El 27 de octubre se cumplió un año desde el peor ataque antisemita de la historia de Estados Unidos. Un nacionalista blanco entró en la sinagoga El árbol de la vida, en Pittsburgh, asesinó a 11 personas y dejó heridas a seis más. Lo hizo siguiendo una idea retorcida: que los judíos formaban parte de una conjura para socavar al Estados Unidos de los blancos, una trama que colaboraba con la de la “invasión” del país por una caravana de migrantes latinoamericanos. Esa mentira perversa sobre una “invasión” se ha repetido una y otra vez en los medios de derechas, en Fox News, por internet y, para mayor desgracia, la ha repetido también el Presidente de Estados Unidos.
Sí, las palabras del propio Donald Trump colaboraron en la inspiración del peor acto de violencia antisemita de la historia estadounidense.
La amenaza del antisemitismo no es una idea abstracta en mi caso. Es algo muy personal. Destruyó a gran parte de mi familia. No soy alguien que dedique mucho tiempo a hablar sobre su historia personal porque creo que los líderes políticos deberían centrar su atención en su visión y su agenda al servicio de los demás. Pero aprecio también que hablemos de cómo nuestras trayectorias han contribuido a dar forma a nuestras ideas, principios y valores. Soy judío-estadounidense y estoy orgulloso de serlo. Mi padre emigró de Polonia a Estados Unidos en 1921. Tenía 17 años y huía de la pobreza y del antisemitismo que se extendían por su país natal. Los miembros de su familia que se quedaron en Polonia una vez que Hitler llegó al poder fueron asesinados por los nazis. Sé perfectamente a dónde nos lleva la política de la supremacía blanca y lo que puede suceder si la gente no asume una posición clara contra ella.
El antisemitismo está creciendo en este país. Según el FBI, los crímenes de odio contra los judíos crecieron más de un 30% en 2017 y representan el 58% de todos los crímenes de odio de base religiosa en Estados Unidos. En 2017 se cometieron 938 crímenes de odio contra personas judías frente a los 684 registrados en 2016. La primera semana de noviembre supimos que las autoridades federales habían detenido a un hombre en Colorado al que creían implicado en una trama para colocar una bomba en una de las sinagogas más antiguas del estado.
Esta ola de violencia es resultado de una ideología política peligrosa que persigue a los judíos y a cualquiera que no encaje en una visión muy estrecha, la de un país sólo para los blancos. Tenemos que dejar claro que aunque el antisemitismo sea una amenaza para los judíos allá donde estén, es también una amenaza para la propia democracia. Los antisemitas que se manifestaron en Charlottesville no odian sólo a las personas judías. Odian la idea de una democracia multirracial. Odian la idea de la igualdad política. Odian a los inmigrantes, a las personas de color, a las personas del movimiento LGTBQ, a las mujeres y a cualquiera que se interponga en su visión de Estados Unidos sólo para los blancos. Acusan a los judíos de coordinar una ofensiva global contra los blancos a través de las personas de color y otros grupos marginalizados, que son quienes harían el trabajo sucio.
Esa es la teoría de la conspiración que motivó al asesino de Pittsburgh –que los judíos se organizan en la sombra para traer inmigrantes al país y reemplazar con ellos a los estadounidenses–. Y es importante comprender que de eso trata el antisemitismo: es una teoría de la conspiración que cree que una minoría poderosa controla la sociedad en secreto.
Como otras forma de fanatismo intolerante –el racismo, el sexismo, la homofobia–, el antisemitismo sirve a la derecha para separar a la gente. Impide que luchemos juntos por un futuro de igualdad, paz, prosperidad y justicia medioambiental.
Oponerse al antisemitismo es un valor central del progresismo. Me resulta muy conflictivo ver el cinismo con el se usa la acusación de antisemitismo como arma política contra el progresismo. Una de las cosas mas peligrosas que Trump ha hecho es dividir a los estadounidenses usando acusaciones falsas de antisemitismo, la mayor parte de las veces en relación con el vínculo entre Estados Unidos e Israel.
Deberíamos dejar claro que criticar las políticas del gobierno de Israel no es antisemita. Tengo conexión con Israel desde hace mucho años. En 1963 viví en un Kibbutz cerca de Haifa. Allí vi y experimenté por mí mismo muchos de los valores progresistas sobre los cuales se fundó Israel. Creo que es muy importante para todos, especialmente para los progresistas, reconocer el logro enorme que supuso el establecimiento de un hogar nacional para los judíos después de siglos de desplazamientos y persecuciones.
Debemos, también, ser honestos sobre lo siguiente: la fundación del estado de Israel es, desde el punto de vista de otro pueblo que habita la tierra de Palestina, el motivo de su desplazamiento. Del mismo modo que los palestinos deben reconocer las legítimas aspiraciones de los judíos israelíes, los partidarios de Israel deben comprender por qué los palestinos ven la creación de Israel como la ven. El reconocimiento de ambas realidades no “deslegitima” a Israel más allá de lo que un reconocimiento factual de lo sucedido durante la fundación de Estados Unidos deslegitimaría a Estados Unidos.
Es cierto que parte de las críticas a Israel pueden cruzar las líneas rojas del antisemitismo, sobre todo cuando se niega el derecho de autodeterminación de los judíos o se cae en el ámbito de las teorías de la conspiración sobre la desmesura del poder judío. Siempre llamaré antisemitismo a aquello que lo sea ante mis ojos. Mis antepasados no esperarían menos de mí. Como presidente reforzaré tanto nuestras políticas internas como las exteriores para luchar ese tipo de odio. Y dirigiré los esfuerzos del Departamento de Justicia para que priorice el combate contra la violencia del nacionalismo blanco. No esperaré dos años para nombrar un enviado especial que tenga por misión el seguimiento y lucha contra el antisemitismo como ha hecho Trump. Nombraré uno de inmediato.
Cuando miro hacia Oriente Medio, veo a Israel como un país con la capacidad de contribuir a la paz y la prosperidad del conjunto de la región pero que no puede lograrlo, en parte debido a su conflicto no resuelto con los palestinos. Y veo a un pueblo palestino que ansía contribuir –con tanto por ofrecer– pero que vive atrapado por una ocupación militar que dura ya más de medio siglo y crea una realidad diaria de dolor, humillación y resentimiento.
Poner fin a la ocupación y permitir que los palestinos alcancen la autodeterminación en un estado propio independiente, democrático y económicamente viable es lo que más le conviene a Estados Unidos, a Israel, a los palestinos y a toda la región. Mi orgullo y admiración por Israel viven junto a mi apoyo a la libertad e independencia palestinas. Rechazo la idea de que eso sea contradictorio. Las fuerzas que impulsan el antisemitismo son las fuerzas que oprimen pueblos por todo el planeta, palestinos incluidos; el combate contra el antisemitismo es también la lucha por la libertad de Palestina. Me declaro en solidaridad con mis amigos en Israel, en Palestina y por todo el mundo que tratan de resolver el conflicto, reducir el odio y defender el diálogo, la cooperación y la comprensión mutuas.
Necesitamos este tipo de solidaridad ahora. Con urgencia. Por todo el mundo –en Rusia, la India, Brasil, Hungría, Israel y muchos lugares más– vemos cómo avanza una forma de hacer política que divide y destruye. Vemos cómo líderes autoritarios e intolerantes atacan los principios fundamentales de las sociedades democráticas. Esos líderes se aprovechan del miedo para amplificar el rencor, alimentar la intolerancia e incitar el odio contra las minorías étnicas y religiosas, azotando hostilidad contra el funcionamiento de la democracia o la prensa libre y promoviendo una paranoia constante o teorías de la conspiración extranjera. Lo vemos con toda claridad en nuestro propio país. Viene desde las más altas esferas de gobierno. Viene de los tuits de Donald Trump. Lo escuchamos de su propia boca.
Como personas que han experimentado la opresión y la persecución durante siglos, los judíos conocen el peligro. Tenemos también una tradición que señala el camino a seguir. Me siento orgulloso de pertenecer a una senda de justicia social judía. Me inspira ver a tantas personas judías asumir esto, sobre todo a las generaciones más jóvenes, y colaborar así en el regreso a la vida de los valores progresistas en Estados Unidos. Ven la lucha contra el antisemitismo y por la liberación como judía como un proceso conectado con la liberación de las personas oprimidas del mundo entero. Forman parte de una coalición amplia de activistas de orígenes diversos que creen, desde lo más profundo, como yo siempre creído, que todos estamos juntos en esto.
Bernie Sanders es senador por Vermont y candidato en las primarias presidenciales para 2020. Este artículo fue publicado en Jewish CurrentsJewish Currents.