Desde hace años, si no décadas, el mercado inmobiliario de lujo de Londres y del sureste de Inglaterra se ha dado un festín con las inversiones procedentes de Rusia y de los antiguos estados soviéticos. Las mansiones de los oligarcas, con interiores ostentosos y varios pisos que contienen piscinas, galerías de arte y colecciones de coches de época, son material de película. Agentes inmobiliarios, abogados, contables, instituciones financieras, empresas inmobiliarias, agencias de relaciones públicas, arquitectos y diseñadores de interiores se han beneficiado de este abundante flujo de dinero.
Mientras tanto, activistas y periodistas hacen sonar las alarmas. Hace tiempo que señalan que Londres parece ser un lugar especialmente atractivo para la “riqueza sospechosa” âen palabras de la organización anticorrupción Transparency International UKâ procedente de todas partes del mundo, y de la antigua Unión Soviética en particular. Estas alarmas habían sido ignoradas en su mayor parte hasta ahora, cuando de repente parece problemático haber sido cómplice del funcionamiento de élites cuyo líder ha iniciado la guerra más peligrosa en Europa desde 1945.
La única justificación posible (e insuficiente) es que esta afluencia de dinero se “derramaría” hasta alcanzar a los ciudadanos de a pie, pero ha resultado de dudoso beneficio para la mayoría de los londinenses. Ha añadido aún más presión a las famosamente inasequibles viviendas de Londres. Ha promovido la exclusión y la división en una ciudad entre cuyos puntos fuertes solían contarse la apertura y la accesibilidad.
La mayoría de las personas, sin duda, nunca buscaría una propiedad en las áreas donde a los oligarcas y cleptócratas les gusta comprar, como Knightsbridge, Kensington, partes de Highgate y en comunidades suburbanas cerradas como St George's Hill, cerca de Weybridge, Surrey. Sin embargo, como argumenta Transparency International, se ha producido un efecto dominó: si los multimillonarios compran en Kensington, los banqueros un poco menos acaudalados empiezan a buscar en distritos un poco más baratos, lo que impulsa a los profesionales más exitosos que residan allí a irse más lejos. Y así sucesivamente, hasta que los compradores primerizos de los barrios periféricos se topan con que sus pisos se han vuelto más caros.
Esta riqueza ha contribuido a fenómenos tan desagradables como las “casas iceberg”, en las que sótanos colosales maximizan la cifra de metros cuadrados en zonas de gran valor, y las “calles fantasma”, en las que propietarios de todo el mundo residen solo de vez en cuando. También ha hecho que bloques enteros de apartamentos estén casi siempre a oscuras, dado que sus propietarios están en otra residencia. El dinero sospechoso distorsiona el mercado, al fomentar las viviendas voluminosas en una ciudad donde el espacio siempre escasea.
Mansiones, palacios y rascacielos
En el imaginario popular, la casa de un oligarca bien podría ser algo como la propiedad de 15 dormitorios de Roman Abramovich, valorada en al menos 150 millones de libras (unos 181 millones de euros), en Kensington Palace Gardens, una de las calles más caras del mundo. O la casa de Belgrave Square que, según se cree, pertenece a Oleg Deripaska, uno de los aliados de Putin que está sometido a sanciones en Estados Unidos. En Londres el valor de una casa de estuco de estilo clásico, tan típica de la ciudad que el osito Paddington podría vivir en ella, se infla hasta proporciones inimaginables, tanto que su espíritu cambia por completo.
Otro tipo es la vivienda cuya escala se aproxima a la de una casa señorial, pero que por algún motivo se encuentra en Londres. Una de ellas es Athlone House, una fantasía de estilo jacobino con torretas y frontones en Highgate que fue comprada por 65 millones de libras (78 millones de euros) en 2016 por Mikhail Fridman, un hombre sancionado por la UE, que lo describió como un “facilitador del círculo íntimo de Putin”.
O una casa de campo histórica, como Sutton Place, un edificio Tudor de 72 habitaciones en Surrey que se cree que pertenece a un minero multimillonario, el recientemente sancionado Alisher Usmanov, antiguo accionista principal del club de fútbol Arsenal e inversor en el Everton.
Están las mansiones suburbanas en comunidades cerradas, como la casa palladiana llena de obras de arte, la Ingliston House en Virginia Water, Surrey, que pertenece al socio comercial de Fridman, Petr Aven, también sancionado; o Hamstone House, un palacio art decó en St George's Hill que solía pertenecer a Deripaska y puede que siga siendo suya. La mansión más espectacular de todas es Witanhurst, en el norte de Londres, propiedad del magnate de los fosfatos Andrey Guryev. Se la describe a menudo como la segunda casa familiar más grande de la capital, después del Palacio de Buckingham; y a sus amplias proporciones se le ha añadido un sótano gigante.
El estatus
Un aspecto esencial de estas propiedades es su escala. Robert Adam, de una firma de arquitectura clásica que diseñó la remodelación de Witanhurst, dijo en una ocasión a The New Yorker que “las casas son una expresión importante del estatus, la ambición y los sueños de la gente... No se puede aplicar la palabra ‘necesitar’ en esto. La palabra es ‘querer’”.
Una superficialidad similar puede verse en la decisión del ucraniano Dmytro Firtash, afín a Putin, de comprar la estación de metro de Brompton Road, en desuso, a pesar de que ya poseía una magnífica y moderna casa cerca.
Otros aspectos fundamentales son la seguridad, la privacidad y la desconexión. Todos estos factores se materializaron en un lugar: One Hyde Park, un bloque de apartamentos en Knightsbridge que, aunque diseñado por el estudio moderno Rogers Stirk Harbour and Partners, ofrece una seguridad y una exclusividad extremas. Entre sus residentes se encuentran el magnate ruso Vladislav Doronin y el multimillonario ucraniano Rinat Akhmetov, que a principios de la década pasada pagó la cifra récord de 136,4 millones de libras (164,3 millones de euros) por un ático situado allí.
La transparencia literal de sus paredes de cristal desmiente la opacidad real de su vida interior. Poco aporta a la vivacidad de las calles que lo rodean. Su altura rompe el horizonte de Hyde Park de una manera que, comparada con edificios posteriores y más altos de Londres, casi parece modesta. En la zona de Nine Elms, alrededor de la embajada estadounidense, se pueden ver torres más grandes, más altas y similarmente excluyentes. No parece que los rusos tengan una preferencia particular por ellas, pero es probable que algunas de las adquisiciones que allí se realizan estén financiadas por fuentes sospechosas.
Fridman, Deripaska y Doronin han, en distinta medida, cuestionado la guerra de Putin, y Deripaska ha desafiado las sanciones que se le han impuesto. También lo han hecho Fridman y Aven, calificándolas de “falsedades maliciosas y deliberadas”. Es imposible rastrear la financiación de la compra de cualquiera de las propiedades mencionadas y establecer con certeza si alguna de ellas fue obtenida de forma corrupta.
Lo que sí sabemos es que, tal y como ha dicho Transparency International, desde 2016 se han invertido 6.700 millones de libras (8.000 millones de euros) de origen dudoso en propiedades en Reino Unido, de los cuales al menos 1.500 millones “han sido comprados por rusos acusados de corrupción o de tener vínculos con el Kremlin”. Según Transparency International, dado el secretismo de muchas transacciones, el verdadero total seguramente sea muchas veces mayor.
Como explica Oliver Bullough en su libro de 2018 Moneyland, la titularidad de una vivienda puede quedar oculta mediante el uso de empresas fantasma, negocios que hacen poco o nada excepto guardar y mover activos en países âSan Cristóbal y Nieves, Bermudas, Liechtensteinâ cuyas leyes los convierten en “una fortaleza formidable para quien busque proteger sus activos”.
¿Por qué Londres?
Los atractivos de Londres incluyen el hecho paradójico de que su sistema jurídico se considera sólido y fiable y su política, al menos por ahora, estable. En otras palabras, cuenta precisamente con aquellas instituciones cuya ausencia ayuda a los cleptócratas a extraer riqueza de sus propios países. Una vez que su botín se ha convertido en tierra y mampostería, tras una fachada victoriana de estuco color crema, el proceso es difícil de revertir.
Todo ello requiere facilitadores. Como revelaron los Papeles de Panamá, el bufete de abogados londinense Child & Child ayudó a las hijas del presidente de Azerbaiyán de una forma que, según el Tribunal Disciplinario de Abogados (SDT, por sus siglas en inglés), “supuso un riesgo de blanqueo de grandes cantidades de dinero”.
En el documental de Channel 4 From Russia With Cash (desde Rusia con dinero), unos reporteros que se hacían pasar por compradores rusos y hablaban con agentes inmobiliarios de Londres para invertir en propiedades con dinero que, según dejaban claro los falsos inversores, provenía de fuentes poco limpias. Los agentes se mostraban muy complacientes y en varios casos les recomendaban abogados que podían ayudar a los compradores a ocultar sus identidades.
Esto fue en 2015, y ya entonces no era una sorpresa que estas cosas pudieran ocurrir. Sin embargo, la respuesta del Gobierno británico ha sido limitada. En 2017, se introdujeron las órdenes de enriquecimiento inexplicable, por las que los tribunales británicos pueden exigir a sus objetivos que revelen los orígenes de su dinero, pero el coste de utilizarlas contra demandados bien asesorados y cubiertos por sus abogados hace que rara vez se emitan.
David Cameron prometió en 2015 cerrar el paso al “dinero sucio” y en 2016 el Gobierno británico prometió crear un registro público de las propiedades con dueños extranjeros. Seis años más tarde, Boris Johnson sigue prometiendo impulsar dicho registro. “No hay lugar para el dinero sucio en Reino Unido”, dijo recientemente. “Aquellos que apoyan a Putin han sido avisados: no habrá ningún lugar donde esconder sus ganancias de dinero sucio”, aseguró.
La ministra de Asuntos Exteriores, Liz Truss, dice que tiene una “lista negra” de oligarcas cuyas propiedades serán objeto de investigación. El secretario de Exteriores, Dominic Raab, sugiere que las casas de las élites rusas podrían ser entregadas a los refugiados ucranianos. Dado que el Gobierno ha sido acusado de estar demorando el asunto, estas declaraciones políticas, hasta que se demuestre lo contrario, suenan a palabrería.
Traducción de Julián Cnochaert.