La desinformación no la inventó Putin: el éxito soviético de la operación sobre el sida

David Robert Grimes

Las elecciones de Estados Unidos de 2016 y sus consecuencias seguro ocuparán un lugar único en los libros de historia. La campaña de Donald Trump contra Hillary Clinton estuvo marcada por increíbles acontecimientos y declaraciones, incluidas algunas racistas y misóginas. Pero probablemente la revelación más alarmante y destacable es que cada vez más pruebas indican que Rusia influyó en las elecciones, y por eso se plantean cuestiones sobre los vínculos de Trump con Rusia.

Aparte de la alusión a los hackeos para favorecer a Trump, se ha afirmado que las huellas de la inteligencia rusa están en buena parte de las operaciones de desinformación partidista sobre Clinton. Y aunque parecería estrafalario e incluso irrisorio pensar que Rusia llegaría hasta este punto para debilitar a sus oponentes, la verdad es que Rusia maneja desde hace tiempo el arte de la dezinformatsiya (desinformación). Para comprobarlo, solo tenemos que observar la terrible historia de un mito científico que todavía resiste y que sigue costando vidas: la afirmación de que el VIH y el sida son enfermedades creadas por el hombre.

Para comprender el origen y las consecuencias de esta trágica falsedad, primero tenemos que entender la lógica de la desinformación en la guerra, ya sea manifiesta o encubierta. A diferencia de la mala información, la desinformación manipulada está elaborada a propósito para ser falsa, con la intención de sembrar la discordia en las filas enemigas. Aunque indudablemente hay ejemplos históricos, la industrialización de la desinformación manipulada emergió con la modernización de los medios de comunicación de masas. Esto se refleja en la propia etimología de la palabra, que para la llegada de la Segunda Guerra Mundial había emergido de forma independiente tanto en ruso como en inglés para caracterizar la difusión de la propaganda en Europa. Rusia reconoció rápidamente su potencial, y ya en 1923 la GPU (antecesora de la KGB) había establecido una oficina dedicada a la desinformación.

La doctrina de las “medidas activas”

Rápidamente la desinformación se convirtió en una parte integrante de la inteligencia soviética y para el nacimiento de la KGB en los 50, se había convertido en un componente esencial en la doctrina de “medidas activas”, el arte de la guerra política. Las medidas activas incluían la manipulación en los medios, la utilización de grupos establecidos o controlados por otros grupos, la falsificación de documentos e incluso asesinatos cuando fuese necesario. Este era el corazón de la inteligencia soviética.

Así lo describía el general de la KGB Oleg Kalugin: “No recopilación de inteligencia, sino subversión: medidas activas para debilitar a Occidente, provocar brechas en las alianzas de todo tipo en la comunidad occidental —especialmente en la OTAN—, sembrar discordia entre aliados, debilitar a EEUU a los ojos de Europa, Asia, África, Latinoamérica y, por tanto, preparar el terreno en caso de que estalle la guerra”.

Durante la Guerra Fría, los soviéticos fueron unos virtuosos creando tensiones entre aliados. Destacaban especialmente en el uso de la “propaganda negra”: crear material dañino que pretendía pasar como material del otro bando. Estos intentos eran confusos y prolongados e incluían la Operación Neptuno, un intento de 1964 para insinuar que políticos occidentales habían apoyado a los nazis mediante el uso de documentos falsos. Aunque la falsedad quedó al descubierto rápidamente, otras estratagemas fueron más exitosas.

Aunque principalmente la dezinformatsiya se dirigía contra EEUU, fue en gran parte ignorada hasta 1980, cuando la falsificación rusa de un documento presidencial afirmó que la administración estadounidense apoyaba el apartheid. Esto tuvo cierto eco en los medios estadounidenses y dejó consternado a Jimmy Carter, que exigió una investigación de la CIA.

El informe resultante encontró evidencias de mentiras desparramadas por todo el mundo por parte de los rusos, incluidos documentos falsos que sugerían que EEUU utilizaría armas nucleares contra sus propios aliados. La elección de Ronald Reagan repugnaba a los soviéticos y tan pronto como se conoció que buscaba un segundo mandato, el director de la KGB, Yuri Andropov, decretó que todos los oficiales de inteligencia, independientemente de su departamento, tomasen parte en la estrategia de “medidas activas”. En 1983, la KGB le dijo a sus agentes estadounidenses que actuasen contra la posible reelección de Reagan y se ordenó a sus sedes en todo el mundo que popularizasen el eslogan “Reagan es guerra”. A pesar de los esfuerzos de la inteligencia soviética, esta estrategia fracasó estrepitosamente y Reagan fue reelegido por una mayoría aplastante.

Aun así, los soviéticos habían aprendido algo muy valioso: aunque la interferencia directa era algo complejo, dañar la confianza de un adversario es mucho más eficaz. La KGB no tardó en elaborar teorías de la conspiración, afirmando que tanto John F Kennedy y Martin Luther King Jr habían sido asesinados por la CIA. También encontraron una audiencia receptiva para historias como que la fluoración del agua potable fue un plan del Gobierno para el control de la mente y de la población. Esto todavía tiene un núcleo de seguidores, a pesar de haber sido desmentido hace tiempo. Pero si bien tales posiciones podrían ser equivocadas aunque en gran medida inofensivas, lo que iba a ocurrir a principios de los 80 iba a ir un paso más allá.

El sida y Operation Infektion

Operation InfektionEn junio de 1981, un conjunto de cinco casos poco habituales en Los Ángeles llamaron la atención del Centro de Control de Enfermedades. Jóvenes que deberían estar sanos presentaron síntomas que normalmente solo se encontraban en aquellas personas con sistemas inmunológicos extremadamente débiles. Rápidamente aparecieron más casos en todo Estados Unidos, y especialmente afectaban a hombres homosexuales.

Perplejos ante la nueva enfermedad, en 1982 los investigadores la apodaron Deficiencia Inmune Relacionada con los Gays (GRID por sus siglas en inglés). Pero en cuestión de meses, aparecieron casos en consumidores de drogas intravenosas, hemofílicos e inmigrantes haitianos. En 1983, la enfermedad adquirió su nombre moderno: Síndrome de Inmuno-deficiencia Adquirida (sida). Para enero de ese mismo año, investigadores en el Instituto Pasteur lograron aislar un retrovirus Linfocito T dañino de un enfermo. Posteriormente el investigador Robert Gallo demostró que este virus, nombrado VIH, podría provocar sida. El Centro de Control de Enfermedades se dio cuenta rápidamente de su peligrosidad y pidió fondos a la Casa Blanca. Reagan se mostró apático en el mejor de los casos, ignorando en su mayoría las peticiones de financiación.

La KGB vio una oportunidad para fomentar la sensación de insatisfacción a través de un proyecto apodado Operation Infektion. La base se plantó ya en 1983 en un periódico prosoviético de India, que llevaba una carta anónima de un “científico estadounidense reconocido” donde afirmaba que el sida se había desarrollado en un laboratorio secreto de armas biológicas en Fort Detrick. En 1985, el biofísico retirado Jakob Segal afirmó que el virus del sida se sintetizaba combinando partes de otros retrovirus: VISNA y HTLV-1.

Los frentes soviéticos de todo el mundo empezaron a informar sobre “el informe Segal”, que afirmaba lo siguiente: “Es muy fácil utilizar las tecnologías genéticas para unir dos partes completamente independientes de diferentes virus [...] ¿pero quién estaría interesado en hacer esto? El Ejército, por supuesto [...] En 1977 se estableció un laboratorio de máxima seguridad en el laboratorio biológico central del Pentágono. Un año después aparecieron los primeros casos de sida en EEUU, en Nueva York. Cómo ocurrió precisamente en este momento y cómo logró el virus salir del secreto es fácil de entender. Todo el mundo sabe que los prisioneros son utilizados para experimentos militares en EEUU. Se les promete la libertad si salen vivos del experimento”.

A pesar de ser de Alemania Oriental, Segal fue presentado como un investigador francés para esconder cualquier afiliación comunista. El informe tuvo el efecto deseado. En 1987 recibió cobertura en 80 países y 30 idiomas, principalmente en las publicaciones de izquierdas. La difusión siguió un modelo bien establecido: la historia aparecería en publicaciones de fuera de la Unión Soviética y posteriormente se presentaba en medios soviéticos como el trabajo de investigación de otros. Para explicar como el sida se instaló en África, Radio Moscú afirmó que el proyecto de vacunación en Zaire fue realmente un intento de infectar a africanos. Inicialmente, por lo menos, Operation Infektion tuvo éxito y logró desviar la atención del desarrollo de armas químicas y biológicas por parte de los soviéticos.

Un efecto no deseado

El sida era algo muy real y la URSS no era inmune a ello. La enfermedad llegó al país a mediados de los 80 y los investigadores soviéticos pidieron asistencia a sus colegas estadounidenses. La solicitud fue denegada, al menos hasta que cesase la campaña de desinformación. Finalmente, en 1987, la URSS cerró Operation Infektion, pero no fue hasta 1992 cuando el director del Servicio de Inteligencia Extranjero (SVR), Yevgeny Primakov, reconoció que la KGB había instigado y perpetuado el mito del sida.

El daño ya estaba hecho. En Estados Unidos los afectados eran en su mayoría homosexuales y afroamericanos, grupos con una larga historia de discriminación. Es entendible que en estos colectivos calase la idea de que el sida era un tipo de genocidio, especialmente dada la reticencia de la Casa Blanca a luchar contra la enfermedad. Un estudio publicado en 2005 por the Journal of Acquired Immune Deficiency Syndromes mostró que el 50% de los afroamericanos encuestados creía que el sida era un virus elaborado por el hombre; el 15% también pensaba que era un tipo de genocidio contra la población negra.

Operation Infektion es un recordatorio oportuno de que la desinformación tiene graves consecuencias. El escándalo de Trump y Rusia es un potente recordatorio de que la doctrina soviética de dezinformatsiya ha encontrado nuevas ganas de vivir con Vladimir Putin. Putin ha utilizado medios estatales como RT y 'fábricas de trolls' para influir en la opinión pública, y no solo la de EEUU. Para evitar las dañinas consecuencias de las noticias falsas, la única solución es aumentar nuestro escepticismo y preguntarnos sobre la veracidad de lo que vemos y de lo que difundimos en la red.y no solo la de EEUU

Traducido por Javier Biosca Azcoiti