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The Guardian en español

La crisis empezó con las amenazas de un desahucio y una marcha nacionalista: ahora es la nueva guerra entre palestinos e israelíes

Un menor observa las ruinas de los bombardeos de Israel en la Franja de Gaza.

Emma Graham-Harrison / Harriet Sherwood / Sufian Tahain

Jerusalén —
17 de mayo de 2021 22:19 h

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Abd al-Fattah Iskafi, de 71 años, ha vivido desde los seis en su casa en una calle arbolada cerca de la histórica Puerta de Damasco en las murallas de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Pero lleva décadas atrapado en una batalla judicial contra los colonos judíos extremistas sobre quién tiene derecho a quedarse aquí.

En su barrio de Sheij Jarrah, las familias que también luchan por no perder sus hogares han quedado “destrozadas psicológicamente” por la larga batalla judicial, dice Iskafi. Pero mientras los abogados se preparaban para la audiencia final frente al Tribunal Supremo de Israel este mes, las repercusiones del caso llegaron mucho más lejos que el propio barrio en cuestión.

Para muchos palestinos, esta lucha se ha convertido en un emblema de lo que perciben como una campaña para echarlos de Jerusalén Este. La furia por posibles desahucios encendió las tensiones que explotaron la semana pasada en una ola de violencia colectiva dentro de Israel y en una nueva guerra con Hamás.

La agencia AP empezó este lunes a describir el conflicto como “guerra” en sus teletipos en lugar de “escalada de violencia” como hasta ahora. Sus estándares son una referencia.

Fiestas religiosas y burocracia

Dos calendarios religiosos diferentes y el lento funcionamiento de la burocracia judicial se combinaron para hacer del 10 de mayo un detonante letal. Ese día, el Tribunal Supremo de Israel debía celebrar una audiencia por el caso de Sheij Jarrah. Ese mismo lunes, día 28 del mes hebreo de Iyar, los nacionalistas israelíes habían convocado la polémica marcha anual del “Día de Jerusalén” y atravesaron los barrios musulmanes de la Ciudad Vieja para celebrar la toma de Jerusalén durante la Guerra de los Seis Días de 1967.

Mientras tanto, los musulmanes se acercaban al final del mes sagrado de ramadán y grandes multitudes se reunían cada noche para rezar y celebrar en la Explanada de las Mezquitas, donde se encuentra la mezquita de Al-Aqsa, llamada por los judíos Monte del Tempo.

Furia y dolor por los desahucios, la decisión de prohibir los tradicionales encuentros del ramadán en la plaza junto a la Puerta de Damasco y otros incidentes que incluyeron disturbios provocados por el grupo judío de extrema derecha Lehava incitaron semanas de enfrentamientos entre palestinos y la policía de la ciudad, incluido en uno de los sitios más sagrados para el islam.

“Seguramente, la razón número uno de la escalada del conflicto haya sido la violencia dentro de la mezquita Al-Aqsa”, dice Raviv Drucker, un analista político del canal israelí de televisión Reshet 13. “Aunque Israel sabe que es un lugar muy significativo, por alguna razón seguimos cometiendo los mismos errores una y otra vez. Meterse en la mezquita con granadas y todas esas cosas, solo aviva el fuego, cuando ya tienes toda esa tensión por todos lados, por el ramadán, el final del ayuno y el Día de Jerusalén. Todo junto”.

También había tensiones en la comunidad judía de Israel. A mediados de abril se viralizó un vídeo de TikTok de un adolescente palestino golpeando a un hombre judío en un tren, provocando ataques que imitaban la paliza y una ola de indignación.

“Una disputa inmobiliaria”

Finalmente, la audiencia por el caso de Sheij Jarrah se pospuso porque el fiscal general del Estado pidió en el último momento más tiempo para estudiar el caso. El gesto pareció un paso atrás del Gobierno en su insistencia de que el caso solo era “una disputa inmobiliaria entre partes privadas”.

Tras la petición tanto del ejército como del servicio de inteligencia israelí Shin Bet, la marcha por el Día de Jerusalén fue reconducida por la policía para que no atravesara zonas musulmanas. Pero para entonces la espiral de violencia ya habría cobrado vida propia.

Después de varios días de recrudecimiento de la violencia, la mañana de aquel lunes la policía israelí entró al Monte del Templo, disparando granadas de aturdimiento y gas lacrimógeno y enfrentándose dentro de la mezquita con los palestinos. Esa tarde, Hamás disparó cohetes desde Gaza hacia Israel, solo unos minutos después de enviar un ultimátum a Israel para que retirase sus fuerzas de seguridad del Monte del Templo y de Sheij Jarrah. El ala militar del grupo dijo que atacaron Jerusalén en respuesta a “los crímenes y la violencia de Israel en la Ciudad Sagrada, y su acoso a los palestinos en Sheij Jarrah y en la mezquita Al-Aqsa”.

El caso de Sheij Jarrah es incendiario para muchos palestinos porque los potenciales colonos citan una ley israelí que permite que los judíos recuperen propiedades perdidas antes de 1948. Los palestinos no tienen un equivalente legal para recuperar propiedades que se convirtieron en parte del Estado de Israel en esa época. “Esa ley ha sido escrita para favorecer a los judíos. Esto es un apartheid que se lleva a cabo casa por casa, barrio por barrio”, dice Yousef Munayyer, analista político palestino.

Las familias en el centro de la disputa viven allí desde los años 50, después de que se les obligara a abandonar o huir de sus hogares durante los enfrentamientos que precedieron la declaración del Estado de Israel en 1948. La ONU los reubicó, dándoles viviendas en el barrio de Sheij Jarrah.

“Los colonos son ladrones, apoyados por el Gobierno. No abandonaremos nuestros hogares”, dice Muhammad al-Sabbagh, un fontanero de 71 años que vive en Sheij Jarrah desde hace 56 años.

Violencia entre árabes y judíos de Israel

Durante la semana pasada, esa furia, junto con el resentimiento por vivir como ciudadanos de segunda clase, contribuyó a una ola de violencia civil sin precedentes en pueblos de Israel donde conviven poblaciones judías y árabes. Hubo saqueos a tiendas y se destruyeron sitios sagrados, hubo palizas callejeras y se intentó hacer redadas en los hogares. Fue una nueva e inquietante dimensión de un conflicto cuyos otros aspectos –incluidos los ataques aéreos a Gaza y los cohetes lanzados desde Gaza hacia Israel– ya son conocidos de otros episodios pasados de hostilidades.

Hace tiempo que los grupos que trabajan por los Derechos Humanos en Israel documentan la discriminación sistemática contra los ciudadanos palestinos del país. Muchos viven en pueblos de mayoría árabe con mala infraestructura, altas tasas de desempleo y viviendas superpobladas. En 2018, el Parlamento israelí aprobó una ley de “nación-estado judío” que establece que solo los judíos tienen derecho a la autodeterminación en Israel y eliminó el árabe como lengua oficial junto con el hebreo.

En aquel momento, Ayman Odeh, líder de la Lista Conjunta –una alianza de tres partidos árabes de Israel–, dijo que la Knéset había aprobado una “ley supremacista judía”. “Nos estaban diciendo que siempre seríamos ciudadanos de segunda”. Antes de las elecciones generales del año siguiente, el primer ministro Benjamin Netanyahu escribió en Instagram: “Israel no es el país de todos sus ciudadanos… Israel es la nación-estado del pueblo judío y solo de ellos”.

Sin embargo, casi dos millones de israelíes son palestinos, principalmente musulmanes, lo cual representa el 20% de la población del país. También hay cristianos y drusos. Casi todos ellos son descendientes de personas que se quedaron en Israel una vez fue declarado el Estado en mayo de 1948. A la mayoría se le otorgó la ciudadanía del nuevo Estado.

Tienen familiares en las zonas ocupadas de Cisjordania, en Jerusalén Este, en Gaza o entre las comunidades de refugiados en Jordania, el Líbano y en otros países.

Heridas que tardarán años en cicatrizar

Muchos temen que las heridas por esta violencia civil tarden años en cicatrizar, pero el profesor Gideon Rahat, miembro del programa de reforma política del Instituto Israelí por la Democracia, dice que los ataques han causado terror entre gran parte de la sociedad israelí. Rahat cree que una profunda integración económica podría ayudar a restablecer la confianza entre ambas comunidades.

“Compartimos nuestra vida cotidiana más que nunca y la mayoría de la gente no forma parte de esta violencia”, dice Rahat, que menciona manifestaciones en contra de la violencia tanto de los judíos como de los árabes y una serie de políticos que también se han expresado en este sentido. “Incluso la gente de derechas quiere poner fin a los ataques. Por supuesto que la extrema derecha está feliz con esta situación, porque ellos quieren un juego de suma cero, pero otros muchos están esforzándose”.

Incluso sin tener en cuenta las repercusiones de la violencia civil dentro de Israel, el conflicto ha cambiado el paisaje político israelí de la noche a la mañana.

Después de no poder conseguir una mayoría tras las cuartas elecciones generales en dos años, el primer ministro Netanyahu estaba a punto de perder el cargo ante una nueva coalición de gobierno que no se llegó a completar. El acuerdo, negociado por Yair Lapid, un líder de centro de la oposición, habría incorporado a un partido árabe-israelí en el Gobierno por primera vez en la historia de Israel. Sin embargo, las negociaciones han fracasado casi por completo y la Lista Conjunta se ha retirado de la coalición.

El conflicto también ha neutralizado en parte a Benny Gantz, ministro de Defensa, pero también uno de los principales adversarios de Netanyahu por el poder y persona clave en cualquier coalición. Ahora, Gantz está enfocado en la campaña militar y trabajando codo con codo con el primer ministro.

“Netanyahu estaba a días de ser destituido. La nueva coalición ya estaba casi armada y lista para ponerse en acción”, dice Drucker, el analista de Reshet 13.

“Esta escalada le ha venido muy bien a Netanyahu porque el Gobierno que se estaba formando se ha derrumbado. Y él se quedará en el poder los próximos meses y quizá los próximos años”.

Traducido por Lucía Balducci.

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