocrática y corrupta. Esa zona se enfrenta a la posibilidad de un grave vacío de poder cuando el presidente, Mahmoud Abás, de 88 años, muera o abandone el cargo, ya que no ha nombrado a un sucesor.
Otro motivo por el que la AP se ha hecho profundamente impopular es su cooperación en asuntos de seguridad con Israel. En los últimos dos años ya ha perdido el control de varios campamentos de Cisjordania que han pasado a las milicias palestinas. Las fuerzas de seguridad de la AP han reprimido las protestas contra la guerra en Gaza usando balas de goma y gases lacrimógenos, reforzando la sensación de que han dejado de representar al pueblo palestino.
“La AP actúa como si estuviera de parte de los israelíes”, dice un joven de 19 años mientras le cortan el pelo en una peluquería de Aqabat Jaber y que prefiere no revelar su nombre por razones de seguridad. “Es muy evidente por qué mi generación no tiene esperanzas en una ocupación interminable y cree que las milicias tienen la respuesta”.
El mandatario palestino sigue siendo un interlocutor de la comunidad internacional y se ha reunido con los líderes que han visitado la región desde el estallido de la guerra, pero no tiene ninguna influencia en Gaza ni capacidad de presionar a Hamás o a otros actores principales de la contienda.
Según Jalal Zakout, miembro del Consejo Nacional Palestino en Ramala (donde tiene su sede la AP), “tarde o temprano, la situación en Cisjordania estallará”.
“Es una situación muy peligrosa... Israel ha tratado de dividir Cisjordania y Gaza, pero todos somos palestinos; lo que ocurre allí no puede dejar de tener efecto aquí y en Jerusalén”, dice.
Cisjordania no es el único lugar donde se esperan enfrentamientos. Las comunidades israelíes del norte del país y las libanesas al otro lado de la Línea Azul (que marca la separación entre Israel y Líbano) también se están preparando para un estallido de violencia generalizada. “Esta vez es diferente”, dice el peluquero Mohammed Abdul Salah, de 38 años. “Cada generación ve que la situación empeora, pero después de esto nada va a ser igual”, añade.
Texto traducido por Francisco de Zárate y actualizado por elDiario.es