En la penumbra de la medianoche habanera, las aguas ya le llegaban al cuello cuando Yanelis Rodríguez dejó de confiar en que la ayuda iba a llegar. A sólo 200 metros de allí, las olas rompían contra la pared del malecón cuando ella y sus hijos comenzaron a caminar en busca de un lugar seguro a través de las inundaciones provocadas por el huracán Irma.
“Los vientos empezaron a las cuatro de la tarde. Esperamos todo ese tiempo porque supusimos que el gobierno vendría a ayudarnos”, cuenta Rodríguez. “Salimos del agua y nos refugiamos en un edificio cercano”.
Fue una noche espantosa: durante las primeras horas de la madrugada, una viga de metal se estrelló contra el techo en el lugar donde estaban. Yanelis salió corriendo hacia la calle pero enseguida cambió de idea y volvió dentro. Buscar refugio en otro lugar era demasiado peligroso.
Irma golpeó a Cuba como un huracán de categoría 5 y pasó por las provincias del centro y del oeste de la isla, causando gravísimos daños a un país que se enorgullece de estar preparado para los desastres. Al menos 10 personas perdieron la vida: el mayor número de víctimas por huracanes desde 2005, cuando el huracán Dennis dejó un saldo de 16 víctimas fatales.
Infraestructuras deterioradas
Siete de esas muertes ocurrieron en La Habana, cuyos decadentes edificios históricos no opusieron resistencia a la fuerza de la tormenta. A medida que los árboles arrancados por el huracán se despejaban del camino y la electricidad regresaba a los barrios, muchos habaneros se preguntaban si las autoridades estaban preparadas para otra tormenta.
Los hermanos Roydis y Walfrido Valés murieron al instante en su apartamento del centro de La Habana cuando un gigantesco bloque de hormigón cayó desde cuatro pisos más arriba.
El escuadrón de bomberos llegó unas horas más tarde para sacar sus cuerpos de los escombros. Pero más de una decena de personas siguen viviendo en el edificio, de 100 años de antigüedad. Una elegante escalera de mármol con una adornada barandilla de hierro lleva hasta el primer piso, donde murieron los hermanos.
Las fisuras entre los ladrillos de la pared tienen varios centímetros de ancho. El piso está hundido y desnivelado. Como muchos de los edificios de La Habana que alguna vez fueron elegantes, dentro viven decenas de familias y a lo largo de los años ha tenido poco mantenimiento.
“El gobierno sabe que es probable que este edificio se caiga”, dice Lixa Peñalver, una vecina de 47 años. También, que hace unos años un hombre mayor perdió la vida cuando otra parte del edificio cedió bajo sus pies. “Si se sabe que el riesgo es grande, seguramente este debería ser uno de los primeros edificios en ser evacuados. Pero nadie vino”.
María Estela Pedroso conocía a los hermanos. Dijo que lleva más de 10 años tratando de convencer a las autoridades para que la trasladen a otro lugar. “Nadie debería vivir donde nosotros vivimos”, grita, furiosa. “Voy a todas las reuniones del Comité de Defensa de la Revolución (CDR), a todas las asambleas, y siempre he dicho que no nos sacarán de aquí hasta que alguien muera”.
Luís Dilu Galiente preside el CDR del edificio. El CDR es un organismo vecinal que provee de servicios sociales básicos y también cuida de que no haya actividades contrarrevolucionarias.
Galiente admite que la manzana no fue evacuada, pero asegura que muchos lugareños habían acogido a vecinos que buscaban refugio, una práctica común en la planificación de emergencias en Cuba. Desde antes de que llegara el huracán Irma, una familia de seis integrantes se ha estado quedando con Galiente en su apartamento de dos dormitorios.
“El estado no envió autobuses para evacuar el edificio como sí hicieron en otras ocasiones. Pero todo el mundo puede encontrar refugio si así lo desea, al menos con sus vecinos”, sostiene Galiente.
Los medios de comunicación cubanos informaron que decenas de miles de personas fueron evacuadas en La Habana, y más de un millón en toda la isla. De acuerdo con los medios estatales, una vez que la magnitud de la inundación se hizo evidente, se enviaron decenas de autobuses para evacuar a las personas del centro de La Habana.
Aunque desde la televisión se actualizaba constantemente la advertencia sobre las inundaciones y se aconsejaba a la gente que tomara precauciones antes de la llegada del huracán, los pronósticos no incluían a La Habana en el trayecto principal de la tormenta.
Preparativos antes de la llegada del huracán
“Como el país es muy pobre y las viviendas son tan precarias, uno pensaría que habría muchas más muertes”, dice Elizabeth Newhouse, líder de las delegaciones de directores de emergencia de Nueva Orleans y la costa del Golfo de EEUU enviadas a Cuba para estudiar su sistema de respuesta. “Es un número muy pequeño en comparación con lo que podía haber sido”.
“Son muy buenos en control de desastres”, reconoce Newhouse, directora del Centro para Políticas Internacionales del Proyecto Cuba. “Tienen que serlo”.
El 75% de los asalariados de la isla sigue trabajando para el Estado. Por eso, aunque el gobierno cubano por lo general es lento, burocrático y poco eficiente, cuando llega una crisis es capaz de alinear sus recursos materiales y humanos de una manera que otras islas caribeñas no pueden.
Una semana antes de que golpeara la tormenta, la industria farmacéutica de la isla recibió la orden de detener la producción de otros medicamentos para producir y distribuir sales de rehidratación oral.
Los días previos a la llegada del huracán, se distribuyeron toneladas extra de harina a las panaderías estatales. Las autoridades cortaron el gas y la electricidad antes de que golpeara la tormenta, pero las panaderías del barrio El Vedado en la Habana trabajaron toda la noche, utilizando un generador a gasolina y, en algunos momentos, incluso leña, para mantener la producción en marcha.
Obstáculos para las tareas de reconstrucción
Con un sentido de la oportunidad que parece de humor negro, Donald Trump extendió el embargo de EEUU sobre Cuba durante otro año solo unas horas antes de que Irma tocara tierra. La tambaleante economía de la isla explica el estado de las viviendas, y el embargo empeora las cosas.
Mientras las autoridades municipales se dedican a reparar muros y a construir nuevos hogares, Cuba tendrá que pagar más de lo estipulado por los materiales de construcción. El país no puede comprarle a las multinacionales que comercian con EEUU así que debe abastecerse de lugares más lejanos.
Con decenas de hoteles en ruinas, millones de personas aún sin electricidad y miles de hectáreas de plantaciones de caña de azúcar destruidas, financiar la reconstrucción será todo un desafío: además, el embargo impide que Cuba ingrese en el FMI y el Banco Mundial, así como a otras entidades de crédito regionales que conceden préstamos para infraestructura.
Ninguna de las personas con las que habló the Guardian en el centro de La Habana pudo señalar la localización de ningún refugio cercano, pero sí en otras partes de la ciudad.
El Convento de Belén, en La Habana Vieja, es un hogar de ancianos que ha sido transformado en un lugar para refugiarse del huracán. Es limpio y tranquilo. Los ventiladores funcionan para mantener el calor a raya. Las camas tienen sábanas nuevas y, salvo en el caso de las madres con sus recién nacidos, hay una para cada persona.
El aroma a café recién hecho se siente en el aire mientras una enfermera habla con un oficial de policía y media docena de evacuados se recuestan para ver una película de Bruce Lee.
“Cuando comenzó la lluvia, vine aquí con mi hija. Golpeé la puerta y nos dejaron entrar”, relata Carlotta Francisca Valdés, de 79 años. “La comida es bastante buena. Me sirvieron alimentos que en estos momentos no tengo en mi casa, como carne picada, por ejemplo”.
Yorka Gutiérrez Pérez llegó hasta aquí con sus vecinos cuando colapsó el frente de su edificio. Pérez espera quedarse en el refugio hasta que le den una nueva casa pero, dado que cientos de cubanos están alojados en viviendas temporales desde que pasó el huracán, es muy probable que tenga que esperar.
“Tengo fe en este gobierno”, dice Pérez. “Hasta ahora, por lo menos, la Revolución nunca nos ha abandonado”.
Informes adicionales de Amanda Holpuch, desde Nueva York
Traducido por Francisco de Zárate