Durante su infancia en el suroeste de Detroit, Vince Martin pensaba que era normal que el cielo fuera naranja. Cuando tenía tres años, su familia se mudó de Cuba a uno de los barrios de población negra de Detroit. En aquel momento, las políticas de vivienda discriminatorias habían fortalecido la segregación en la ciudad.
Esta familia afrocubana se asentó en el distrito 48217, actualmente el código postal más contaminado del estado de Michigan, donde el 71% de la población es negra y la contaminación del aire hace que parezca que el cielo está en llamas. Más concretamente, los Martin se mudaron a Boynton, un barrio de clase trabajadora. En la zona hay una refinería de petróleo de la empresa Marathon y un polígono industrial en expansión.
Martin, que ahora es activista por el medioambiente, recuerda que cuando llegó al barrio en los años 60 la refinería tenía “uno o dos tanques de almacenamiento”. Actualmente, Marathon cuenta con más de 100 hectáreas de tanques y contamina tanto que, desde 2013, ha recibido 15 notificaciones del Ministerio de Energía y Medioambiente de Michigan por sobrepasar los límites estatales y nacionales de emisiones. Marathon niega estar infringiendo la ley y argumenta que en los últimos 20 años ha reducido las emisiones en un 75% y que solo representa el 3% de las emisiones de la zona.
Sin embargo, Martin ha visto cómo, a medida que la refinería iba creciendo, la calidad del aire fue empeorando. Él cree que pudo eludir la peor parte porque en su juventud viajaba mucho porque era deportista, pero otras personas “no tuvieron tanta suerte”.
En la reunión por el 30º aniversario de la graduación del instituto, parecía que Martin tenía más compañeros de clase muertos que vivos. Le contaron que muchos habían fallecido de cáncer. De pequeño, su hermano pequeño, David, desarrolló asma y diabetes juvenil, dos enfermedades relacionadas con la contaminación del aire. Martin recuerda que tenían que llevar muy a menudo a su hermano al hospital por crisis respiratorias. “Estos episodios sucedían cada vez que él intentaba pasar tiempo al aire libre y disfrutar del medioambiente”, explica.
Después de una vida llena de complicaciones de salud, David murió a los 45 años de lo que Martin llama “envenenamiento tóxico”. “Es terrible ver morir poco a poco a alguien con tantas ganas de vivir”, dice. “Todo por vivir en esta comunidad y estar expuesto a este tipo de contaminantes. Es algo muy triste”.
Este tipo de historias es muy común en el distrito 48217. Cuatro de los principales emisores de partículas de dióxido de azufre y óxido nitroso de Michigan están ubicados en un radio de 8 kilómetros en Boynton. Estas sustancias pueden provocar problemas respiratorios y lluvia ácida, respectivamente.
La situación en el distrito es la peor de todos los barrios de Detroit, pero los problemas medioambientales afectan a toda la ciudad. Y en Detroit, la ciudad con más población negra de todas las grandes ciudades de Estados Unidos, estos problemas afectan desproporcionadamente a las comunidades pobres y afrodescendientes. La despoblación, el éxodo de la población blanca y la implosión de la industria manufacturera de la ciudad han dejado relegadas a las comunidades vulnerables. Estas comunidades luchan hoy por sobrevivir.
“Detroit es un microcosmos del cambio climático”
Igual que Houston (Texas) y Richmond (California), Detroit es un crudo ejemplo de qué sucede cuando una comunidad pobre y negra vive en medio de la destrucción medioambiental. “Detroit es un microcosmos de la crisis nacional y global del cambio climático”, afirma Michelle Martínez, coordinadora de la Coalición por la Justicia Medioambiental en Michigan, un grupo que lucha por un medio ambiente más seguro para los residentes más vulnerables del estado.
A menudo se transmite la idea de que estas comunidades simplemente han tenido mala suerte o no han tenido quién las defienda. Pero OneZero conversó con cuatro activistas por la justicia medioambiental en Detroit que han tomado las riendas de su futuro y el de sus comunidades. “En un momento se enciende una bombilla y te das cuenta de que están experimentando con tu comunidad”, dice Martin. “Somos el laboratorio del Doctor Frankenstein en Michigan. ¿Cómo nos vamos a quedar sentados mientras utilizan a los vecinos como conejillos de indias?”
Desde hace casi 40 años, los activistas por la justicia medioambiental luchan por un Detroit más sano. Una de ellos es Donele Wilkins, pionera del movimiento por la justicia medioambiental en Detroit. En los años 80, Wilkins trabajaba en el área de salud laboral y formó parte de un grupo que analizaba la instalación de una nueva planta incineradora de desperdicios sólidos en medio de la ciudad.
Las personas que querían instalar la incineradora, principalmente hombres blancos, remarcaban la posibilidad de creación de empleo, explica Wilkins. También muchos vecinos y funcionarios del Gobierno apoyaban la propuesta: en esa época las incineradoras eran consideradas un método seguro y rentable para procesar desperdicios y se creía que podrían atraer a nuevas industrias. Pero los trabajadores que finalmente tendrían que operar la incineradora se oponían a su construcción. Wilkins los apoyaba. “Ellos sabían que ese no iba a ser un sitio saludable para trabajar”, afirma.
Wilkins, motivada por la idea de que “era la gente que vive en las proximidades de las fábricas la que iba a sufrir todas esas injusticias medioambientales”, luchó durante décadas para que cerraran la incineradora. La planta quemaba la basura de Detroit, pero también la de barrios de los suburbios de población mayormente blanca, como el cercano Westland.
Wilkins argumenta que las partículas contaminantes que producía la incineradora aumentaron los casos de cáncer y enfermedades respiratorias, malformaciones en recién nacidos y enfermedades endocrinas. En 2018, una vecina de Detroit llamada Kim Hunter, en representación del grupo Breathe Free Detroit, juntó más de 15.000 firmas de apoyo a una petición para que el Gobierno cierre la incineradora. Finalmente, en marzo de 2019, la planta cerró para siempre, lo cual representó un importante triunfo para los activistas de Detroit.
En 2017, un informe de National Association for the Advancement of Colored People (NAACP) concluyó que en Detroit, 2.402 niños tienen ataques de asma a causa de la contaminación por gas natural y cada año pierden en total 1.751 días de clase por esto. El informe reveló que en todo el estado de Michigan, el 40% de la población de los barrios que tienen una refinería es negra. “Una de las cosas que me motiva”, explica Wilkins, “es el compromiso por que ni un niño más muera por no poder respirar”.
En Detroit, no está garantizado el acceso a agua ni a aire limpio. Para los vecinos, el precio del agua se ha duplicado desde 2007. En 2014, el Ayuntamiento comenzó a cortar el suministro de agua a los vecinos que tenían una deuda de más de 60 días.
En octubre de 2018, más de 112.000 hogares habían perdido el suministro de agua y otros 11.000 han tenido este año cortes de una semana o más. “Estamos hablando de gente que baña a sus hijos con agua embotellada”, señaló Gunn-Wright, coautora del Green New Deal, en una conferencia sobre cambio climático en Nueva Orleans este pasado noviembre. “La gente junta agua de lluvia para beber y para cocinarles a sus hijos”.
En 2014, la programadora de software Tiffani Ashley Bell tuiteó sobre su indignación al saber que había cortes de suministro de agua. Otro usuario de Twitter respondió ofreciéndose a pagar la factura del agua de algún vecino. A Bell se le ocurrió una idea: esa misma noche abrió una página web que conectaba a vecinos de Detroit que necesitaban ayuda para pagar la factura del agua con donantes que querían ayudarlos. La propuesta se convirtió en The Human Utility, una organización sin ánimo de lucro que recauda fondos para pagar las factura del agua a vecinos de Detroit y otras ciudades donde realizan cortes de suministro por falta de pago.
Desde 2014, The Human Utility, que en sus inicios recibió fondos del programa sin ánimo de lucro de Y Combinator, ya ha pagado la factura del agua a más de 1.100 familias, principalmente de Detroit, con la colaboración de más de 4.500 donantes individuales.
“Yo creo que este es un problema que no deberíamos tener”, dice Bell, que escribe en Medium. En 2020, The Human Utility va a utilizar fondos recaudados mediante una convocatoria abierta para probar un programa de subsidios al suministro de agua que bajará la factura de agua de 100 familias de Detroit. Bell espera demostrar que los vecinos están dispuestos a pagar sus facturas, si las cantidades son razonables.
Sin embargo, nada garantiza que el agua suministrada sea potable para el consumo. Este año, a Wilkins se le acercó un hombre que le explicó que estaba durmiendo en un coche junto a su hija después de que ella se intoxicara con el agua de su casa. Ellos eran de la misma ciudad de Detroit, donde muchas personas han tenido que abandonar sus hogares por el nivel de plomo en el agua.
Según un estudio de 2017, en Detroit, las instalaciones que contaminan con plomo están ubicadas de forma desproporcionada en barrios de mayoría negra. Incluso si estas fábricas cerraran, el plomo que dejan en la tierra sigue siendo peligroso, especialmente para los niños, que pueden sufrir problemas de aprendizaje, menor coeficiente intelectual, hiperactividad o retraso de crecimiento si tienen en la sangre incluso niveles bajos de este metal pesado.
En 2016, los rastros de plomo en niños pequeños de Detroit aumentaron un 28% respecto del año anterior, y no sólo porque ahora se hagan más pruebas, afirma Lyke Thompson, director del Centro de Estudios Urbanos de la Universidad Estatal de Wayne. Los expertos apuntaron al plomo en el polvo, la pintura y la tierra como los culpables menos analizados.
En 2019, las escuelas públicas de Detroit tuvieron que instalar 500 “estaciones de hidratación” para que los alumnos pudieran tener acceso a agua sin plomo, cobre ni otras sustancias tóxicas. “La realidad es que vivimos a la sombra de innumerables antiguas zonas industriales y fundidoras de plomo que destruían e incineraban baterías de la industria automotriz que contenían plomo”, afirma Wilkins.
El mapa de la injusticia
En 2019, Martínez y la Coalición por la Justicia Medioambiental en Michigan se asociaron con la Escuela de Medioambiente y Sostenibilidad de la Universidad de Michigan para crear un mapa de las zonas más y menos contaminadas del estado. El mapa combina información pública sobre sustancias tóxicas y contaminantes y datos de sanidad y demográficos. A cada zona se le asigna una puntuación de contaminación medioambiental.
Así, se comprobó con datos concretos lo que muchos sabían de forma anecdótica: los distritos de Michigan con mayor contaminación son los de mayor nivel de pobreza, mayor población afroamericana, menor nivel educativo y otros indicadores de desventaja social. El centro de la ciudad es negro y pobre y la periferia es blanca.
El mapa también muestra claramente las divisiones geográficas de la segregación en Detroit, generadas por el éxodo de la población blanca. La puntuación de contaminación de Boynton, el barrio donde creció Martin, es de 78; el de Oakwood Heights, donde está la refinería de Marathon, es de 80. A menos de media hora de viaje, Grosse Pointe Shores, el barrio más rico de Michigan, tiene una valoración de 14.
“La gente no se da cuenta de que la esperanza de vida promedio de alguien que vive en Detroit y de alguien que vive en los suburbios difiere en 10 o 15 años”, dice Martínez. Los creadores del mapa esperan que el Gobierno adopte medidas de justicia medioambiental en el estado.
Si bien el discurso nacional se enfoca en la reducción de las emisiones de gas invernadero y el cambio hacia fuentes de energía limpia, Detroit se debe concentrar en sus necesidades inmediatas. Sus residentes se están ahogando hasta la muerte a causa de la contaminación del aire.
La crisis de suministro de agua de la ciudad es comparable con la de algunos países en desarrollo. Las fábricas vacías han dejado manchas tóxicas que perduran por mucho tiempo después del cierre de las refinerías y las fábricas. La población de Detroit se ha reducido de 945.741 a principios del milenio a 673.104 personas en 2017, y la falta de preparación de la ciudad para el cambio climático sugiere que la cantidad de habitantes se seguirá desplomando en los próximos años.
Y aún así, los activistas de Detroit son optimistas. Para Martínez, la situación medioambiental en la ciudad representa “una gran oportunidad de recuperar el movimiento trabajador, los principios del movimiento por los derechos civiles y los medios de producción”.
Martínez señala los aproximadamente 1.600 jardines comunitarios en Detroit, que han surgido en terrenos abandonados por personas que se marcharon de la ciudad después de 2008. “Esa es una economía local, orgánica y de bucle cerrado que ayuda a que nuestros ancianos coman alimentos orgánicos y accesibles cada temporada”, asegura.
A medida que se desintegra la infraestructura de la ciudad, los activistas van desmantelando la historia de injusticia medioambiental de Detroit y la preparan para el cambio climático al promover empleos “verdes”.
Aunque la lucha ha sido ardua, Wilkins dice que los recientes triunfos, como el cierre de la incineradora, le dan la esperanza para necesita para seguir peleando por justicia medioambiental para los vecinos de su ciudad.
“Comprendo la resiliencia de mi gente”, dice. “Sobrevivimos a la esclavitud. Sobrevivimos al peor tratamiento de un ser humano que se ha visto en este mundo. Sobrevivimos a las leyes Jim Crow de segregación racial. Sobrevivimos a todas esas cosas terribles y seguimos aquí. Y mientras esté vivo, mi deber será ayudar a lo que sea que necesitemos para que mi gente viva mejor. ”Yo lucho por la fortaleza de un bien común“, dice Martin. ”Soy la voz de los niños que están creciendo y no saben que van a tener que enfrentarse a estas cosas en el futuro“.
Traducido por Lucía Balducci