En un viejo barrio de Dubai, nueve personas de Filipinas viven en una sofocante habitación sin ventanas y de unos tres por cinco metros de superficie. Ocho son adultos que trabajan largas horas por poco dinero para poder enviar algo a sus familias. El noveno es un niño de seis años.
Se llama Jerry, comparte una pequeña cama con Neng, su madre, y le encanta Peppa Pig, comer donuts y bailar. Este pequeño cuarto oscuro es el único hogar que Jerry ha conocido: lleva toda la vida escondiéndose como un niño apátrida. Ha crecido sin certificado de nacimiento ni ninguna otra identificación así que no tiene acceso a la educación y nunca lo ha visto un médico. Oficialmente, Jerry no existe.
Aproximadamente el 70% de los 9,4 millones de habitantes de Emiratos Árabes Unidos está compuesto por trabajadores migrantes mal pagados. Son una parte vital de la economía y, por lo general, trabajan en la construcción, en el comercio minorista, o como taxistas y sirvientes.
Neng era una de esas personas. Llegó a los Emiratos hace diez años desde Filipinas para trabajar como empleada doméstica, pero huyó de sus empleadores porque eran violentos. Quedarse sin trabajo significaba perder el visado y vivir de forma ilegal en el país. Neng comenzó una relación con un hombre que la llevó a su casa. Cuando quedó embarazada, el hombre la echó.
Neng sabía que el embarazo fuera del matrimonio era su segunda infracción a la ley de Emiratos. Las leyes islámicas del país tipifican las relaciones sexuales fuera del matrimonio como delito, con condenas que llegan hasta el año de cárcel. “Ese momento en que te quedas embarazada y no puedes contárselo a nadie, y no sabes qué hacer, es una tortura muy grande”, recuerda.
En Emiratos, la legislación que prohíbe el sexo fuera del matrimonio se conoce como ley Zina y se suele aplicar de forma rigurosa. En algunos casos, las autoridades han llegado a considerar las violaciones como sexo ilícito, encarcelando a sus víctimas. Si un médico de Emiratos diagnostica un embarazo en una mujer soltera, está obligado a denunciarla ante la policía, que entonces puede encarcelarla o deportarla.
Antes de que el embarazo se haga visible, hay mujeres que optan por irse de Emiratos. Los abortos clandestinos también son comunes.
De acuerdo con las estimaciones del Consulado de Filipinas en Dubai, varios cientos de trabajadoras migrantes toman la misma decisión que Neng cada año: esconderse tras un embarazo fuera del matrimonio. “Temen perder sus trabajos porque son el único medio que tienen de mantener a su familia en Filipinas; para ellas, la deportación es como el final de sus vidas”, explica Barney Almazar, abogado del despacho Gulf Law, especializado en asistir legalmente a los trabajadores migrantes en Emiratos.
Neng dio a luz a Jerry en el apartamento de una amiga tras pasar todo el embarazo sin acceso a servicios de salud. La ayudó una comadrona informal y no le dieron nada para calmar el dolor. No podía encontrar trabajo por los canales oficiales pero consiguió empleo como ama de llaves y niñera en el hogar de una familia filipina, a 10 minutos de distancia caminando desde su casa. Sus empleadores se aprovechan de la situación irregular y solo le pagan 1.000 dírhams de Emiratos al mes (unos 238 euros) por un trabajo que le ocupa 10 horas al día, cinco días a la semana. Muchas veces se retrasan con la paga pero Neng no tiene derechos y no puede quejarse ante las autoridades.
El alquiler de la cama cuesta 500 dírhams (unos 119 euros) así que a la madre y a su hijo les resulta difícil llegar a fin de mes. Cada vez que puede, Neng envía 190 dírhams (unos 45 euros) a su familia, que vive en Zamboanga Sibugay, una de las provincias más pobres de Filipinas. Por esa cantidad mínima de dinero se siente obligada a seguir en Dubai.
Toda una vida en una habitación
La cama de Neng y Jerry es la parte de abajo de una litera y tiene menos de un metro de ancho. Han improvisado cortinas con sábanas que cuelgan de la parte delantera de la litera y dan un poco de intimidad. Comen dentro de la habitación. Las cucarachas y otros insectos pululan por el suelo.
Estas condiciones de vida han estropeado la infancia de Jerry. A menudo se siente agobiado y preocupado, un estado que le hace sentirse enfermo. “No siento nada; estoy enfermo, pero no puedo mejorar”, dice.
Neng está pensando en entregarse a las autoridades. Tras cumplir la sentencia de cárcel, le darán un visado de salida para ella y para Jerry. A pesar de lo difícil que es su vida en Dubai, se resiste a volver a Filipinas. El futuro allí le parece aún más funesto. En la familia extendida no hay espacio para ellos y la extrema pobreza de su provincia les hará difícil la vida.
Por el temor de que la policía las detenga, o de no poder cuidar de sus hijos mientras trabajan, muchas de estas madres solteras se ven forzadas a dejar a sus bebés en manos de otros miembros de la comunidad, que se ocupan de ellos.
Una de estas madres adoptivas informales es Joanna, enfermera filipina y residente en Dubai desde hace 10 años. Los últimos 15 meses los ha pasado criando a una niña llamada Rosamie.
Joanna vive con otras cinco mujeres en una habitación en Al-Karama, una zona de Dubai. Hace un año y medio apareció en la habitación una bebé recién nacida. La madre era amiga de una de sus compañeras de cuarto y, después de dejar al bebé, no había manera de localizarla. “Era la una de la madrugada y [la bebé] estaba llorando y se había quedado sola”, dice Joanna. Un día después, se llevaron a la bebé pero volvió a aparecer un mes después y otra vez al mes siguiente.
“Durante ese tiempo la habían pasado por otras casas; la tercera vez que la vi estaba cubierta por un sarpullido”, dice Joanna, que comenzó a cuidar de la niña, con la esperanza de que su madre viniera pronto por ella.
“Era difícil tener al bebé sin documentos con nosotras; tras dos semanas, pregunté qué hacer en el consulado de Filipinas y me dijeron: 'espera, la madre vendrá'”, recuerda. “En ese momento decidí que a lo mejor esa bebé era para nosotras”.
Gracias al trabajo de Joanna, Rosamie ha podido tener atención médica y está muy bien cuidada. Es una niña parlanchina que canta el abecedario y pronuncia frases en inglés. Le encanta ponerse vestidos y su juguete favorito es una muñeca a la que llama Baby Princess. Cada noche Rosamie y Joanna se cantan 'You Are My Sunshine' antes de irse a dormir.
“Estoy orgullosa de ser su madre, siempre le digo que la quiero mucho”, dice Joanna. “Es tan dulce, es encantadora, quiero que tenga un futuro normal y no esto”.
Joanna es perfectamente consciente de que podría terminar en la cárcel por cuidar de una bebé que no es legalmente suya. Está desesperada por encontrar una manera de adoptar legalmente a Rosamie, pero solo los ciudadanos de Emiratos pueden adoptar niños en su país.
Otras mujeres a cargo de niños abandonados en Dubai se han acercado a ella para pedirle consejo. “Hay tantos niños aquí sin documentos”, dice.
Es prácticamente imposible saber cuántos hijos y padres hay en Emiratos en la misma situación que Jerry y Neng. Según un portavoz del consulado, unas 40 madres con hijos nacidos fuera del matrimonio buscan asesoramiento y asistencia cada mes en el consulado filipino (Dubai) y la embajada (Abu Dhabi). Según Almazar, lo más probable es que ese número sea solo una pequeña parte del total de madres escondidas en Emiratos con sus hijos.
Prisiones llenas
Las instalaciones para niños y bebés de las prisiones de Dubai están ahora mismo llenas. Muchas madres han decidido entregarse para poder dejar el país una vez cumplida su condena de cárcel, lo que según el portavoz del consulado está haciendo que se acumulen los casos.
Pero hay signos de esperanza para estas familias. La Fundación de Dubai para Mujeres y Niños es un refugio gubernamental y organización de beneficiencia que ayuda a restablecerse a las víctimas de trata, cuida a huérfanos y niños abandonados, y se ocupa cada año de “decenas” de madres que han tenido bebés fuera del matrimonio, dice Ghanima Hassan Al-Bahri, su directora de atención y servicios sociales.
Los tribunales se han mostrado flexibles en todos los casos en que la fundación ha intervenido, librando a la madre de la condena de cárcel. Al-Bahri confía en que ese enfoque se aplique de forma más general.
“No puedo hablar de la policía o de la fiscalía deteniendo a mujeres, no lo sé... Pero según nuestra experiencia en la fundación, no es así cada vez que una mujer nos llama”, dice. “Creo que hay espacio para mejorar... ¿Para qué meterlas en la cárcel?”.
Se han utilizado nombres ficticios para proteger la identidad
Traducido por Francisco de Zárate