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No te dejes engañar por Emmanuel Macron “el moderado”

El presidente francés, Emmanuel Macron, saliendo de su casa el día de la segunda vuelta de las elecciones en Francia el año pasado.

Owen Jones

El mundo se ha vuelto loco, no hay quien pare a los fanáticos de izquierdas y de derechas y la voz de la razón ha sido marginada. Esta es la visión que venden los autodenominados “moderados” o “centristas” del mundo político y de las tertulias. No parecen haber reflexionado mucho sobre por qué el modelo económico fallido que ellos defendieron ha terminado por desatar tanta ira y desilusión.

En vez de generar un debate y proponer políticas, prefieren mirar con nostalgia a hombres supuestamente carismáticos que podrían convertirse en los salvadores de la sociedad. David Miliband es el eterno príncipe azul. Sin embargo, su icono internacional, Emmanuel Macron, da una instructiva lección de cómo es la política “centrista” en la práctica.

Macron es mucho más popular en el extranjero que en Francia, donde cuando todavía no se ha cumplido un año desde su investidura, la sensación de descontento con su gestión ha aumentado al 58%.

He aquí un hombre que debe su poder a la buena suerte más que a cualquier reivindicación de su filosofía política. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas obtuvo menos de un cuarto de los votos; no mucho más que otros tres candidatos, entre los que se encontraban la líder de la extrema derecha Marine Le Pen y el radical de izquierdas Jean-Luc Mélenchon. La aplastante victoria de Macron en la segunda vuelta no fue tanto una muestra de apoyo ciudadano como una reacción de rechazo al fascismo.

El escepticismo de Francia hacia Macron contrasta con su aplastante seguridad. Se negó a ser interrogado por los periodistas porque sus “complejos procesos de pensamiento” eran inadecuados para tal situación. Sus críticas a sus rivales podrían estar perfectamente en el Twitter de Donald Trump. Son “holgazanes” y “pasivos”, y los trabajadores que protestan por la pérdida de empleos deberían dejar de “causar estragos” y buscar un trabajo en otro lugar.

Macron es una mala copia de Margaret Thatcher, redistribuye la riqueza entre los que ya tienen dinero en exceso, a la vez que ataca los derechos de los trabajadores y el modelo social que Francia ha conseguido con tanto esfuerzo. Gracias a su reforma fiscal, los cien hogares más ricos ahorran un millón de euros más al año. El 1% más rico se hizo con el 44% de los beneficios sociales.

Para los menos ricos, la historia cambia. Este exejecutivo de banca ha recortado las ayudas a la vivienda y ha subido los impuestos de los pensionistas en un país en el que la pensión mensual media es de 1.300 euros. Sus políticas han dado más poder a los empresarios en detrimento de los trabajadores.

Los estudiantes universitarios franceses están organizando protestas y ocupaciones para quejarse de un endurecimiento de los requisitos para acceder a la universidad, una medida que ha sido atacada por considerarse un ataque a la educación universal gratuita y al modelo social de Francia.

La privatización es otro de los pilares de su agenda. Contempla privatizar los aeropuertos del país y la empresa pública de energía. Su confrontación con los trabajadores ferroviarios se interpreta como un intento de sentar las bases para una privatización catastrófica de esa industria al más puro estilo de la que se llevó a cabo en Reino Unido. Tras la desregulación exigida por la UE, las empresas extranjeras podrán competir con la empresa pública de ferrocarriles SNCF, y Macron quiere que esta empresa pase a ser una sociedad limitada, exactamente lo que ocurrió con France Télécom.

Se supone que los llamados centristas deberían ser progresistas en materia social. Macron demuestra que esto no es más que un mito pernicioso. El mismo hombre que flirteó con los votantes de izquierdas y les prometió políticas migratorias más humanas, ahora tiene a los refugiados y a los inmigrantes en su punto de mira. Duplicará el número de días que una persona sin papeles puede estar encarcelada en un centro de detención y ha reducido a la mitad el período de consideración para el asilo, lo que significa que aceptarán a menos refugiados.

Las organizaciones humanitarias alertan de que los refugiados que huyen de la guerra serán deportados. El ministro de Interior de Macron, Gérard Collomb, afirma que las comunidades se están fragmentando “porque están abrumadas por la afluencia de solicitantes de asilo”. No es de extrañar que el Frente Nacional, de extrema derecha, considere que las medidas de Macron son una “victoria política”.

Macron no ofrece un futuro a Francia, ya no digamos a otras sociedades de Occidente.

Sin embargo, todavía hay motivos para la esperanza. La izquierda francesa seguía estancada años después de que François Hollande traicionara su promesa electoral de 2012 de acabar con las medidas de austeridad. Las encuestas evidenciaban que la extrema derecha era particularmente fuerte entre la generación más joven, desilusionada e insegura. El ascenso del político de izquierda radical Mélenchon ha cambiado este panorama: se hizo con casi una quinta parte de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, en parte porque consiguió arrancar de las fauces de la extrema derecha a algunos de los desencantados.

A Macron lo presentan como un oasis de moderación, un baluarte contra el extremismo. Sin embargo, recortar los impuestos a los ricos, atacar los derechos de los trabajadores o demonizar a los refugiados son medidas que no tienen nada de moderadas. Representa repetir un modelo económico que generó inseguridad masiva y demostró ser un ingrediente esencial en el renacimiento del fascismo en Francia.

A lo largo y ancho de Occidente se repite este fenómeno. El modelo económico injusto –defendido durante mucho tiempo por los partidos de centroderecha y centroizquierda– que provocó un colapso económico que condujo a la austeridad y supuso una amenaza al nivel de vida es directamente responsable de la polarización de la política. Si la izquierda no es capaz de proporcionar una alternativa estimulante y coherente, la victoria será para la derecha radical.

Traducido por Emma Reverter

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