La crisis humanitaria en Afganistán ya es una catástrofe para el mundo
El país ya se encontraba en una situación desesperada antes del repliegue de tropas occidentales y de la vuelta de los talibanes al poder. Ahora, será imposible evitar una crisis de refugiados.
En los últimos días, Afganistán se ha visto envuelto en una feroz oleada de enfrentamientos a medida que los talibanes han ido ganando terreno al Gobierno afgano. La evolución de la situación hace extremadamente difícil predecir qué pasará en las próximas semanas y meses. Sin embargo, sí tenemos una certeza. Si bien los medios de comunicación tienen el foco puesto en quién tiene el control de la situación militar, el país se enfrenta inevitablemente a una catástrofe humanitaria.
Los afganos de a pie se enfrentan a una triple calamidad: de seguridad, de salud y económica. Estas cruentas circunstancias son anteriores al acuerdo de Doha que el Gobierno Trump firmó con los talibanes en febrero de 2020 y que inició el proceso de retirada militar de Estados Unidos; también son anteriores a la confirmación del presidente Biden de que la retirada total se produciría antes del 11 de septiembre de este año.
Afganistán comenzó el año 2021 en una situación desesperada, con más de 18 millones de afganos, casi la mitad de la población, en situación de necesidad humanitaria. La disminución de la ayuda internacional, la escalada del conflicto, la debilidad de las instituciones públicas y los problemas medioambientales, como las sequías, han contribuido a ello. El impacto de la pandemia del año pasado hizo que en enero de 2021 Afganistán fuera el segundo país del mundo con mayor número de personas que necesitaban ayuda urgente por sufrir inseguridad alimentaria.
Millones de refugiados
Durante más de cuatro décadas, Afganistán ha sido uno de los países que ha generado un mayor número de refugiados. Millones de afganos viven en Pakistán e Irán, y se calcula que la cifra total de afganos en Europa es de casi medio millón.
Los continuos enfrentamientos entre los talibanes y el Gobierno afgano han empujado a decenas de miles de civiles a abandonar sus hogares, obligándoles a buscar seguridad allí donde la puedan encontrar. Más de 3,5 millones de afganos se han desplazado internamente, pero esta cifra aumenta rápidamente cada día mientras las organizaciones de ayuda humanitaria se esfuerzan por proporcionar apoyo a la población.
Contrariamente a la percepción popular que tenemos en Occidente, para los afganos el periodo de conflicto en su país comenzó mucho antes de los atentados del 11-S en Estados Unidos. De hecho, comenzó con el golpe de estado comunista de 1978, seguido de la invasión militar soviética en la víspera de Navidad de 1979.
Sin embargo, incluso para los complejos estándares de esta larga y espantosa guerra, la actual fase de incertidumbre en Afganistán no tiene precedentes.
El asalto de los talibanes podría desencadenar una guerra civil o el desmantelamiento completo del Gobierno afgano, o ambas cosas. Un escenario menos probable, pero más optimista, sería un acuerdo político que condujera al establecimiento de un nuevo gobierno, que inevitablemente estaría bajo control de los talibanes.
Dinero y sangre
Con este telón de fondo, es razonable preguntarse qué ha pasado con la enorme inversión occidental de dinero tras el 11-S, y el posterior derramamiento de sangre.
La respuesta tiene varias capas, y la culpa no puede recaer únicamente en el Gobierno afgano, aunque haya sido profundamente corrupto y dependiente de los donantes extranjeros. Estados Unidos y sus aliados también tienen una gran parte de responsabilidad. Una combinación de pésima gestión y falta de previsión, así como de voluntad para aplicar políticas eficaces, ha dado lugar al desastre que es hoy Afganistán.
Estados Unidos gastó la escalofriante cifra de 978.000 millones de dólares en la guerra de Afganistán entre octubre de 2001 y finales de 2019. Lo absurdo de esta cifra se hace evidente cuando se compara con el gasto total de 36.000 millones de dólares de Estados Unidos en gobernanza y desarrollo en Afganistán durante el mismo periodo.
A medida que la maquinaria bélica occidental se agitaba y las incoherentes estrategias militares daban prioridad a la asociación con una élite afgana corrupta, los ciudadanos de a pie quedaban más y más relegados.
Los parques públicos de Kabul se están llenando rápidamente de desplazados internos que huyen de la violencia en sus provincias de origen. Sin embargo, a diferencia de los episodios anteriores de esta guerra, los afganos no pueden buscar refugio en Pakistán e Irán. No existe una “solución regional” para los afganos desplazados por la violencia actual. Kabul, una ciudad densamente poblada con casi 4,5 millones de habitantes y escasas infraestructuras, es el último recurso para miles de familias desplazadas.
El mundo debe prepararse para una catástrofe humanitaria en Afganistán que es irreversible a corto plazo. Para el Reino Unido y otros países occidentales donantes, es urgente desempeñar un papel activo en la mediación de un proceso político que desemboque en el fin del conflicto con los talibanes. Si esto no sucede, el fracaso colectivo será una mancha para la humanidad y nos dejará con una “crisis de refugiados” a largo plazo mientras los civiles afganos huyen de la tragedia que envuelve a su país.
Hameed Hakimi es investigador asociado en Chatham House
Traducción de Emma Reverter
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