Se suponía que la casa de mi familia estaba en la zona segura del sur de Gaza. Pero la semana pasada las bombas llegaron de todos modos, sin previo aviso. Cayeron alrededor de las 10 de la mañana del jueves en cuatro o cinco grandes explosiones. Todo un barrio residencial en el campo de refugiados de Jan Yunis, donde nací y crecí, quedó reducido a escombros. Todos lo vivieron como un terremoto, un terremoto provocado por el hombre. Todo el campo temblaba.
He contado 49 muertos; entre ellos, 36 miembros de mi familia. Según me han dicho, otra docena o más siguen desaparecidos bajo los escombros de ocho casas y hay más de cien heridos.
Ahora vivo en Canadá, pero la casa de mi familia sigue en pie en ese mismo campo de Jan Yunis, a metros de donde cayeron las bombas, y es donde sigue viviendo gran parte de mi familia extendida. Esta casa es todo lo que nos queda de nuestros difuntos padres y abuelos después de que fueran expulsados del pueblo de Beit Daras y llevados a la Franja de Gaza durante la Nakba de 1948, la expulsión masiva de palestinos. Miles de personas se vieron obligadas a abandonar nuestro pueblo en aquella época y muchos se dirigieron a Jan Yunis. Inicialmente pensada como una parada temporal hasta que pudieran regresar a sus hogares, las familias de Beit Daras prefirieron vivir muy cerca unas de otras. Con el tiempo, esta solución temporal se convirtió en permanente.
Vidas truncadas
Cuando las bombas empezaron a caer, estas casas estaban repletas, alojando también a personas que habían huido de los bombardeos israelíes en la ciudad de Gaza: una familia por habitación. Quiero hablarles de algunas de las vidas truncadas.
Julia Abu Hussein, de dos años, nieta de mi hermana, estaba en el salón de mi casa familiar esperando ansiosamente la llegada de mi sobrina, Rasha, para que la llevara a la tienda a comprar caramelos. Cuando cayeron las primeras bombas, Rawan, la madre de Julia, cogió a su hija y corrió a la cocina con el resto de la familia. Pero un trozo de metralla alcanzó la habitación y mató a Julia en brazos de su madre.
Hace apenas dos semanas, los padres de Julia –mi sobrino Amjad y su esposa Rawan– siguieron las órdenes del ejército israelí de evacuar la ciudad de Gaza, abandonando su hogar y desplazándose hacia el sur en busca de seguridad. Junto con la familia de mi hermana, tardaron tres días en recorrer menos de 30 kilómetros hasta Jan Yunis; durante tres días creímos que estaban muertos. Estamos en 2023, pero es como si nos hubiéramos despertado en 1948. La gente está volviendo a correr en busca de seguridad. Cuando llegaron a la “zona segura” se dieron cuenta de que ningún lugar de la Franja de Gaza era realmente seguro.
Estamos en 2023, pero es como si nos hubiéramos despertado en 1948
Mi tío abuelo de 79 años, Nayif Abu Shammala, profesor jubilado, y su esposa, Fathiya, fueron algunos de los supervivientes de la Nakba. Vivían justo enfrente de nosotros y allí murieron, bajo las bombas. Sus tres hijas y sus cuatro hijos también fueron asesinados por el bombardeo.
Cuando era joven, una de ellas, Aisha, era conocida como la cara más bonita del campo de refugiados. Era una de esas personas que irradiaban felicidad. Su hermana Dawlat vivía en los Emiratos Árabes Unidos y estaba de visita en casa para ver a su familia cuando cayeron las bombas. Deja dos hijos y un marido que ni siquiera tuvo la oportunidad de darle el último adiós. La menor de las hermanas, Umaima, y su hija Malak también habían huido de los bombardeos en el norte. Pero las bombas las alcanzaron de todos modos.
Los hijos varones de Nayif y Fathiya –Zuhair, Hassan, Mahmoud y Mohammed– murieron todos junto a sus esposas. Las vidas de los tres hijos de Hassan también fueron sacrificadas por las bombas. Estos niños no eran unos extraños, eran almas hermosas que yo conocía bien. Niños cuyos rostros llenos de carácter aún puedo ver. Niños que me contaban sus sueños para la vida que les esperaba. Ahora todos están hechos polvo.
¿Por qué los mató Israel? La familia no tiene ninguna afiliación política. Nada puede justificar el atroz crimen de matar a tres generaciones, a menos que el crimen sea ser palestino.
Mi tía abuela, Um Said, al menos vivió mucho. Tenía 92 años y estaba en casa con su hija, Najat, cuando cayeron las bombas. Ahora ambas descansan bajo los escombros. El verano pasado, durante mi visita a Gaza, Um Said tuvo la amabilidad de regalarme un vestido bordado que ella alguna vez usó. Insistió en que me lo llevara a Canadá. Estoy agradecida por haberlo hecho. Es lo único que me queda para recordarla.
Me cuesta encontrar nuevas formas de describir la muerte: se han ido, se los han llevado, han muerto, están bajo los escombros, sus almas están en el cielo. La maquinaria propagandística israelí me dice que no están muertos porque los palestinos deben estar mintiendo sobre el número de muertos, incluso mientras nosotros los lloramos. O, si realmente están muertos, entonces deben ser “terroristas”.
En verdad, la lista de inocentes muertos es muy larga y muy dolorosa. Tantos niños. Tantos que llevaban buenas vidas. La nuera de Um Said, Suhaila, era profesora. También lo era Imtiyaz, la esposa de Asaad, mi primo hermano, que regentaba una pequeña tienda de comestibles que mi propio hijo, Aziz, visitaba cuando regresábamos a nuestra tierra natal.
Asaad era conocido en todo el campo de Jan Yunis como un alma bondadosa que vendía productos por poco dinero. Llevaba un grueso libro de cuentas con los nombres de las personas que le debían dinero, pero a menudo se olvidaba de reclamar sus deudas o simplemente las daba por perdidas. Su rostro radiante, su tienda, su amabilidad y su familia nos fueron arrebatados a plena luz del día. Cuando cayeron las bombas, su tienda estaba llena de gente. Conté al menos seis niños que murieron allí. Los hijos de Asaad, Hussein y Abdelrahman, estudiante de tercer año de medicina, estaban entre los fallecidos.
Deshumanizar a las víctimas
Quiero preguntarle al presidente Biden por qué apoya esto. ¿Cree que el dolor de una madre israelí es diferente del de una madre palestina? ¿Es su sangre más valiosa que la de los habitantes de Gaza? Esta es la única explicación que encuentro a lo que Biden está fomentando en Gaza.
Los familiares supervivientes me envían fotos desde Jan Yunis. Del cuerpo ensangrentado de Julia envuelto en una sábana blanca y cargado por mi primo Jameel. De casas destruidas. Esto es sólo una pequeña muestra del sufrimiento que se vive en Gaza. Entiendo que en una guerra mueren civiles. Pero esto es un patrón. Israel habla de escuelas y hospitales gestionados por Hamás para seguir deshumanizando a los palestinos y preparar el terreno para más crímenes. Esto es sólo una excusa para matar a más civiles. Esto es atentar contra la propia existencia de los palestinos. Para mí, esto es genocidio.
Ghada Ageel, refugiada palestina de tercera generación, trabajó como traductora para The Guardian en Gaza de 2000 a 2006. Actualmente es profesora visitante en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Alberta.
Traducción de Julián Cnochaert.