Hizo falta una partida de golf para convencer a Masashi Tsuda de que algo no andaba bien en su memoria. Representante de ventas, Tsuda había pasado de los 50 años y no podía recordar el código de cuatro cifras de su taquilla en el vestuario. Unos meses antes había luchado por asimilar el nuevo sistema informático de la oficina. En otra ocasión, se había quedado en blanco justo antes de hacer una presentación en el trabajo.
Pese a que los médicos le aseguraron dos veces que esos momentos de distracción tenían que ver con el estrés, hace cinco años a Tsuda le terminaron diagnosticando un inicio precoz de Alzheimer.
A Kazuko, su esposa, se le caen las lágrimas cuando recuerda el trauma que comenzó entonces. “Acabábamos de reconstruir nuestra casa, pero todos los planes que habíamos hecho juntos se rompieron en un instante”, explicó a The Guardian en la cafetería que lleva en la ciudad de Matsudo, al este de Tokio. “Perdí ocho kilos y se me cayó todo el pelo. Cuando volvió a crecer, era blanco”.
Su marido no es un caso aislado. Japón está a la vanguardia en la crisis de demencia senil que afectará en las próximas décadas a otras sociedades con poblaciones crecientes de ancianos, según los expertos. Según el Ministerio de Sanidad de Japón, 4,6 millones de personas padecen alguna forma de demencia en el país. Para 2025 el total de la población con demencia se elevará hasta los 7,3 millones de personas (uno de cada cinco japoneses con más de 65 años).
Ante la escalada en los costes de salud y cuidados y la escasez de cuidadores profesionales, los pueblos y ciudades de todo el país están tratando de pasar del enfoque institucional, basado en la medicina, a uno en que toda la comunidad se involucre.
En 2015 el Gobierno japonés hizo público su Plan Naranja, como llamó al conjunto de medidas para enfrentarse a la demencia, con una mayor especialización para el personal médico, desarrollo de nuevas medicinas, visitas periódicas a las casas y apoyo a los familiares encargados del cuidado.
El desafío de la demencia senil
Matsudo había centrado mucho antes su política de bienestar en los servicios a personas que sufren demencia. Fue en 2010 y por una buena razón: cuando termine esta década, más del 28% de las 480.000 personas de la ciudad tendrá al menos 65 años.
Según Junko Yoshida, del departamento de bienestar para la tercera edad de Matsudo, eso significará un aumento proporcional en el número de personas con demencia senil. “Hace algún tiempo nos dimos cuenta de que, con el aumento del número de personas mayores viviendo aquí, la demencia se iba a convertir en un gran desafío”, dijo.
En la actualidad, un poco más de las 11.000 personas de la ciudad que reciben cuidados de enfermería padecen algún tipo de demencia, en comparación con las 8.000 personas de hace apenas siete años. Pero ese número no incluye a la gran cantidad de personas que aún no han sido diagnosticadas. Si se incluyen, los funcionarios locales estiman que en Matsudo vivirán hasta 26.000 ancianos con demencia para el año 2025.
Encabezado por el Ayuntamiento, el plan incluye concienciar a los residentes y a las empresas regularmente en contacto con personas mayores, como los bancos y los servicios de taxi. Hay cafés y centros de recogida para pacientes con demencia y sus familias.
Desde el verano pasado, la ciudad comenzó a distribuir pegatinas con un código QR que se puede pegar a las prendas para ayudar a la policía a localizar a las familias de ancianos que han salido de sus casas.
A cambio de asistir a una conferencia de 90 minutos, los residentes pueden convertirse en “personal de apoyo para la demencia”, identificados con una brillante pulsera de color naranja. Hasta el momento, 21.490 personas ya han sido certificadas como conocedoras de la demencia. Más de 3.000 participan regularmente en las patrullas vecinales.
Varias veces al mes se forman pequeños grupos de voluntarios con petos de color naranja brillante. Caminan por los vecindarios distribuyendo folletos con información sobre los servicios útiles para las personas que sufren demencia y, en ocasiones, también ayudan a las que están en peligro.
“Tendemos a pasar por las casas muy nuevas porque están ocupadas por familias jóvenes”, dijo Manami Yoshii, un funcionario de bienestar local, mientras patrullaba en un barrio de Matsudo durante una fría tarde de enero. “Pero si vemos una casa vieja con las cortinas echadas durante el día o una pila de periódicos en el buzón, informamos a la policía”.
Redes de voluntarios
El voluntario Hiroyuki Yamamoto sabía exactamente qué hacer una mañana de hace dos años cuando vio a una mujer empujando una bicicleta y sin paraguas, a pesar de la lluvia. La mujer le dijo que se dirigía a un pueblo de la prefectura de Nagano que estaba a cientos de kilómetros de distancia. Gracias a sus conocimientos sobre la demencia senil, Yamamoto logró mantener a la mujer hablando hasta que la policía llegó para escoltarla a su casa.
“Un saludo amistoso es el comienzo de todo”, explicó Yamamoto. “No se pregunta de repente a las personas si están bien porque eso podría alejarlas. Es mejor hablar del tiempo, o decir algo positivo sobre su perro. Normalmente podemos saber si algo va mal por la forma en que responden.”
Según los datos de la agencia de policía nacional, el número de personas con demencia desaparecidas en Japón ha alcanzado niveles de crisis, con un récord de 15.432 en 2016 (25% más que un año antes).
En Matsudo, la iniciativa de formar patrullas ha dado sus frutos. En los últimos seis años, se han registrado más de 180 casos de personas con signos de demencia encontradas mientras vagaban por las calles. Todas fueron llevadas a sus familias.
Cuando no están patrullando, muchas de las personas que ayudan con el problema de la demencia dirigen cafeterías para las personas afectadas y sus familiares.
Yukari Sakamoto es voluntaria en una de ellas. “Es un lugar informal para que la gente venga y hable sin problemas mientras toma una taza de té”, dijo. Su madre, de 69 años, sufre demencia. “Veo que ella avanza mucho si se le permite hablar a su propio ritmo”.
Tras una serie de pequeños contratiempos domésticos mientras estaba en el trabajo, Kazuko Tsuda logró convencer a su esposo de que acudiera a una guardería infantil, donde él y otras personas con demencia hacían ejercicio ligero, cantaban karaoke, cultivaban vegetales y salían a caminar bajo supervisión.
Kazuko, que compró la cafetería poco antes de que diagnosticaran a su marido, aún tiene dificultades para lidiar con los cambios de humor de Masashi. Pero siente consuelo cada vez que él da señales de reconocerla como su esposa desde hace más de 30 años.
“Si pudiera pedir un deseo, pediría que mi esposo y yo hagamos cosas juntos”, dijo. “Es un hombre orgulloso... así que ayudaría que también le dieran algún tipo de trabajo fácil. Sí, tiene Alzheimer, pero eso no significa que no tenga dignidad”.
*Los nombres de la familia Tsuda han sido cambiados a petición suya.
Traducido por Francisco de Zarate