Cuando Mitzi Trumbo tenía 15 años, abrió la puerta de su casa y se encontró ahí fuera a uno de los actores más famosos de Hollywood. Era Kirk Douglas. Unos días más tarde, se presentó Laurence Olivier. “Extendió su mano para dármela y entonces el perro se puso en medio y tropezó”.
Cincuenta y cinco años después, aún recuerda lo deslumbrada que se sintió. Más allá de la emoción, lo que Mitzi mejor recuerda de esos encuentros es un sentimiento de frustración por no poder fardar con sus compañeros del instituto. Su padre, Dalton Trumbo, era uno de los guionistas más famosos de su generación, tanto por su trabajo –escribió la oscarizada Roman Holiday, protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck, y varias novelas– como por sus posiciones políticas de izquierdas.
En 1947, cuando el miedo anticomunista se afianzó en Estados Unidos, Trumbo fue llamado a testificar ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses. Rechazó dar nombres de compañeros con supuestas afinidades comunistas y fue encarcelado durante 11 meses. Cuando recuperó la libertad ya estaba en la lista negra y no podía trabajar con su propio nombre. Siguió produciendo guiones que no firmaba y a sus tres hijos –Nikola, Mitzi y Christopher– les decían que no hablaran sobre nada de lo que pasara en casa.
Cuando Mitzi abrió la puerta a Douglas y a Olivier, su padre estaba escribiendo el guión de Espartaco, que luego se convertiría en uno de los mayores taquillazos de todos los tiempos. La autoría de Trumbo se dio a conocer públicamente en el estreno de la película en 1960, un acto que lo sacó de facto de la lista negra.
La extraordinaria historia de la resistencia de Trumbo a la adversidad por motivos políticos se ha convertido ahora en una película, con el protagonista de Breaking Bad, Bryan Cranston, en el papel principal y la participación de Helen Mirren y John Goodman en el elenco. “Es una historia importante que debe salir a la luz”, defiende Mitzi, que habla a sus 70 años desde su casa en el Área de la Bahía de San Francisco. “Jay Roach (el director) y Bryan Cranston han hecho un trabajo excelente, realmente se implican”, se entusiasma.
Ver a su padre, que murió en 1976, retratado en pantalla fue una experiencia surrealista. Cranston se parecía sorprendentemente a Trumbo, “especialmente cuando sale mayor; en algunos momentos, estaba en el rodaje y decía: 'Madre mía, ¡se parece tanto!”.
Otros aspectos no le parecen tan verdaderos. “Hay una escena en la que él nos lleva a mi hermana y a mí a tomar un helado. Me reí luego con ella diciendo: '¡Eso no podría haber pasado nunca!'”, relata Mitzi. “Mi padre se pasaba todo el tiempo trabajando y si teníamos problemas íbamos a nuestra madre. Pero él era tremendamente divertido. Aprendimos de él sobre la lengua, sobre la política y sobre cómo pensar. Eso fue maravilloso”, recuerda.
La paranoia desatada por el senador republicano Joseph McCarthy en los años 50 tuvo un impacto devastador en muchos estadounidenses acusados injustamente de subversivos. En Hollywood, más de 300 artistas sufrieron un boicot por parte de los estudios. Algunos, como Charlie Chaplin, Orson Welles y Paul Robeson, emigraron o pasaron a la clandestinidad.
Fue un periodo de división, en el que las lealtades se cuestionaban y las amistades se hacían añicos. Trumbo, que en 1943 había estado afiliado al Partido Comunista durante cinco años, formó parte de los Diez de Hollywood, un grupo de guionistas y directores que rechazaron testificar y a los que se declaró culpables de obstruir el trabajo del Congreso. Otros testigos convocados por el Comité –incluido el director de La ley del silencio, Elia Kazan– dieron nombres y se les permitió seguir trabajando. El dramaturgo Arthur Miller, amigo de toda la vida de Kazan, nunca volvió a dirigirle la palabra. Cuando Kazan recibió un Oscar honorífico en 1999, buena parte del público se negó a aplaudir.
Regreso con gloria
Mitzi recuerda que su padre se mostraba “bastante estoico” sobre su pertenencia a la lista negra. “Sabía que tenía que decidir qué hacer. Honestamente, he de decir que el comunismo no era muy importante para él... Odiaba las reuniones. Era un verdadero pensador independiente y las actividades en grupo no eran lo suyo. Él luchaba por el principio de democracia, por la justicia, los derechos civiles y todas esas cosas. Tener todo eso a tu alrededor es una buena manera de criarte”, reflexiona.
Después de salir de la cárcel, la familia Trumbo eludió el cada vez más incómodo clima político estadounidense al mudarse a Ciudad de México durante dos años. Mitzi tenía seis años y tuvo que aprender un idioma nuevo: “Fue un giro radical”, explica, y elogia a su madre, Cleo, por “mantenernos a todos unidos”: “ella era el pilar de nuestra familia”, relata.
Cuando Mitzi tenía ocho años, los Trumbo volvieron al barrio de Highland Park, en Los Ángeles. “Sabías que eras diferente a todas las demás personas del barrio. Había muchas cosas de las que no podías hablar nunca. Jamás podíamos hablar de lo que estaba escribiendo nuestro padre, a pesar de que tanto él como nuestra madre eran muy abiertos con nosotros”, rememora.
En esa época, Trumbo escribió The Brave One (1956), que se llevó un Oscar al mejor guión, el cual estaba atribuido a “Robert Rich” –un nombre prestado por un sobrino de los productores. Sus ingresos se redujeron: en dos años, Trumbo escribió 18 guiones a un precio medio de 1.750 dólares.
En el colegio, Mitzi se sentía como una extraña. “En un momento dado, empezaron a convocar reuniones secretas de la asociación de madres y padres de las que excluían a mi madre”, relata. “Después, los niños empezaron a evitarme. Fueron unos meses duros hasta que finalmente hablé con mis padres y les dije: 'No puedo volver'. Los niños me torturaron el resto del año y luego me cambié de colegio”, cuenta.
A menudo se subestiman las consecuencias de estar en la lista negra para las familias. En la mayoría de los casos, implicaba que el sustentador principal de la familia se enfrentaba, en el mejor de los casos, a una reducción sustancial del salario y, en el peor, a la imposibilidad total de trabajar. Además estaba la presión añadida de llevar en la mochila un apellido con mala reputación y vinculado con afinidades comunistas en tiempos de una intensa inquietud popular por la amenaza de Rusia.
“Cuando decías tu nombre en los años 50, era prácticamente un desafío”, asegura Mitzi. “Eso cambió con los años. Ahora me dicen: 'Oh, ¿eres familia de Dalton Trumbo?'”, añade.
Cuenta que, a raíz de aquello, tiene un vínculo especial con los otros hijos de artistas de la lista negra, en particular con la familia de Ring Lardner junior, que también formaba parte de los Diez de Hollywood y que escribió M.A.S.H. “Hay una comunidad”, explica, “hay siempre un sentimiento, incluso aunque no nos veamos a menudo o no nos conozcamos bien, de que sabemos por lo que hemos pasado”.
Mitzi recuerda su alegría cuando McCarthy murió en 1957, “porque él representaba todo aquello”. Pero no fue hasta el estreno en 1960 de Espartaco, dirigida por Stanley Kubrick, y de Éxodo, de Otto Preminger, cuando se dio crédito públicamente a Trumbo por su trabajo en ambas películas. La lista negra perdió credibilidad rápidamente.
Mitzi recuerda que sus padres las llevaron a ella y a una amiga a un “elegante cine de Hollywood” el día en que se estrenó Espartaco. “Fue la primera vez que vi su nombre en pantalla”, cuenta. “Fue increíble, fantástico”.
¿Se emocionó su padre? “No, él no mostraba mucho sus emociones. Estaba enfadado por la lista negra y cuando por fin salió de ella, no salieron sus amigos. No había un sentimiento de 'Oh, se acabó' porque aún no se había acabado para mucha gente”.
La carrera de Trumbo sobrevivió y prosperó. Lo readmitieron en el Gremio de Escritores de Estados Unidos y firmó todos los guiones siguientes. En 1975, un año antes de su muerte, fue reconocido oficialmente como el ganador real del Oscar a The Brave One y le otorgaron una estatuilla.
Mitzi se acabó convirtiendo en fotógrafa profesional. Ella y su marido, Richard, tienen dos hijas y dos nietos. ¿Y qué hay de la lista negra? Es pasado. “¿Guardar rencor tantos años después? Mis padres nos enseñaron a no hacer eso”.
Traducción de: Jaime Sevilla