Copiar a la extrema derecha no ayuda a los partidos tradicionales y puede potenciarla
A lo largo de Europa, los partidos de extrema derecha siguen al alza. En Francia, Marine Le Pen se enfrentará nuevamente a Emmanuel Macron en una segunda vuelta para disputarse la presidencia. Esta vez, los sondeos sugieren una carrera mucho más reñida que en la de las elecciones de 2017. A principios de abril, el partido nacionalista populista Fidesz, de Viktor Orbán, obtuvo una victoria aplastante en las elecciones parlamentarias de Hungría.
Los partidos de extrema derecha no solo tienen posibilidades reales de entrar al Gobierno –y liderarlo– en muchos países, sino que su éxito continúa expandiéndose por todo el continente. Incluso España y Portugal, consideradas durante mucho tiempo como excepcionales por la ausencia de fuerzas de derecha radical, han visto surgir en el último tiempo a Vox y Chega, respectivamente.
Estas tendencias han suscitado debates sobre cómo frenar o incluso invertir el creciente apoyo público a la extrema derecha. Tanto los estrategas en los partidos como los analistas políticos han argumentado que los partidos de las corrientes principales, tanto de la izquierda como de la derecha, deberían emprender las llamadas estrategias acomodaticias: es decir, adoptar posiciones más duras en materia de inmigración e integración. Según este argumento, si los partidos mayoritarios hubiesen sido menos progresistas respecto a la inmigración, la derecha radical nunca habría podido afianzarse políticamente. Un giro, incluso uno tardío, hacia una política inmigratoria más estricta debería hacer que los votantes vuelvan al espectro centrista.
Legitimación de políticas radicales
De hecho, durante las últimas décadas, en respuesta a los éxitos de la extrema derecha, los partidos mayoritarios de Europa occidental han virado cada vez más hacia la derecha en materia de inmigración e integración. Muchos ven las elecciones generales danesas de 2019 como un ejemplo idóneo de lo prometedor de esta estrategia. Los socialdemócratas cooptaron la agenda antiinmigración y el Partido Popular Danés, de extrema derecha, sufrió una severa derrota electoral.
Sin embargo, son varias las razones por las que la mera adopción de políticas más duras no bastará para convencer a los votantes de que vuelvan a apoyar a los partidos mayoritarios. Como advierten algunos expertos, esta estrategia podría legitimar las opiniones de los partidos de extrema derecha y su programa político. Citando a Jean-Marie Le Pen, ¿por qué los votantes habrían de elegir la copia cuando pueden tener el original?
Existen ejemplos que sugieren que luchar contra la extrema derecha adoptando sus políticas no es tan prometedor como muchos suponen. En Alemania, en 2018, la Unión Social Cristiana (CSU) bávara, de derecha tradicional, se hizo eco de muchas de las políticas migratorias de línea dura promovidas por Alternativa por Alemania (AfD), de extrema derecha. En las elecciones estatales posteriores, la CSU sufrió una masiva pérdida de votos, mientras que la AfD se disparó y obtuvo el 10,2%. En España, la adopción de más políticas antiinmigración por parte de los partidos de la derecha dominante, Partido Popular y Ciudadanos, no ha frenado el ascenso de Vox. Y en Francia, a pesar de que los partidos de centroderecha desde hace décadas manifiestan su preocupación ante cuestiones vinculadas con la identidad nacional y la migración, Marine Le Pen es hoy la principal fuerza electoral derechista.
Una estrategia contraproducente
Hemos investigado esta cuestión en 12 países de Europa occidental, a partir de datos que se remontan a la década de 1970. Combinando un amplio rango de datos obtenidos mediante encuestas, hemos analizado el efecto que tuvieron las políticas de inmigración más estrictas de los partidos mayoritarios en el apoyo electoral a la derecha radical. También nos hemos preguntado si el contexto electoral influía en los patrones de voto a la extrema derecha. Por ejemplo, nos hemos fijado en si el apoyo a los partidos de extrema derecha se ve afectado por la existencia de un cordón sanitario, o por cuán prominente ha sido el tema de la inmigración en la agenda de los partidos.
Basándonos en este análisis amplio y comparativo, no hemos encontrado ningún dato que apoye la idea de que los porcentajes de voto a la derecha radical disminuyen cuando los partidos principales, tanto de izquierda como de derecha, promueven políticas más duras en materia de inmigración e integración. En todo caso, los datos muestran que más votantes tienden a inclinarse hacia la derecha radical una vez que esta se consolida como actor electoral. En general, nuestros resultados sugieren que luchar contra los partidos de extrema derecha adoptando sus políticas migratorias es, en el mejor de los casos, infructuoso y, en el peor, contraproducente. Al legitimar un marco asociado a la derecha radical, los políticos convencionales pueden acabar contribuyendo a su éxito.
Sin duda, esto deja a los partidos mayoritarios en una posición precaria en su lucha por frenar el ascenso de la derecha radical. De hecho, el éxito de la extrema derecha parece notablemente inmune al comportamiento de los partidos mayoritarios. La falta de estrategias alternativas viables puede explicar por qué los partidos mayoritarios siguen jugando al imitador. Los peligros que ese juego conlleva estarán de nuevo sobre la mesa en Francia el 24 de abril. Tras una campaña electoral de primera vuelta dominada por los argumentos del candidato de extrema derecha Éric Zemmour (que está a la derecha de la Agrupación Nacional de Le Pen), Macron ahora tendrá que luchar por volver al poder en el terreno de la derecha radical.
Werner Krause es investigador postdoctoral en la Universidad de Viena. Denis Cohen es investigador postdoctoral en el Centro de Investigación Social Europea de Mannheim. Tarik Abou-Chadi es profesor asociado de política europea en el Nuffield College de la Universidad de Oxford.
Traducción de Julián Cnochaert
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