¿Se convertirá la COVID en una enfermedad de los más jóvenes?
Pocos temas parecen provocar mayor diversidad de opiniones entre los expertos como la COVID-19 y los niños. Cuando la misión conjunta de la OMS y China informó por primera vez sobre el virus en febrero de 2020, una de las buenas noticias fue que los niños parecían verse relativamente poco afectados por él.
Esto fue sorprendente. Al igual que otras infecciones respiratorias agudas, los coronavirus suelen propagarse entre los niños más pequeños e infectarlos. La fuerte supresión del virus en China hizo que los casos permanecieran extremadamente bajos, impidiendo que el virus se extendiera a otros grupos de edad. En ese momento la COVID-19 parecía ser una enfermedad de personas mayores, con sobrepeso y aquellos con problemas de salud preexistentes.
Un año después del comienzo de la pandemia, los países más ricos emprendieron campañas de vacunación masivas para proteger no solamente a los grupos de mayor edad, sino a toda la población adulta. Es evidente que las vacunas han debilitado el vínculo entre las hospitalizaciones y las muertes (aunque no se ha roto por completo).
Con los adultos ya protegidos en gran medida de las consecuencias más graves de la COVID-19, las cuestiones relativas a los niños han cambiado. En Reino Unido se ha dado un aumento de las infecciones entre niños y adolescentes, que aumentarán cuando comience el curso en otoño.
¿Es mejor que los niños se contagien del SARS-CoV-2, como sucede con el resfriado común, o es mejor protegerlos a través de vacunaciones y medidas como el distanciamiento social y las mascarillas? Esto es lo que muchos países se preguntan ahora. A algunos les preocupan los posibles efectos secundarios de las vacunas, pero son muy poco frecuentes y claramente superados por los beneficios.
Afortunadamente, las autoridades sanitarias de Reino Unido y Estados Unidos han aprobado la vacuna Pfizer/BioNTech al considerarla segura para su uso en niños de entre 12 y 15 años. Un 25% de los niños en ese grupo ya ha sido completamente vacunado en EEUU, mientras que un tercio ya ha recibido una dosis. En otros países, como Israel, Italia y Francia, siguen avanzando con la vacunación de este grupo de edad, mientras que Alemania brinda a los padres la posibilidad de elegir vacunarlos basada en un consentimiento informado.
La estrategia actual en Inglaterra parece ser dejar que los adolescentes sigan con sus vidas y ver qué sucede una vez que se contagien. El resultado será una epidemia descontrolada entre los grupos más jóvenes. Algunos científicos británicos no están alarmados por ello, y señalan que otras enfermedades, como la gripe estacional, provocan más hospitalizaciones entre los niños que la COVID-19.
Por el contrario, los pediatras de EEUU sostienen que exponer a los niños a un nuevo virus con potenciales complicaciones a largo plazo es un riesgo importante que debería ser evitado. La COVID-19 estuvo entre las principales causas de muertes infantiles en EEUU en 2020. Aunque no soy pediatra, me cuesta comprender cómo una enfermedad que es considerada de riesgo en EEUU puede considerarse inocua en Gran Bretaña.
Los niños menores de 12 años son un desafío más complejo para los científicos y los Gobiernos. No hay vacuna aprobada para el uso en este rango etario, aunque los resultados de los primeros ensayos clínicos son prometedores.
En Israel y Estados Unidos, las autoridades sanitarias esperan que la vacunación de un número suficiente de adultos suprima la COVID-19 entre los niños. Aunque parecía una estrategia válida contra las variantes anteriores, podría ser más difícil con delta. La variante delta es más contagiosa. Ha elevado el umbral para la inmunidad de grupo; algunos estiman que, para ello, sería necesario vacunar hasta un 98% de la población.
Los pediatras también parecen estar divididos en cuanto a la peligrosidad de la COVID-19 para los niños más pequeños. La COVID persistente es un riesgo importante en este caso: estudios recientes sugieren que puede causar enfermedades a largo plazo, cambios fisiológicos en el cuerpo y problemas en el corazón, los riñones, los vasos sanguíneos y los pulmones de los niños.
¿Cómo de frecuente es la COVID persistente en los niños? ¿Mejorarán quienes lo padezcan? ¿Están en mayor riesgo algunos niños que otros? Las respuestas a estas preguntas llegarán con el tiempo, a medida que la ciencia avance, pero todavía no hay un consenso claro. La opinión predominante es que la COVID persistente es un gran desafío, pero los detalles todavía no están claros.
Para todos los países, los colegios son el gran campo minado que se avecina. Es difícil subestimar los daños sufridos por los niños durante la pandemia. Han aumentado los abusos sexuales y domésticos, el hambre y los problemas de salud mental. La creciente brecha educativa tardará años en cerrarse. Los niños tienen que estar en las escuelas para su bienestar social, mental y físico. Pero la variante delta implica que los niños ahora transmiten el virus más que antes, lo cual significa que es posible que emerjan grupos de casos, especialmente en los institutos.
Hay cosas que se pueden hacer. Mejorar la ventilación puede ayudar a detener la propagación tanto de la COVID-19 como de las infecciones estacionales. Las medidas actuales para reducir contagios en las escuelas también están lejos de ser ideales. Las pruebas rápidas de flujo lateral semanales son incómodas y voluntarias, lo que ha resultado en una baja aceptación. Y obligar a los niños a usar mascarillas todo el día cuando a los adultos en Inglaterra se les dice que pueden ir a discotecas sin mascarillas resulta contradictorio e injusto.
La opción de dejar que el virus se expanda entre los más jóvenes parece temeraria. Inglaterra está sola en ello. Funciona como un laboratorio para otros países, que la observan para ver qué sucede antes de decidir sobre sus propias políticas hacia los niños. La actitud comparativamente relajada del Gobierno de Reino Unido también puede crear una placa de Petri para las variantes del virus. La consecuencia podría ser una nueva variante que haga que nuestras vacunas actuales sean menos eficaces, o que tenga consecuencias más graves para los niños no vacunados.
¿Se convertirá la COVID en una enfermedad de los jóvenes? ¿Tendrán que enfrentarse los niños que ya han padecido las restricciones durante 18 meses a una ola de infecciones con consecuencias desconocidas? No hay un buen camino a seguir hasta que hayamos aprobado vacunas para todos los grupos de edad. Hasta entonces, tenemos que continuar teniendo un debate abierto y honesto sobre cómo anteponer a los niños, proteger su salud, su educación y bienestar general y escuchar y aprender de otros países que debaten el mismo asunto.
Traducción de Ignacio Rial-Schies.
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