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The Guardian en español

Del Black Lives Matter al #MeToo y al clima: los movimientos sociales de esta década dan paso a un nuevo tiempo

Un manifestante sostiene un paraguas durante las protestas en Hong Kong.

Rebecca Solnit

Escribo este texto mientras India vive protestas masivas causadas por la nueva ley contra los musulmanes y mientras los activistas hongkoneses que llevan meses manifestándose en defensa de sus derechos muestran su solidaridad con los uigures perseguidos en China. Esta es una década que termina con movilizaciones de protesta.

¿Pero quién puede pensar en términos de década cuando una semana en tiempos de Donald Trump se siente como un siglo y casi nadie recuerda ya el mes pasado, repleto de caos, por no mencionar algo sucedido en 2017 o en aquella era remota en la que Trump aún no había llegado a la presidencia?

Es serio. La ciudadanía sigue olvidando el pasado y por eso no logra reconocer los patrones de conducta, las consecuencias y el poder real de los movimientos. Por ejemplo, en demasiadas ocasiones se trata la ola de feminismo conocida como #MeToo como si hubiera surgido de la nada cuando su origen real es claro: un recrudecimiento feroz del feminismo global que viene gestándose desde hace una década en la que ha dado luz a noticias, protestas, etiquetas en redes sociales y llamadas a la acción feminista antes de que en 2017 estallase el concepto #MeToo.

Si todo esto ha sucedido es porque ha fructificado una década de análisis feminista y convocatorias. Lo único nuevo que sucedió en 2017 fue que un grupo de personalidades del mundo del cine apareció vinculado a estas cuestiones.

Lo que yo temo es que la década que termina no pase de manera correcta a la historia, como sucedió con la década de los 80, que ha sido muy simplificada. La gente tiende a desdeñar los 80 como la “era Reagan” como si miles de millones de personas en varios continentes confluyeran en un hombre viejo y blanco en Estados Unidos. Ronald Reagan representa algo horrible y su gobierno provocó un retroceso de décadas en materia de equidad económica y seguridad para su propio país.

Más allá del presidente estadounidense, a lo largo de todo el planeta, esa década fue testigo de grandes cambios de consecuencias concretas impulsadas por el activismo como la caída del régimen de Ferdinand Marcos en Filipinas en 1986, la caída de la dictadura surcoreana en 1987, el desmoronamiento del bloque del este en 1989, el comienzo del fin del Apartheid en Sudáfrica y levantamientos importantes aunque fallidos en Birmania y China.

Pero gran parte del trabajo de base sembró entonces la semilla de lo que estaba por llegar: el feminismo, la defensa de los afectados por el sida, la organización de la comunidad queer, el comienzo de un cambio de tendencia de gran profundidad en el reconocimiento de cuestiones raciales y sociales y el movimiento en defensa del medio ambiente, entre otros. Sucedieron cosas incluso más profundas como la evolución hacia nuevas estrategias organizativas más inclusivas, menos jerárquicas y no violentas que han decidido rechazar antiguas tácticas y principios.

De modo que alguien podría quitarle valor a esta década como la que permitió el ascenso de Donald Trump y toda una serie de líderes autoritarios en diferentes países (y sí, es cierto, ha sucedido desde Filipinas a Hungría). Pero eso ha coincidido con múltiples movimientos en la dirección contraria.

Incluso si parece que las protestas comenzaron con mucha suavidad en la década que termina, la primavera árabe imprimió un acelerón en enero de 2011 a una de las mayores olas de antiautoritarismo jamás conocidas. Cayeron los Gobiernos de Túnez, Egipto y Libia y las protestas se extendieron a Sudán e Irak. Es cierto que la versión siria se convirtió en una larga guerra civil, una pesadilla. Y que muchos de los países en los que tuvo lugar la primavera árabe no han acabado mejor que antes de que sucediese.

Pero las protestas han dejado claro que incluso los dictadores con apoyo militar no son intocables, que el común de la ciudadanía puede llegar a acumular poderes extraordinarios y que las ansias de democracia son inmensas en el mundo islámico. A veces la historia la escriben los derrotados cuando esa derrota termina.

En octubre del mismo año nació 'Occupy Wall Street'. El levantamiento feminista ha sido global desde Chile a Kenia pasando por México, Corea del Sur, Japón y Pakistán. Y 'Occupy' recibió influencias de la primavera árabe y de los movimientos anticapitalistas en países como Grecia. Llegó a pasar que en ciudades como Kyoto o Auckland, incluso en pequeñas localidades de Alaska, se establecieron pequeñas versiones de 'Occupy'.

El movimiento alrededor de la crisis climática ha ido aumentando gradualmente su poder, alcance y sofisticación. En muchas ocasiones lo han liderado movimientos indígenas desde el Ártico a Ecuador pasando por el Pacífico Sur. Se ha convertido en una fuerza poderosa. Es necesario que crezca más aún el año que viene. Tiene que vencer la próxima década.

Black Lives Matter, el movimiento en defensa de los derechos de las personas negras en Estados Unidos, fundado en 2013, y otros movimientos antiracistas similares por todo el mundo han terminado con esa sensación de que el racismo pertenecía al pasado y que el progreso era inevitable y en lo que teníamos que confiar.

El feminismo ha profundizado en la naturaleza de la opresión y ha elevado su exigencia de igualdad. El matrimonio entre personas del mismo sexo se convirtió en ley en Argentina, México, Islandia y Portugal en 2010, entre otros. Poco después, el Reino Unido y Estados Unidos siguieron el mismo camino. También se ha profundizado en lo que significa igualdad para el movimiento LGTBQ. Al igual que el debate sobre la construcción y deconstrucción del género ha ganado peso a medida que los derechos de las personas trans han ganado visibilidad.

Las personas se muestran cada vez más dispuestas a cuestionar principios que se percibían como inmutables, inevitables e incuestionables, ya sean en relación con el género, la heterosexualidad, el patriarcado, la supremacía blanca, el consumo de combustibles fósiles o el capitalismo. Vemos más allá de lo que veíamos. Modificamos la percepción de lo que significa “nosotras” a la hora de definir la realidad, lo importante y lo posible. Y con esto, se instala la capacidad de comprender formas de opresión más sutiles, complejas y escondidas.

De pensar desde la interseccionalidad, ese valioso concepto acuñado en 1989 por Kimberlé Crenshaw, que reflexionó sobre el modo en que se superponen y confluyen diversas identidades en paralelo a diversas formas de opresión y privilegio.

La década comenzó al hilo de un colapso económico global y Occupy Wall Street fue una de las reacciones contra la avaricia, la falta de amplitud de miras y la capacidad destructiva del sistema financiero.

La solución aplicada al sistema económico no funciona para el común de la ciudadanía y ha provocado protestas que no encajan en el marco tradicional de la izquierda como el movimiento de los chalecos amarillos en Francia, los votantes que apoyaron a Trump creyendo que su doctrina económica es populista o los británicos que apoyaron el Brexit porque sienten que el sistema ya no les sirve.

Una de las sorpresas de los últimos años ha sido la resistencia que comienza a surgir entre empleados de las tecnológicas como Amazon, Facebook y Google contra la amoralidad de sus empresas. En septiembre hubo protestas en el contexto de la huelga por el clima en las tres empresas.

El movimiento vinculado a la crisis climática es inevitablemente anticapitalista. Que el capitalismo sea el mejor o único modo de supervivencia del sistema o el triunfalismo vivido a raíz de la caída de la Unión Soviética son ideas que se han refirmado con el paso de los años. Esa sensación desapareció con un caso tras otro de corrupción, fracaso y destrucción. Además ha emergido una generación de jóvenes que está dispuesta a repensar las alternativas y que comienza a abrazar nuevas formas de socialismo.

El estratega de la no violencia George Lakey argumenta que la polarización aporta claridad y una volatilidad que facilita cambios en la dirección positiva. Tenemos polarización, sí. Pero con perspectiva respecto a lo que nos ha traído hasta aquí y lo que se ha ganado, podemos reivindicar las posibilidades de la década que comienza.

Traducido por Alberto Arce

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