Unas cajas de reparto de Amazon que cantan y se transforman en un coro entonando el hit de los 80 'Can You Feel It' (¿Puedes sentirlo?), de los Jackson Five. La elección de la música para la fantasía surrealista que Amazon ha pasado por todos los televisores británicos en su publicidad navideña es fácil de entender: la melodía transmite una especie de optimismo eufórico y la letra remite a un buen rollo con el que es fácil estar de acuerdo: “Si miras alrededor de ti / todo el mundo se une en este momento... Todos los colores del mundo deberían estar / amándose unos a otros con todo el corazón”.
Pero mientras la compañía de Jeff Bezos presiona a sus trabajadores durante esta época de desenfreno navideño, hay gente que lucha para concretar esa promesa de unidad y esperanza universal. Los empleados de un 'centro de cumplimiento' [como llaman ahora a los almacenes de Amazon], de Staten Island, en Nueva York, han anunciado que quieren hacer frente a la histórica oposición de la empresa a la organización colectiva y se van a sindicalizar. Antes de eso y durante las ofertas del Black Friday, los trabajadores de Amazon en España, Alemania, Francia, Italia y Reino Unido organizaron huelgas y protestas por los bajos salarios y las “condiciones inhumanas”.
En Australia la empresa se instaló hace solo un año pero dos sindicatos ya se han unido para organizar a los empleados tras el despido de un activista que había sido contratado por Adecco para trabajar en el centro de cumplimiento de Amazon en Sydney.
En Minneapolis también está ocurriendo algo muy interesante: un grupo de trabajadores nacidos en Somalia ha obligado a Amazon a aceptar una muy limitada forma de representación colectiva. Entre los antecedentes de esta historia figuran la decisión de la compañía de aumentar el objetivo de embalaje (de 160 a 230 artículos por hora) y la insistencia de los trabajadores en pedir que se relaje la demanda de productividad durante el ayuno del Ramadán. Aún queda mucho por recorrer pero Amazon ha cambiado algunas prácticas en la gestión del almacén y accedido a reunirse con los trabajadores cuatro veces al año.
En términos de relaciones públicas, la empresa se guarda un as en la manga: haber aumentado el salario mínimo de los trabajadores estadounidenses de 11 a 15 dólares por hora (como consecuencia, entre otros factores, de la presión ejercida por el senador estadounidense y excandidato presidencial Bernie Sanders). En Reino Unido, el sueldo más bajo pasó de 8 a 9,5 libras esterlinas, pero a la vez que subió el sueldo mínimo Amazon eliminó los incentivos, por lo que algunos trabajadores británicos de la empresa perdieron hasta 1.500 libras esterlinas al año.
En cualquier caso, hasta el menos enterado sabe en qué consiste un empleo en la primera línea de fuego de Amazon, más allá del salario: un ritmo de trabajo frenético y con vigilancia constante; una cultura en la que, demasiado a menudo, las necesidades básicas del ser humano son menos importantes que los aumentos de la eficiencia; y cuestionamientos permanentes sobre los niveles de seguridad y bienestar en la empresa.
El sindicato GMB [el cuarto del Reino Unido, por el número de afiliados] pidió hace poco que se garantizara el acceso público a la información relativa al gigantesco centro de cumplimiento de Amazon en Rugeley, una ciudad de Staffordshire desarrollada en torno a las minas de carbón. Los datos hablaban de 115 llamadas a la ambulancia en tres años, con tres incidentes “relacionados con problemas de embarazo o maternidad y tres con traumatismos mayores”.
Esta semana hablé con un dirigente sindical que trabaja la zona de Rugeley y en nuestra conversación salieron muchos otros problemas: tasas de productividad obligatorias y estimadas a partir del desempeño de los “trabajadores más rápidos y en mejor forma física”; problemas respiratorios que podrían estar relacionados con el polvo amontonado en las montañas de cartón; y empleados orinando en botellas de plástico por temor a las caídas de productividad que originan los descansos para ir al baño.
Los delegados sindicales están autorizados a representar a los trabajadores cuando hay procedimientos disciplinarios y también pueden entrar al almacén tres o cuatro veces por semana, pero de negociación colectiva ni hablar. “Hemos cambiado algunas cosas en casos particulares”, dice el dirigente. “Pero en general Amazon no está cambiando la forma en que hace las cosas”.
O tal vez sí lo está haciendo, solo que de la peor forma posible. Muchos empleados del almacén llevan ordenadores de mano que siguen sus movimientos y controlan la velocidad a la que completan sus tareas. Pero muy pronto ese tipo de tecnología podría ser reemplazada por la “realidad aumentada”. En una gran variedad de tareas, los trabajadores pronto usarán audífonos y gafas que combinan la visión de los alrededores con instrucciones que destellan repetidamente frente a sus ojos. “Interfaz de usuario de realidad aumentada para facilitar el cumplimiento”, se llama una tecnología con estas características que Amazon patentó en 2017. Según un informe, se trata de un dispositivo que puede “detectar en todo momento dónde se encuentra una persona y cuándo ha dejado de moverse”. Y, lo más importante, que permite transmitir, directamente a la cabeza de las personas, las demandas de mayor eficiencia. ¿Quién querría trabajar así?
Bezos es increíblemente rico y su empresa es la reina indiscutible del comercio minorista por Internet, ¿por qué parece tratar tan mal Amazon a tantos trabajadores? Esto puede sonar totalmente ingenuo, ¿pero por qué no portarse mejor y dejar de parecerse a la caricatura (solo que con ropas informales y modernas) que la vieja propaganda soviética hacia de los capitalistas?
Una de las respuestas es terminante: la idea de un capitalismo significativamente filantrópico, junto con el protagonismo de los sindicatos en la vida de las empresas, comenzó a marchitarse a principios de la década de los ochenta, en el mismo momento en que expiró el sueño de bienestar de la posguerra.
Tres décadas después, uno de los aspectos más deprimentes del auge de Amazon es la forma en que las autoridades conceden alegremente exenciones fiscales para atraer oficinas y almacenes a sus áreas, pero nunca parecen insistir en las más básicas normas laborales. Y por supuesto, tampoco el resto de nosotros lo hacemos: es una de las ventajas que tiene este modelo centrado en el consumidor donde la gente hace clic para comprar a distancia y no ve cómo funciona el sistema que satisface sus necesidades.
Ver de cerca la tecnología que Amazon ha utilizado en las últimas dos décadas es una forma de confirmar lo evidente. El año pasado, me invitaron a entrar a su avanzado centro de cumplimiento, cerca del aeropuerto de Manchester. Los robots “conducen” por todos lados y llevan los artículos hasta los recogedores: la velocidad a la que procesan los pedidos es directamente surrealista. En su mayoría, los trabajadores humanos están ahí solo de comodines.
Un montón de la actual investigación y desarrollo en la disciplina llamada logística se centra en las máquinas que sustituirán a la personas. Con un frío cálculo de empresa, la conclusión es sencilla: ¿para qué molestarse por los trabajadores cuando pronto dejarán de ser necesarios? En vez de los razonamientos optimistas que se escuchan al hablar de automatización, parece que el camino hacia una imaginaria economía sin trabajadores (que, como es natural, podría ser una pesadilla) implica el empeoramiento constante en las condiciones laborales de muchas personas. Es un proceso de dos fases: el último paso es que un robot se lleve tu trabajo, pero antes le has entregado tu autoestima.
Los valientes activistas sindicales que empiezan a cuestionar todo esto se merecen nuestra admiración: su ejemplo cundirá pronto en muchos lugares. El resto de nosotros haríamos bien en darnos cuenta de que detrás de todos esos enlaces para comprar los regalos de Navidad hay una distopía en crecimiento. Como dice la canción, ¿puedes sentirlo?
Traducido por Francisco de Zárate