De mano derecha de Trump a la cárcel por corrupción: “Sentía que era mi deber tapar sus trapos sucios”
Hace no mucho tiempo, Michael Cohen era la mano derecha de la persona más poderosa de la Tierra. Sin embargo, en unos pocos meses será un recluso federal condenado a tres años de prisión por crímenes cometidos al lado de Donald Trump.
La caída en desgracia fue rápida y dura, y el preció que pagó el abogado de 52 años de edad se hizo evidente cuando Cohen se presentó el miércoles ante una sala del tribunal de Manhattan para conocer su destino. Mientras el juez William Pauley dictaba sentencia por una “auténtica variedad de conducta fraudulenta”, el abogado tenía la cabeza gacha y hacía gestos de incredulidad.
Rompiendo a llorar, Cohen contó que su lealtad a Trump había acabado con él. “La ironía es que hoy es el día que recupero mi libertad”, afirmó el abogado, que se unió en 2006 a la Trump Organization y que pasó la siguiente década dedicado a limpiar los desastres de Trump –primero como magnate de la construcción conocido por mujeriego, posteriormente como candidato y finalmente como presidente de Estados Unidos.
Según él, había estado viviendo en un estado de “encarcelamiento personal y mental” desde el día que firmó para trabajar junto al hombre cuya perspicacia en los negocios admiraba. “Ahora sé que hay poco que admirar”, afirmó.
Desde que se volvió contra el jefe por el que una vez prometió que recibiría hasta un balazo, Cohen ha sido atacado por el presidente, que le ha llamado “persona débil” y mentiroso por su cooperación con la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre la interferencia de Rusia en las elecciones.
En cierto sentido, reconoció Cohen, Trump tenía razón. “Mi debilidad se puede caracterizar como lealtad ciega a Donald Trump. Sentía que era mi deber cubrir sus trapos sucios”.
Eso significaba pagar a una actriz porno y exmodelo que afirmaba haber tenido encuentros sexuales con Trump. Cohen recurrió a su propio préstamo hipotecario para obtener 130.000 dólares para pagar a Stormy Daniels, una transacción compleja que resultó ser completamente ilegal.
“Sobre todo, quiero pedir disculpas al pueblo estadounidense. Os merecéis saber las verdad y mentiros fue injusto”, afirmó Cohen en su mea culpa.
Cohen se presentó en el juzgado 45 minutos antes de la sesión en la que se dictaminaría su destino. Entró con su mujer, sus hijos, su padre en silla de ruedas, su madre, su familia política, sus hermanos, un sobrino y un primo. Su abogado los citó uno por uno ante el juez en un intento por ganarse su simpatía.
Fue mientras pedía perdón por la deshonra que había causado a su familia cuando el poderoso hombre perdió la compostura. “Me merezco este dolor, ellos no”, afirmó antes de cerrar su discurso: “Lo siento de verdad y prometo que seré mejor”.
El mundo estaba observando como se hundía la mano derecha del presidente. La sala estaba llena de periodistas y había sillas plegables por los pasillos para acomodar a la gente, además de otras tres salas a rebosar de espectadores que no cabían en la principal.
En una fila al fondo se sentaba Michael Avenatti, el abogado de Stormy Daniels, cuya supuesta relación con Trump estaba en el centro de los delitos de financiación de campaña. Avenatti dijo que no se creyó la petición de compasión de Cohen. “Michael Cohen no es ningún héroe. No es ningún patriota”, declaró. “Se merece todos y cada uno de los días de la condena de 36 meses que tendrá que cumplir”, añadió.
Pauley, el juez, aunque fue más comedido, no hizo caso al argumento que alegaba que Cohen no merecía entrar en prisión por su arrepentimiento honesto y, más importante, por su destacada cooperación con las autoridades. Sus faltas no se limitaban únicamente a la lealtad, afirmó Pauley, sino que “estaba motivado por la codicia y la ambición personal”.
Cohen, indicó el juez, disfrutó de una infancia cómoda como hijo de padres acaudalados en un suburbio de Long Island y se graduó en la facultad de Derecho. “Como abogado, debería haberlo sabido mejor”, afirmó Pauley.
Aunque su vida profesional estuvo centrada en la Trump Organization, hizo negocios por su cuenta como dueño de licencias de taxi. “Consiguió acceder a gente rica y poderosa y acabó siendo uno de ellos”, indicó Pauley. “En algún punto del camino parece que perdió la orientación moral”. En el proceso, señaló Pauley, Cohen “infligió un grave daño a nuestras instituciones democráticas”, añadió.
Entonces llegó la sentencia: 36 meses de cárcel, seguida de otros dos meses por mentir al Congreso, además de multas importantes e indemnizaciones.
Cohen se sentó en la mesa de los acusados con las manos sobre la cabeza antes de repartir abrazos sentidos con los miembros de su familia. Salió del juzgado, se subió en un todoterreno que le estaba esperando y se fue. Le quedaban poco menos de tres meses como hombre libre.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti